La voluntad integradora de la poesía

Norberto Codina
18/9/2019

Pese a mi vínculo con la revista Unión hace décadas, incluyendo una vecindad literal y literaria de más de treinta años y haber tenido allí a varios buenos amigos, o tal vez por eso mismo, según recuerde es la primera vez que escribo un comentario sobre ella. Y esto lo hago motivado a que me propusieran presentarla y a que en los últimos tiempos Nancy ha logrado rearmar un equipo con Gaetano, Eduardo y Dianela que ha permitido que la publicación, tras muchos y sufridos avatares, recupere su periodicidad, lo cual es lo primero que debemos celebrar.

No soy partidario de hacer en las presentaciones correspondientes un recuento del índice del número que se aborda, sino más bien indagar en la posible dramaturgia resultado de su edición. Pero creo que por el interés de varios de los trabajos aquí compilados habrá un poco de ambas lecturas en mi aproximación a estas noventaiséis páginas de su número noventaicinco.

Cubierta de la Revista Unión, numero 95. Foto: Cortesía del autor
 

La poesía es el eje temático central, y no podía ser menos pues como se reconoce en la primera línea de su nota editorial “siempre ha sido la expresión poética, en diversas lenguas, cénit de esta revista”, representación de lo cual aquí se recoge una muestra significativa en toda su diversidad indagatoria. La historia, como tragedia o comedia, no es más que la entonación fragmentada y diversa de algunas metáforas. Thomas De Quincey expresa plenamente la ambigua actitud del arte poético: “Un modo de verdad, no de verdad central y coherente, sino angular y fragmentada”.

En ella encontramos una voluntad de comunicación y un poder más allá de los dogmas de todo tipo, de las cada vez más abismales diferencias de clases, de una sociedad estandarizada y manipulada por las transnacionales de la información, que Buñuel llamara demonizando uno de los cuatro jinetes del apocalipsis contemporáneo, en un planeta que se suicida cada día.

A Pablo Armando Fernández y a sus noventa “marzos” está dedicada en parte esta edición, y por eso quiero comenzar citando el agradecido ensayo de Juan Nicolás Padrón. Pero pese al rigor de su exposición el autor no puede escapar a una de las trampas de la imaginación “pabliana”, cuando cita 1930 como su año de nacimiento. Todos sabemos que Pablo siempre ha fabulado con muchas cosas, ya sean cotidianas o trascendentes, y de ello no escapan las fechas, pues ha celebrado indistintamente sus natales en el 29, 30, 31…y si lo dejamos… Esto me recuerda a otro admirado amigo, el legendario pelotero Minnie Miñoso, que hasta el día de hoy ha desconcertado a sus exégetas. Pero la prueba de carbono catorce no falla, Minnie nació en el 23 y PAF en el 29, de ahí en su caso la celebración que nos convoca.

Pablo Armando Fernández, poeta cubano. Foto: Internet
 

A tenor del nacimiento del poeta que merece su estudio, Padrón rinde cardinal reconocimiento al “espacio literario mítico” que es el central Delicias. En los hoy lejanos setenta le confesé a Pablo que su texto de mi preferencia era el prólogo que escribiera para Cumbres borrascosas, en la edición de la canónica colección Biblioteca del Pueblo, donde registra de manera entrañable el batey de su infancia. Autor de reconocidos títulos de poesía y narrativa siempre entendió y agradeció esa lectura, que para nada soslayaba el resto de su obra, lo cual corrobora lo expresado por Juan Nicolás sobre esa “educación sentimental”.

Nos rencontramos en estas páginas con Toda la poesía de quien tiene un sitio permanente en nuestras letras. En lo puntual de este texto echo en falta reconocer la influencia de Emilio Ballagas, uno de los imprescindibles, del que fuera amigo y discípulo. Y comparto con Padrón la semblanza de un Pablo “cariñoso y festivo” en el perfil de su obra y humanismo, que pudo escribir en una dedicatoria cualquiera: Hijo mío, hermano, amigo /vuelve tus ojos a ese día, /a ese hecho, a esa razón /y con él, en ellos /nos reencontramos.

