Para conmemorar el Día del Son, no por gusto fue escogida esta fecha del 8 de mayo en homenaje al natalicio de dos cultores imprescindibles del son como es el caso de Miguel Matamoros y Miguelito Cuní, además de ser el mes en que también vinieron al mundo otros dos grandes del género como Ignacio Piñeiro y Pio Leyva.
Aunque dicha celebración fue avalada por todo el peso de una representatividad oficial del rango del Instituto Cubano de la Música, corresponde al maestro Adalberto Álvarez haber liderado semejante acción patrimonial del pueblo cubano. Nadie mejor que él conocía de la perentoria necesidad de plasmar el reconocimiento del son con la hidalguía y el respeto que se merece, como portador de nuestra identidad como bandera. El son, tanto para quienes lo interpretan como para quienes lo disfrutamos con el baile, contiene el inconfundible acento de un lenguaje musical, desbordante de vida y de invención rítmica con el cual nos sentimos plenamente identificados.
Nos sentimos orgullosos de pertenecer a la nación originaria del Son, esa música que llevamos impregnada en el alma.
Para nada es casual que desde el Septeto Nacional Ignacio Piñeiro hasta el propio Adalberto, pasando por una infinidad de prestigiosos nombres como los de Arsenio Rodríguez o Benny Moré, en todos ellos encontramos esa presencia de una calidad que se corresponde con una indiscutible jerarquía artística, marcada por la impronta del sello personal que los distingue.

Esta huella de identidad en el son, no ha sido concebida como una etiqueta para que se repita insensiblemente a través de los años, sino que debe de ser recibida por cada nueva generación, la encargada de enriquecerla desde sus propias perspectivas coyunturales. Sin embargo, independientemente de las innovaciones aplicadas para cada momento, las oportunas observaciones de alguien con la autoridad de Alejo Carpentier, constituyen una conceptualización de permanente valía.
Para esta figura cardinal de la cultura cubana, “una composición es algo más que un conjunto de notas lanzadas en el espacio. Es un cuerpo musical. Y como todo cuerpo, tiene que estar orgánicamente concebido”, asevera el afamado escritor. Por lo tanto, tiene mucha razón cuando advierte a quienes, como víctimas del aplauso prematuro, prefieren ignorar semejante precepto y promueven un estilo sin la coherente unidad requerida, por lo que corren el riesgo de caer despeñados por barrancos y en tembladeras.
Por suerte, nuestro paladar auditivo está más que absolutamente adaptado para identificar el auténtico sabor del criollo tumbao en el son, gestoque de hecho nos hace soñar despiertos al sentirnos orgullosos de pertenecer a la nación originaria de esta música que llevamos impregnada en el alma.