Como parte del fortalecimiento de la identidad cultural la mirada actual se concentra en robustecer el sentido de identidad y continuidad de las comunidades, herramienta ya avalada por Cuba para fomentar el respeto hacia —principalmente— la diversidad cultural, promoviendo la creatividad tanto individual como colectiva para la visibilidad y solidez de las prácticas tradicionales y sus portadores, que se generan en las comunidades cubanas, en un contexto donde el mundo digital cada día se hace más necesario, teniendo además como premisa la experiencia acumulada en la aplicación de las Directrices Operativas de la Convención de la Unesco para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) por lo que, estratégicamente, pretendemos con mayor perspicacia y conocimientos la protección de estos saberes para las generaciones futuras. La práctica del danzón y sus elementos asociados no ha estado exenta de estas premisas.  

La inscripción de un elemento o expresión determinada en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco significa para una nación importante oportunidad para preservar, viabilizar y salvaguardar las prácticas vivas; así como las expresiones, procesos de producción y, principalmente, los saberes tradicionales relacionados con cada una de ellas. También implica erradicar las apropiaciones indebidas, evitar que se desvirtúen estos conocimientos y avanzar en la protección de los derechos colectivos que les corresponde y les son inherentes a las comunidades y sus portadores como dueños absolutos de un patrimonio cultural que por derecho propio les pertenece.

“La práctica del danzón en Cuba cuenta hoy con un sólido movimiento danzonero encabezado por los clubes existentes en las 305 Casas de Cultura que existen en la Isla”.

Como premisa esencial en estos años, la reflexión de creer que no cumplimos con eficacia sus propósitos al no contar con el mayor número de prácticas declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco; sin dejar de valorar lo que representa y significa este estímulo cuando de visibilidad y reconocimiento internacional se trata. Pero creemos que hemos sido mucho más factibles, porque hemos logrado atender todas las expresiones y manifestaciones en función de su salvaguardia y viabilidad, y llegar a la totalidad de los portadores, de acompañar a las comunidades en su afán de autogestión y transformación en lo cultural, social y comunitario, en definir un mayor alcance y participación comunitaria a través del ejercicio de los inventarios en contextos comunitarios y la elaboración de los planes de salvaguardia, tomando como premisa los talleres de sensibilización.  

Si nos miramos por dentro, la práctica del danzón en Cuba cuenta hoy con un sólido movimiento danzonero encabezado por los clubes existentes en las 305 Casas de Cultura que existen en la Isla —algunos de ellos con desprendimientos en las edades infantiles y juveniles—, lo cual enfatiza el sentido de continuidad de dicha práctica por generaciones; además, en los planes de estudio de las enseñanzas primaria y media encontramos contenidos relacionados a través de los talleres de creación y apreciación impartidos por los instructores de arte; igual en la enseñanza artística, muchos de ellos facilitados por líderes danzoneros existentes en las comunidades.

Ya contamos con la identificación de los principales nichos de dicha práctica, que convierten a las comunidades en nuestra mayor mirada con vistas al proceso de elaboración del expediente para su posible inclusión en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco.

Se trata de procesos caracterizados por su amplio impacto comunitario, donde se necesita la participación de forma consciente de cientos de personas entre danzoneros, miembros de las comunidades, agentes comunitarios, decisores, periodistas, promotores de los medios de comunicación, entre otros.

Dentro de sus principales enseñanzas señalamos, en primer lugar, ser mucho más conscientes y consecuentes con el verdadero espíritu de la Convención; sobre todo, en el protagonismo y el verdadero lugar que ocupan las propias comunidades y sus portadores, la fortaleza que nos imprime el trabajar en conjunto, formar las alianzas entre instituciones, intercambiar, dialogar y reflexionar en pos de una mayor participación en los procesos de confección de los inventarios en contextos comunitarios, así como la elaboración y conciencia de la necesidad de diseñar y hacer cumplir los planes de medidas como instrumentos indispensables para la salvaguardia, viabilidad y promulgación de los saberes, usos, representaciones y elementos asociados a la práctica del bolero.

Para ello se han celebrado por todo el país numerosos talleres de sensibilización como parte de los procesos de acompañamiento, que también constituyen relevantes espacios de consolidación, capacitación y superación de contenidos referidos no solo a la práctica en sí, también a la aplicación de las directrices operativas de la Convención de Salvaguardia del Patrimonio Cultural (Unesco, 2003) en su rol de plataforma actual para nuestra labor cotidiana en la gestión para afianzar la identidad cultural.  

Danzoneros de la Casa de la Cultura de Manatí.  

No es menos cierto que en las últimas décadas el Patrimonio Cultural Inmaterial ha sido ampliamente difundido logrando una gran aceptación a nivel mundial y su inserción en las políticas culturales de la mayor parte del mundo, convirtiéndose en un concepto popular que no se limita al campo de la gestión cultural. En ese sentido, nos proponemos analizar la relevancia del concepto en el campo patrimonial, las problemáticas que se plantean a la hora de abordar un proyecto de este tipo y un análisis de las aportaciones y retos a los que podemos enfrentarnos.

Se nos hace común actualmente cómo se ha ganado en el uso del lenguaje propio de la Convención de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco (2003), no solo por parte de gestores comunitarios y portadores de tradiciones; también en académicos y decisores.