Retomando la lógica del sumario, y siguiendo el curso de la memoria misericordiosa de la amistad, este número se inicia con la evocación de dos colegas fallecidos en los últimos meses, el recordado Eloy Machado, “el ambieco” que fuera merecidamente bautizado “el poeta de la rumba”; y Nicolás Dorr, quien de niño se diera a conocer como dramaturgo, desarrollando una larga y meritoria trayectoria que le valiera el Premio Nacional de Teatro, y se consagrara en la madurez como novelista.

Unión en su voluntad ecuménica de ser “expresión poética, en diversas lenguas” nos brinda una excelente selección de autores como Raymod Carver, una representación significativa de la llamada “generación beat”, y otros poetas como Edwin Muir y el canónico Giuseppe Ungaretti, con la traducción y oportunas notas de Gaetano Longo y Eduardo R. Gil.

En el caso de Carver valen destacar sus textos en prosa sobre el oficio de escribir y su maestro Antón Chéjov, relación con el gran escritor muy bien subrayada por Gaetano. Un libro delicioso que leí hace un tiempo, la correspondencia de Chéjov con Gorki, refrenda la condición de contemporáneo del autor ruso que a tantos lectores, espectadores, escritores ha seguido influyendo hasta el presente, pues como se dijera del propio Carver, con su escritura transforma “nuestra manera de percibir la realidad”. Quiero igual agradecer lo que escribe y sugiere Eduardo sobre la generación beat en lo que da en llamar con acierto “Juglares de la era de la bomba H”.

La poesía en nuestra lengua aparece con dos nombres españoles, Ramón García Mateos y Santiago Montobbio, que la revista nos ayuda a descubrir. Y con dos compatriotas ya establecidos en nuestro panorama literario, como el manzanillero Alex Pausides y el santiaguero Rodolfo Häsler, discursos que desde la isla profunda y la diáspora se religan. En su breve y medular acercamiento a Pausides, Nancy Morejón trae a con justicia a colación a amigos ya desaparecidos, como tempranamente lo fue Luís Diaz Oduardo, o muy recientemente el venezolano de Mérida Edmundo Aray o el imprescindible Roberto Fernández Retamar, con quien coincide —coincidimos—, en la justa valoración del poemario Ensenada de Mora.

En diálogo con las evocaciones y homenajes que, junto a la poesía, desde las primeras palabras conforman el diseño de esta entrega, debo mencionar la ocasión de cómo de la mano de su paisano Javier Villaseñor nos llega uno de los autores mexicanos más reconocidos en el ámbito literario cubano, el sabio Alfonso Reyes, intelectual prolífico y universal (por cierto, entre otros tradujo a Chéjov). Como ejemplo de la admiración que mereció entre nuestros escritores, vuelvo a recordar a Retamar que tan presente lo tuvo. Y ese reconocimiento que ha tenido entre nosotros en parte se debe a lo que aquí se expresa, pues “cuando en su época se buscaba lo mexicano a través de lo mexicano, él supo verlo en el rostro de cualquier cultura”.

Artista Flora Fong. Foto: Internet
 

He dejado para el final, más allá del estricto orden de la paginación, a la artista invitada Flora Fong, pues indiscutiblemente sus piezas son depositarias de lo que Nancy apunta como fruto del sincretismo criollo, “esa combustión interna de nuestro ser”, y que a Flora le llega por esas tres poderosas corrientes inmigratorias nacionales, que dialogan con el tejido poético que discursa en estas miradas. Aquí están como poemas “Diez minutos de descanso”, con la coladera tradicional de nuestro café, o “La fruta Bomba Caribe”, con la papaya tan celebrada en nuestra cultura popular. Pintura, caligrafía, metáforas, que son vasos comunicantes de símbolos expresivos de lo cubano.

Tal vez la mejor definición para cerrar este número noventaicinco de Unión, sea citar lo que mi querida Graziella Pogolotti dice de la pintora: “la clave poética (…) está en su voluntad integradora”. Y de eso van estas páginas.