En mi temprana juventud hubo discos que marcaron aquellos años de trepidante ímpetu. Vivencias de noviazgos, ilusiones y desilusiones, se vieron reflejados en diversas canciones que conformaron mis días mezclados con el candor de la pubertad, la moda de entonces y el gusto musical que me iba imponiendo el ser estudiante de la escuela de música Adolfo Guzmán, en La Habana.

Uno de esos discos, que además esperábamos con ansias, fue Comienzo y final de una verde mañana, de Pablo Milanés. Imagen: Cortesía del autor

Uno de esos discos, que además esperábamos con ansias, fue Comienzo y final de una verde mañana, de Pablo Milanés. Corría el año 1985 y Pablo era un asidero constante de poesía y lugares de confluencias para mi generación, tanto, que aprenderse sus canciones y las de Silvio en la guitarra era sinónimo de convertirse en el más popular de la escuela. Pero a pesar de estar envuelto como estudiante en el mundo de la música, era obvio que aún no comprendía a cabalidad el complejo universo del mencionado LP [1].

Comienzo y final… fue un trabajo que vino a consolidar una estética de ruptura en la cancionística de Pablo, sobre todo desde el concepto trovadoresco, que ya había esbozado en algunos discos anteriores. Valdría la pena destacar lo que considero hilos comunes en esa línea precedente: Versos de José Martí cantados por Pablo Milanés (1975), La vida no vale nada (1976), No me pidas (1978), Años (1980), Filin (1981), Pablo Canta a Nicolás Guillén (1982) y Yo me quedo (1982).

Con el disco Comienzo y final de una verde mañana, Pablo Milanés consolidó una estética de ruptura en su cancionística, sobre todo desde el concepto trovadoresco. Foto: Tomada del blog Ramona Cultural

En estos trabajos existen guiños de un autor que si bien estaba cuestionando los contornos de la canción cubana, así como de tendencias trovadorescas, a la vez ya estaba dejando bien claras posturas poéticas y musicales propias desde su visión de renovador. Obvio que también es parte de esta tesis el plantearnos que el manto creativo anterior a esta etapa tuvo una resemantización del lenguaje del cantautor, específicamente su paso por el Grupo de Experimentación Sonora del Icaic (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, GESI) así como sus contactos con otros contemporáneos como Silvio Rodríguez, Vicente Feliú, Sara González, Eduardo Ramos o Noel Nicola. Creo no puede hablarse de un mismo Pablo sin hacer una elipsis temporal de ese momento anterior, incluso de su honda vocación política y militante con la Revolución Cubana.

Pero en Comienzo y final… pienso que estábamos —tal vez exagero— en el punto medio de una carrera que, aunque la vemos hoy desde la dialéctica mirada de la horizontalidad y sus derivaciones históricas, tuvo un importante momento de inflexión en aquel 1985.

Pablo ya venía colaborando con importantes figuras de la trova y la música cubanas como el también compositor Eduardo Ramos (bajo), Frank Bejerano (batería) y Jorge Aragón (piano). De este último digo que —sin dudas y sin temor a excederme— trabajó con sigilo de orfebre y fue el complemento ideal de un Pablo en fertilidad compositiva.

“En Comienzo y final de una verde mañana pienso que estábamos (…) en el punto medio de una carrera que (…) tuvo un importante momento de inflexión en aquel 1985”.

Cuando repasamos auditivamente la canción que da título al disco, podemos entender que las ideas de Aragón en torno al universo musical de Pablo estaban en plena alineación, al punto de no concebir un arreglo meloso o aburrido, sino dotado de un concepto de misturas y en concordancia con el mundo circundante de aquellos años: Aragón era un conocedor del jazz y de grandes pianistas como Herbie Hancock, Chick Corea o Keith Jarrett. Sin llegar a emparentar la canción con el jazz, sí podemos percibir la huella de Aragón en diferentes momentos de la misma con improvisaciones y moñas [2] atípicas para la trova y la época. Fue él precisamente, Aragón, quien asumió la dirección musical del disco y en cada tema pueden apreciarse genialidades y rupturas bien concebidas, al punto de experimentar con timbres de sintetizadores (poco comunes en la Cuba de aquellos años) así como utilizar orquesta de cuerdas, sección de metales y flauta en buena parte del disco. Si mal no recuerdo (y lo expresó en alguna que otra charla con su hijo, el también extraordinario Jorgito Aragón Jr.) dichas colaboraciones con orquesta las hacía con la Camerata Brindis de Salas, dirigida por el desaparecido maestro Tomás Fortín.

Otra canción del disco que merece una llamada de atención es A veces cuando el sol, una colaboración autoral de Pablo junto al trovador holguinero Ramiro Gutiérrez Pavón, cuyo arreglo sobresale por sus afluentes cercanos al son e introduce cuerdas, bajo, piano, percusión, tres y flauta —esta última marca buena parte de la guía melódica—, además de dos interesantísimos solos de tres y uno de piano al finalizar el tema, algo más que inusual para la sonoridad trovadoresca de los 80s. Aragón, sin embargo, siguió apostando por esa sonoridad experimental y utilizó una similar fórmula de morfología instrumental con cuerdas, piano, bajo, percusión y tres, pero sin flauta, en el tema Ya se va aquella edad, que junto a No ha sido fácil, fueron canciones por encargo para la gustada serie Algo más que soñar. En ambos casos la finalidad y utilización de cada una en la serie tuvo un leitmotiv bien diferenciado: Ya se va… marca musicalmente una etapa de nostalgia y añoranza por la cubanidad, enfrentada por los protagonistas durante la guerra de Angola a través de las remembranzas hacia su tierra natal mientras están lejos de esta, mientras que No ha sido… fue concebida como tema de presentación y orquestada para ello con vientos, cuerdas y la banda de Pablo, además de tener una muy coherente línea progresiva que nos lleva a un cénit sonoro y dramatúrgico bien sísmico, sobre todo para los que vivimos esa etapa y comprendemos, además del lenguaje musical, toda la simbología que representa la canción.

Pablo Milanés y Jorge Aragón durante un concierto en La Habana, en 1984. Fotograma: Tomado de perfil en Facebook de Jorge Aragón

Y si de jazz hablamos, con la más delirante fusión trovadoresca liderada por Pablo y su banda en este disco, llegamos a Los años mozos, un divertimento sin precedentes en su obra grabada hasta 1985, donde además son evidentes los roces con el feeling (recordar el LP Filin de 1981, mencionado al principio) y donde hay dos pilares tímbricos identitivos: el sonido electrónico brindado por la introducción de sintetizadores interpretados por Aragón, así como el propio Pablo haciendo extraordinarios vocalizos jazzeados y rompiendo toda lógica inherente a lo considerado ortodoxo para la época, reitero.

Quedan más detalles y análisis, y por eso pienso que hoy, casi 40 años después de aquella aparición discográfica, podemos afirmar que es un fonograma clásico, de bifurcaciones sonoras y senderos experimentales donde la poesía y la genialidad de aquella banda —lamentablemente fallecidos todos— están exentas de cualquier cuestionamiento musical.


Notas:

[1] LP: Long Play. En los discos de acetato era la denominación para referirse a los más grandes, que luego en español nombraríamos LD o Larga Duración.

[2] Moña: término usado en la jerga musical cubana que se traduce en acorde o pasaje complejo, jazzeado, difícil.

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