La agonía existencial de un clúster

Emir García Meralla
14/2/2018

León Felipe, uno de los grandes poetas españoles del pasado siglo que muy pocos recuerdan, en su libro El gran responsable dedica su poema “Gotas del olvido” “…a esa disposición de los hispanos hablantes a recurrir al pasado para valorar su presente y anunciar el futuro, pero solo como mero ejercicio demagógico pues en el fondo esconden esa ignorancia de los hechos que aclaran ideas y dignifican las almas…”.

Asumo las palabras del poeta español, que alguna vez fue lectura de cabecera, para acercarme a determinados acontecimientos que han signado el recién finalizado Festival Jazz Plaza. Criterios hay los suficientes, vienen desde todos los confines y, como es menester, algunos de ellos ameritan que se les tome en cuenta y se abran las puertas de la polémica. Propongo que nos acerquemos a algunos de ellos; pero antes permítaseme la licencia de hacer una breve referencia histórica, tal vez por aquello de poder comparar con todos los riesgos que ello implica.


La internacionalización del festival no solo se convirtió en plataforma para lanzar al mundo a músicos cubanos,
sino que también fue soporte para proyectar el trabajo de músicos de diversas partes del mundo. Foto: Internet

 

Entre los tantos antecedentes del Festival Jazz Plaza —además del injustamente olvidado Club Cubano de Jazz (CCJ), las noches de descarga en el Johnny Dream primero y después en el Maxim´s, las presentaciones de Felipe Dulzaidez en el bar Elegante del Hotel Riviera, y el trabajo imprescindible del saxofonista Nicolás Reinoso y su grupo en el Bar Las Cañitas del Hotel Habana Libre y en el mismo hotel, pero en su piso 25, con la presencia del grupo del pianista Pucho López— está el histórico viaje de algunas estrellas del rock, el pop, la salsa y el jazz a La Habana en noviembre del año 1979. Aquellas presentaciones que ocurrieron por dos noches consecutivas en el teatro Karl Marx confirmaron cuánta importancia estaba ganando el jazz como género y actitud ante la vida y la música dentro del entorno musical cubano de la segunda mitad del siglo XX; en el epicentro de esa ganancia y desarrollo está el trabajo fundacional del grupo Irakere y de su líder, el pianista Chucho Valdés.

Para esa fecha, ya el patio y algunos salones de la Casa de la Cultura de Plaza en la barriada del Vedado eran espacios en que se reunían regularmente músicos y melómanos para descargar a sus anchas. Entonces no se hablaba propiamente de Festival; eran simplemente tardes de jazz en las que coincidían todos aquellos que se preciaran de amar esta música y la libertad que ella encierra.

Lo cierto es que en el momento que nace el Festival se estaba terminando de definir estética y culturalmente el “afrocuban jazz”, que se diferenciaba ampliamente del “latin jazz”; a pesar de que ambos tienen un tronco común. Sin embargo, los músicos cubanos y todos los involucrados en el jazz cubano querían más. Y no era para menos; es en ese instante preciso en que el Jazz Plaza se abre al mundo.

La internacionalización del festival no solo se convirtió en plataforma para lanzar al mundo a músicos cubanos, sino que también fue soporte para proyectar, desde La Habana, el trabajo de músicos de diversas partes del mundo. El patio de la Casa de la Cultura fue patente de corso de algunos nombres hoy imprescindibles en el universo del jazz contemporáneo.

Y como el Festival ya era internacional, se hacía necesario ampliar sus espacios. Además de la Casa de Cultura, se incorporaron el Teatro Nacional, el club Maxim y el Bar Elegante del Hotel Riviera, este último como el espacio obligado de las descargas.

Así vivimos los años 80 y comienzo de los 90 hasta que la realidad económica nos obligó a cambiar las reglas del juego. Sin embargo, el Festival se logró mantener, y parte importante de sus animadores nacionales decidieron emigrar, a la vez que surgían nuevos actores propios de ese tiempo. Con estos antecedentes llegamos a este 2018 y a un Festival que a la altura de sus 33 ediciones (número crucial desde todos los puntos de vista) parece encerrado en los mismos presupuestos fundacionales.

Quo vadis…

No me atrevería a precisar nombres, pero en los últimos tiempos el Festival Jazz Plaza ha tenido al menos cinco presidentes distintos —esa relación incluye los honorarios— y en cada presidencia no parece haber existido un equipo de trabajo cohesionado, conocedor del tema a totalidad y en condiciones de generar una sinergia tanto creativa como cultural, que redunde en crecimiento del evento, un crecimiento que convierta a este Festival en lo que siempre fue: una gran fiesta abierta a la creatividad y no un tratado de proverbial “locura tropical”. El elemento probatorio más fuerte es que nunca debió trasladarse su fecha de celebración de febrero a diciembre, y mucho menos hacerlo en enero. Su momento fue en febrero, desde siempre.

