La lección de una pérdida

Caridad Atencio
27/11/2017

Siempre dije que cuando Fidel muriera iba a llorar. Era un pensamiento que yo y millones de los míos no podía guardar en la cabeza. Tan grande la figura, tan magno el símbolo, que muchas voces de acá y de allá hablaron de su muerte antes de tiempo, de que había muerto muchísimas veces, y no se lo habían dicho al pueblo, que estaba guardado esperando no sé qué. De momento, cuando no lo esperaba, la noticia. Nos deja tristes y orgullosos de su ejemplo. Lloré una, dos y tres veces, y la nostalgia me domina cuando pienso mucho o recuerdo. Y creo que sucede por haber vivido la época del símbolo, porque eso es  Fidel, un gran símbolo que nos supera a todos, al tiempo que nos contiene.
 

Siempre, Jorge César Saénz
 

Nunca lo tuve cerca, ni pude estrechar su mano, pero no hacía falta. Desde pequeña su imagen en mi casa fue algo familiar. En fotos que adornaban las paredes, en periódicos que mi padre guardaba celosamente con su imagen, con sus discursos, y luego en todos sus libros. En su ejemplo, seguido por un hombre bien humilde, oriundo de Media Luna, que abrazó la causa de la Revolución antes que esta triunfara, y luego la hizo eje central de su vida. Mis pocos años comprendían su amor hacia Fidel, viendo en él como compartía con el gran líder esenciales virtudes espirituales que nos enseñó con lo más hermoso y poderoso de su voluntad: ser honesto, amar mucho a la patria y al trabajo, ser desprendido y solidario, ser justo para contigo y los demás, tener un gran sentido de la moral. Esto me lo inculcó profundamente, y a la vez él lo aprendió amando y escuchando  al líder.

 Veía incluso en ellos rasgos similares: nerviosos, voluntariosos, tiernos. La boina y el traje de miliciano era un atuendo que prefería no solo en las largas movilizaciones, sino también mostrando algo del parecer de sus entrañas, de sus convicciones. Recuerdo ahora sus más  de veinte zafras del pueblo, su profunda a tención a los discursos de nuestro gran símbolo, las banderas cubana y del 26 que ponía en la fachada de la casa en cada fecha patria, aun cuando ya no podía salir de ella, y que ahora hago ondear yo, religiosamente; sus palabras cuando nos ayudó a cruzar un río crecido en la Junta de Niquero y Media Luna: “Esto es para que sepan los trabajos que pasaron Fidel y el Che cuando estuvieron en la Sierra”. Nos reímos entonces de su asociación, de su ocurrencia.

 Hoy lloramos la pérdida de Fidel y lo recordamos a él, que hace dos años ya no está, porque nos enseñó cabalmente a amarlo, y nos recordaba infinidades de veces que todo lo que tenemos: la casa, mis estudios universitarios, los de mi hija, mi profesión, se lo debemos a él y a la Revolución. Escribir nos ennoblece, y rendir tributo también. Se calca entonces una figura en la otra, y luego en muchas otras, no por grandeza, sino por convicción, por fidelidad y compromiso.

 

Fuente: La Gaceta de Cuba

 

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