“A pueblo mestizo pensamiento ecléctico”.
Elías Entralgo

De Eduardo Torres Cuevas se pudiera hablar de varias formas, todas ellas elogiosas y admirativas, tan amplia fue la gama de actividades y funciones que realizó, así como tan vasta es su obra escrita; pero en este texto evocativo hablaré de lo que mejor puedo hacer dada mi relación con su persona y obra, es decir, referirme al gran investigador de la historia de Cuba, al animador permanente de los debates de ideas y al pensador profundo y maduro sobre nuestro devenir como Nación. Una cubanidad pensada, frase de su autoría, ese fue uno de sus propósitos mayores y que cumplió sobradamente.

Lo conocí en la década de los noventa del pasado siglo, pero lo había leído desde mucho antes y lo seguí leyendo mucho después. Aprendí de sus textos, bien razonados y muy bien escritos (como se conoce, fue miembro de la Academia Cubana de la Lengua), Torres Cuevas fue dueño de una prosa precisa y dúctil. Recuerdo algunas conversaciones que sostuvimos sobre el tema de las ideas liberales cubanas en el siglo XIX y su influencia en el detonar de la primera de nuestras guerras independentistas. Después, cuando fue nombrado director de la Biblioteca Nacional José Martí, nos vimos con un poco más de frecuencia. Pero más que los diálogos personales lo que me unió a su persona y obra fue leerlo. De manera especial, para comenzar con algunos ejemplos, me ayudó sobremanera su investigación sobre Vicente Antonio de Castro y sobre la masonería del Gran Oriente de Cuba y las Antillas, cuerpo francmasónico que ese gran desconocido patriota cubano ayudó a fundar; en la misma se podía entender mejor cómo el liberalismo genuino de los hombres de 1868 había tomado cuerpo en una organización funcional para la insurrección. De igual manera, su libro sobre Antonio Maceo fue otro gran aporte al dar a conocer el ideario de quien por mucho tiempo se consideró solamente como un bravo guerrero y estratega militar. Torres Cuevas puso al descubierto cual era el pensamiento republicano del general de generales.

Una cubanidad pensada, frase de su autoría, ese fue uno de sus propósitos mayores y que cumplió sobradamente”.

Su gran investigación sobre la historia de la masonería en Cuba se imbricaba muy bien con el desarrollo del pensamiento en la Isla, pues con esas cofradías entró a la colonia mucho de lo más avanzado de las ideas del momento, a partir de la toma de La Habana por la expedición naval inglesa en 1762.

No por gusto su primer libro fue una antología del pensamiento medieval, con lo que confirmó, desde el inicio de una obra (que alcanza ya unos sesenta títulos), cuál era su interés principal dentro de su visión personal de la historia. Su formación como filósofo comenzaba a dar sus frutos.

El pensamiento en Cuba fue su gran obsesión o una de ellas. Torres Cuevas investigó y armó libros fundamentales sobre las ideas cubanas, situándose dentro de un grupo estelar de investigadores como Medardo Vitier, Raimundo Menocal, Jorge Mañach, Elías Entralgo, Raúl Vallejos, Pablo Guadarrama, Jorge Ibarra Cuesta, Ana Cairo e Isabel Monal, entre otros, estudiosos que han indagado en profundidad el cruce de las corrientes de pensamiento en nuestra historia, su basificación y arraigo. Como parte de esos empeños, surgieron los volúmenes En busca de la cubanidad, con tres tomos, libros claves para entendernos como sociedad. De alguna manera, dio continuidad a libros esenciales sobre Cuba y los cubanos de la autoría de Jorge Ibarra Cuesta, autor por el que sintió mucha admiración y respeto.

“… su libro sobre Antonio Maceo fue otro gran aporte (…) Torres Cuevas puso al descubierto cual era el pensamiento republicano del general de generales”.

De manera particular, Torres Cuevas analizó el pensamiento del padre Félix Varela, punto de inflexión en todo ese movimiento de ideas filosóficas y libertarias en la colonia. Sobre Varela hizo aportes fundamentales. El Obispo Espada y José de la Luz y Caballero fueron también objeto de su curiosidad intelectual. Pero nuestro historiador no se detuvo en estas aproximaciones por sí mismas valiosas, sino que examinó los reformismos cubanos y dentro de estos a Ramón de la Sagra, Francisco de Arango y Parreño, el conde Pozos Dulces y a José Antonio Saco, otro pensador clave de nuestra historia, con el que entró de lleno en la cuestión de la esclavitud y el peso de esta en la historia cubana, no solo de las ideas, sino de su acontecer económico y social. Aquí Torres Cuevas se detuvo para extraer importantes conclusiones que alcanzarían a las ideas republicanas y liberales desencadenadas a mediados del siglo XIX y que condujeron, junto con el examen crítico de la sociedad insular por los revolucionarios orientales, a encender la llama del 68.