Uno de los grandes escollos que no ha logrado superar el Festival a lo largo de sus ediciones ha sido la incorporación a su circuito del Teatro Nacional. No se trata de que esta instalación sea inadecuada, se trata de un problema de ubicación espacial; llegar o salir de allí es dificultoso, tanto para músicos como para el público. Es un teatro desconectado de las principales rutas de comunicación de la ciudad; amén de las dificultades estructurales que hoy presenta.

Esta dificultad se refleja en el circuito de presentaciones, que bien pudiera repensarse. Qué tal retomar —con la debida aprobación de los vecinos que ayer amaban el jazz y hoy solo piensan en su estatus económico—, las tardes-noches en el patio de la Casa de Cultura, solo mientras dure el evento; ello devolvería el honor y el orgullo al lugar y a sus trabajadores.

Apelando a la sensatez, un circuito ideal sería, además de la Casa antes mencionada, el que incluya al Teatro Mella y sus Jardines (aquí la vecindad tiene menos peso específico y está más cerca del hecho cultural); el subutilizado Café Brecht, el Pabellón Cuba, la Fábrica de Arte, Los Jardines del 1830 —allí alguna vez tuvo su cede el CCJ y fue cuartel de algunos proyectos interesantes asociados al género— y el Bar Elegante del Hotel Riviera.

Son siete espacios geográficamente cercanos, de fácil acceso para músicos y público en general. Ello evitaría teatros vacíos (el Nacional), donde se presentaron propuestas interesantes, algunas de las cuales no alcanzaron la cifra de espectadores deseada. Este replanteo que propongo haría más viable el trabajo de los medios de comunicación. La ganancia fundamental sería inestimable, y ello incrementaría notablemente la visibilidad de nuestros músicos y su contacto con visitantes que podrán acceder a sitios cercanos y naturalmente interconectados, potenciando así la presencia de quienes vienen a hacer jazz a una tierra promisoria en el género.

Hablando de medios de comunicación y afines. En mi archivo personal conservo parte importante de los catálogos del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, toda una joya de creatividad, buen gusto y sobre todo información. Es lamentable que el Jazz Plaza no haya tomado de este evento esa experiencia; así la señorita desinformación y su hermana inexactitud tendrían menos espacios. Y es que la mayoría de los miembros del gremio de la prensa se sorprendían ante la impronta de tal o más cual músico, instrumentista e intérprete. Y qué decir de utilizar el Restaurante Comedor de Aguiar, del Hotel Nacional; su disposición rompe todas las normas elementales de la comunicación, debido a un elemento sencillo: un mobiliario no adecuado para el objetivo que se persigue.

Hubiera sido más sencillo utilizar un espacio menos presuntuoso, que pudiera ambientarse con motivos alegóricos. Algo sencillo y que está al alcance de los organizadores.

Nuestro festival de jazz debe ser inclusivo; entonces me duele la ausencia de un músico como José Luis Cortes, el músico más influyente de estos últimos 30 años. Él y su orquesta modificaron no solo la música popular bailable, sino también parte del jazz que hoy se hace y escucha en Cuba. Su ausencia es un crimen de lesa cultura, y es una ausencia constante, premeditada diría. Un caso similar este año fue el de otras importantes figuras y agrupaciones como Bamboleo, el baterista Horacio “el Negro” Hernández, Orlando Valle (Maraca), Germán Velazco y formatos instrumentales. A estos últimos músicos se les pudo haber invitado a crear un formato pequeño para ejecutar su música. Sus nombres son indispensables en la historia del jazz en estos últimos años.

Si bueno ha sido el retorno y presentación de algunos músicos que residen en otras latitudes, valdría la pena que el Festival pensara en convocar a otros pesos pesados de la tierra, que son trascendentes; pienso en el pianista Omar Sosa, por solo citar un nombre.

Habrán otros criterios, otras inquietudes y algún que otro desacuerdo. Lo cierto es que León Felipe no se equivocó: “… ganarás la luz cuando tu alma cruce desde el levante a la costa/cuando en tu vino estén aquellos que no vuelven sobre tus pasos/ ganarás la luz/ esa luz que desde siempre va vivida ante los sueños…”.

Es el sueño que alguna vez tuvieron los padres fundadores.