Entre algunas aportaciones al respecto y en nuestra opinión, supone la incorporación del PCI al ámbito del trabajo de las instituciones como parte del acompañamiento necesario, a pesar de las contradicciones, errores y limitaciones encontradas en el camino desde 2004.

En primer lugar, el patrimonio inmaterial nos ha ampliado la perspectiva desde la que se aborda la realidad social y cultural y, por lo tanto, mejora su conocimiento. Se trata de una mirada holística, compleja, diversa y dinámica al patrimonio cultural vivo y a la sociedad que lo genera. En segundo lugar, la incorporación del PCI ha proporcionado a nuestro modesto entender un nuevo marco conceptual para replantear nuestra labor hacia su salvaguardia y viabilidad, desplazando esa antigua mirada a las personas desde lo histórico y lo antropológico, hacia sus relaciones sociales y culturales.

En definitiva, una experiencia que permite reimaginar su contexto y función como institución pública, y sus aportes a una nueva mirada que ha permitido mayor flexibilidad y creatividad en la gestión de las políticas culturales.

Por otro lado, si nos transportamos a la formación etnodemográfica y su influencia en la cultura cubana, podemos afirmar cómo la fusión entre la guitarra española y el tambor africano ha sido fundamental para la génesis de prácticas centenarias como el son, la rumba y el danzón; legados caracterizados no solo por su popularidad, sino también por su sentido de continuidad, resistencia cultural y perdurabilidad, gracias sobre todo al protagonismo de los propios cubanos.

Taller de sensibilización en la sede de la  Uneac: espacios de consolidación, capacitación y superación de contenidos referentes al danzón.

La música cubana es una mezcla de ritmos como el son, el danzón, el bolero, el mambo, el cha-cha-chá, entre otros, mientras formas como el punto cubano, el zapateo, el nengón y el changüí también reflejan la influencia europea y africana.

Esto demuestra por qué también —y de la misma manera— nuestros valores culturales han sido transportados hacia otros lugares del mundo formando un tejido o fenómeno que pudiese ser no solo de tipo nacional, sino también regional e incluso universal. Ejemplo también significativo para nuestras vidas es el idioma español como vía de comunicación entre países y regiones, conformando hoy lo que se reconoce como la comunidad hispanohablante; tomemos otro ejemplo similar con las comunidades angloparlantes para las del idioma inglés. Entonces podemos creer erróneamente que los cubanos no podemos hablar nuestra lengua materna porque la “Madre Patria” no permitiría su uso por ser de su propiedad.

¿Podemos también creer entonces que la música y la cultura cubanas, desde su germen y desarrollo hasta nuestros días, ha sido el resultado solo desde el imaginario e iniciativa de cubanos —solo en la Isla—, sin ninguna influencia externa, y por eso tenemos la obligación de no permitir ningún tipo de asimilación e incorporación por parte de otros países y regiones del planeta?

No creo, antropológicamente, que hablar de robo de elementos culturales sea un concepto o tendencia existente, pues es imposible. Nadie roba nada, los procesos se generan de manera espontánea y circunstancial, se transportan de un lugar a otro y dado su reconocimiento, gustos y preferencias de tipo colectivas se siembran para después germinar, ganar en seguidores y convertirse en práctica común y deseada por las mayorías como parte de necesidades de tipo individual, familiar, social y comunitaria.

Para nada pensar que México nos robó el danzón; más bien pensemos que lo acogió, lo abrigó y lo viabiliza a través de su práctica ya asentada y reconocida en algunas regiones y comunidades del país azteca, haciéndolo suyo también. Para nada pensar que por una merecida declaratoria como Patrimonio Cultural de la Nación por parte de México, perdamos como cubanos la maternidad de la práctica del danzón; para cubanos y mexicanos Cuba fue, es y será su progenitora, por la simple razón de que “madre hay una sola”.

La cultura cubana nació con los componentes de todos los grupos étnicos y nacionalidades del ajiaco que somos. Por eso debemos pensarla desde la diversidad, como ese caldo bien condimentado que nos compone de un resfriado y nos anima el alma.

“La práctica del danzón es de Cuba y de los cubanos; pero también es de México y los mexicanos, como también pudiese ser de cualquier otro país donde germine y sea reconocida por sus comunidades”.

La extensión cultural, tanto nacional, regional como universal es un fenómeno que data de muchos siglos, por lo que no existe en ninguna parte del mundo una cultura formada y generada únicamente y de manera absoluta por elementos locales, necesita nutrirse de forma espontánea del otro, sea o no el más cercano, teniendo en cuenta que han sido los mismos pueblos y sus comunidades los que han sentido necesidades de tipo cultural y espiritual, para luego aceptarlas e incorporarlas a sus vidas.   

La práctica del danzón es de Cuba y de los cubanos; pero también es de México y los mexicanos, como también pudiese ser de cualquier otro país donde germine y sea reconocida por sus comunidades. Orgullosos debemos sentirnos al conocer que nuestra cultura se extiende por el mundo como lo han hecho también el son, el bolero y la rumba; parte de los procesos etnodemográficos venidos desde todos los continentes para formar hoy nuestro etnos-nación cubana.

¡Enhorabuena! De seguro la práctica del danzón será declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.