José Martí tuvo naturalmente un lugar principal en este barrido del pensamiento cubano en sus orígenes y formación hasta la eclosión independentista. Más cercanos en el tiempo examinó a figuras como Fernando Ortiz, Diego Vicente Tejera y Enrique José Varona, completando así una gran parábola de pensadores cubanos imprescindibles. Recientemente Eduardo hablaba con mucho interés de Orestes Ferrara, una figura de menos calado desde el punto de vista eidético, pero influyente en la política republicana del primer tercio del siglo XX. En Torres Cuevas, gradualmente, se estructuró una visión de totalidad de la historia y la cultura de Cuba, con énfasis en el campo de las ideas. Sin dudas, el tiempo que permaneció en universidades francesas y alemanas contribuyó decididamente a esa manera integral de apreciar nuestra historia.

“De manera particular, Torres Cuevas analizó el pensamiento del padre Félix Varela, punto de inflexión en todo ese movimiento de ideas filosóficas y libertarias en la colonia”.

Un libro capital para la historiografía cubana fue, es, La Historia y el oficio del historiador (2011 y 2013), en el que nuestro autor como compilador incluyó textos fundamentales de otros historiadores de reconocimiento internacional. En ese volumen está vivo el interés de Eduardo por las teorías en boga de los estudios de historia en Occidente y sobre el tema de las ideas que, en un tiempo, se reunió bajo la rúbrica de historia de las mentalidades. En mi opinión, en los prólogos que escribió Torres Cuevas para ese libro en sus dos ediciones se encuentra resumida buena parte de sus opiniones cardinales sobre el trabajo historiográfico en Cuba y en general.

Para que las ciencias sociales en Cuba se libraran de los fórceps de la academia soviética fue decisiva la labor que realizó Torres Cuevas y un grupo de historiadores y profesores universitarios, debatiendo, en pleno desastre del socialismo realmente existente, es decir, a inicios de los noventa, lo que de salvamento se podía hacer con la doctrina socialista, afectada seriamente por el desmoronamiento y desaparición de la URSS y el campo socialista este-europeo. De igual forma, ese grupo reorganizó el contenido sobre historia que debía enseñarse en el sistema educacional y la génesis de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, de la revista Debates Contemporáneos y la editorial Imagen Contemporánea, todo un poderoso impulso a la historiografía y la enseñanza de la disciplina en Cuba liderado por nuestro autor.

Docente de primer nivel, ya sea dando clases directamente en las aulas, utilizando la televisión o dando conferencias ante grandes auditorios, Torres Cuevas encontró en el magisterio otra manera de comunicar sus conocimientos. Torres Cuevas fue muy crítico del concepto de “historia oficial”, precisó las diferencias radicales entre ideología y ciencia y no dejó de afirmar nunca que, a pesar de sus sombras y carencias, la república cubana surgida en el siglo XX fue una república con todos sus atributos. Su comprensión de las ciencias sociales fue amplia y abierta, en la que no entraban fundamentalismos ni ortodoxias.

“Docente de primer nivel (…) Torres Cuevas encontró en el magisterio otra manera de comunicar sus conocimientos”.

La obra escritural de Eduardo Torres Cuevas ha tenido acercamientos puntuales de otros autores, aunque, a decir verdad, la bibliografía pasiva sobre su persona y obra no es muy amplia hasta el momento. Es recomendable en este sentido la lectura del texto “La condición humana en la obra de Eduardo Torres Cuevas”[1] del historiador y académico Félix Julio Alfonso, el elogio del historiador Eliades Acosta Matos[2] durante la Feria del Libro de La Habana en que se le entregó a Eduardo el Premio Nacional de Ciencias Sociales y el abarcador ensayo “Cuba como ostinato en la biobibliografía de Eduardo Torres Cuevas”[3] de la joven investigadora Alegna Jacomino Ruiz, este publicado recientemente, todos en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí. También resulta muy informada e interesante la entrevista[4] que le hiciera a Eduardo en 2002 el editor Argel Calcines para la Revista Opus Habana. Lo que sí se puede afirmar con seguridad es que, a partir de ahora, crecerá de manera gradual el interés de la academia por su oceánica obra. Este texto solo pretende ser una evocación a raíz de su partida física.

En la Academia de Historia de Cuba, entidad que presidió desde su refundación en 2010 hasta su muerte, haremos lo necesario para preservar su legado. Creo que debemos aspirar, entre otras acciones, a la publicación de su obra toda o al menos de una sustancial selección de la misma.


Notas:

[1] Félix Julio Alfonso, “La condición humana en la obra de Eduardo Torres Cuevas”, en Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, julio-diciembre 2007.

[2] Eliades Acosta Matos, “Elogio al Dr. Eduardo Torres Cuevas, Premio Nacional de Ciencias Sociales, 2000”. en Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, enero-junio 2001.

[3] Alegna Jacomino Ruiz, “Cuba como ostinato en la biobibliografía de Eduardo Torres Cuevas”, en Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, enero-junio de 2023.

[4] Argel Calcines, “Eduardo Torres Cuevas por el filo del cuchillo”, en Opus Habana, número 6, 2002.