Sábado 6 de diciembre del 2025. Las puertas del cine Riviera se abren y Federico García Lorca está en La Habana. Un acto de justicia poética, así se podría definir la proyección del documental Lorca en La Habana en la edición 46 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (FINCL).

En 87 minutos, los directores José Antonio Torres y Antonio Manuel Rodríguez Ramos construyen un relato que deliberadamente se aparta de la tragedia final que suele definir al autor, para sumergirnos en el que fue el periodo más dichoso de su existencia: aquellos tres meses de 1930 en Cuba, según todas las voces del filme.

La estructura, descrita por sus directores en entrevistas anteriores como un tríptico, fluye con naturalidad. Por un lado, una conmovedora representación teatral de su última noche en Madrid; por otro, una serie de encuentros ficcionados con figuras clave de su estancia, como Nicolás Guillén o Lydia Cabrera, que otorgan una proximidad palpable por el espectador al pasado. Y, como pilar central, las entrevistas a expertos y artistas cubanos contemporáneos —entre ellos, los escritores Ciro Bianchi y Urbano Martínez Carmenate—, cuyas palabras analizan y testimonian un amor vigente. En la propia obra Martínez Carmenate lo define con precisión: la presencia de Lorca en la mayor de las Antillas es un “fenómeno de atmósfera y de arraigo subterráneo”.

“Lorca llegó a La Habana el 7 de marzo de 1930 (…) Encontró (…) una efervescencia creativa y una libertad que lo cautivaron”.

La cámara viaja a Matanzas, Pinar del Río y Santiago, sigue la estela aún viva del poeta y acierta en no quedarse en el archivo histórico e ir al punto inicial de las historias. Vemos su espíritu en la puesta en escena de La casa de Bernarda Alba por el teatro Trébol Gitano, en la delicadeza de una obra de guiñol en el Teatro de las Estaciones y, sobre todo en la música que deviene, en cierta manera, hilo conductor de la trama de la obra que se presenta en el apartado En perspectiva, en el FINCL.

Cada escena en Lorca en La Habana pretende demostrar cómo la obra del escritor echó raíces en el alma popular cubana, como la interpretación del poema “Son de negros” por el grupo Kebola, o el baile de la agrupación Descendencia Rumbera. El objetivo es contextualizar este viaje.

“… Cuba le ‘puso luz a la vida personal’, propiciando una ‘revolución íntima’ donde [Lorca] descubrió una hermandad profunda entre su identidad andaluza y la cultura negra de la nación caribeña…”

Lorca llegó a La Habana el 7 de marzo de 1930, huyendo del desolador panorama del crack del 29 en Nueva York y de la España oprimida por la dictadura de Primo de Rivera. Encontró, en cambio, una efervescencia creativa y una libertad que lo cautivaron. Lo que planeaba ser una estancia de una semana se extendió hasta el 12 de junio. Como señaló Antonio Manuel Rodríguez Ramos anteriormente, Cuba le “puso luz a la vida personal”, propiciando una “revolución íntima” donde descubrió una hermandad profunda entre su identidad andaluza y la cultura negra de la nación caribeña.

Con una fotografía vitalista que captura el color y la textura de los lugares que él frecuentó (como el Hotel Unión), y una música original (como la “Habanera de la máscara”) que teje puentes entre épocas, el documental cumple un doble propósito. Por un lado, rescata del olvido una etapa fundamental y poco divulgada de su biografía. Por otro, celebra un idilio mutuo y perdurable: el de un poeta que en Cuba fue “inmensamente feliz” y el de un pueblo que lo ha adoptado como propio, hasta el punto de que, como se subraya, ningún otro poeta extranjero es tan leído, representado y amado en la mayor de las Antillas. Lorca en La Habana recuerda que, más allá del mártir, existió un hombre “fresco, vivo y feliz” que encontró en el Caribe su paraíso personal.