Longitud de onda: belleza y simulación

Maikel José Rodríguez Calviño
21/11/2017

En el heterogéneo panorama visual cubano más inmediato, la construcción de realidades otras a partir de materiales y técnicas no tradicionales ni privativas de las Bellas Artes constituye una praxis cotidiana. Las poéticas contemporáneas apuestan cada vez más por la comunión de disciplinas y la consciente contaminación entre esferas del conocimiento humano dispares en apariencia: parcelas intelectivas que, al mezclarse y dialogar, van configurando zonas estéticas fundamentadas en la ambigüedad y la simulación.


Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena
Foto: Internet
 

Un buen ejemplo de esta contaminación técnica y simbólica podemos encontrarlo en Longitud de onda, muestra bipersonal de Alejandra Oliva y Manuel Daniel Lugo que acogió la sala expositiva de la Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena.

En materia física se conoce como longitud de onda a la distancia real recorrida por una perturbación cualquiera (u onda) durante un período de tiempo específico. Esta breve definición contiene dos términos básicos (perturbación y tiempo) que nos permitirían definir una exposición fundamentada en opuestos reconciliables: verdad y mentira, realidad y ficción, esencia y sustancia, academia y antiacademia, tradición y contemporaneidad.     

Cables que semejan raíces de inflorescencias construidas con metal, flexos de neón y césped artificial; cubos de resina que muestran las piernas de nadador estático cual insecto atrapado en una gota de ámbar; rostros moldeados con papel, madera y vidrios, e iluminados mediante bombillos led; espejos que muestran alientos espectrales fabricados con resina dammar… Ciencia, tecnologías, soportes y símbolos se dan la mano en discursos que quiebran las fronteras matéricas y funcionales de artefactos y sustancias industriales para reflexionar sobre la condición objeto-obra de arte, la capacidad reinterpretativa de los creadores y los estrechos vínculos entre esencia y sustancia.    

Tal vez las piezas que mejor condensen el espíritu de la propuesta sean Providencia y Falacia. La primera muestra a una suerte de pálido bonsái cuyas “hojas”, desperdigadas a su alrededor, no son más que esas virutas de madera obtenidas al sacar punta a lápices de colores. La segunda encapsula entre paredes de acrílico un fragmento de paisaje costero cuyas aguas se desdoblan en docenas de perlas.  El término “falacia” (entendido como un argumento verídico en apariencia) vuelve sobre la idea del simulacro, condición inherente al resto de las obras y, por consiguiente, al proyecto curatorial.

En mi opinión, el mayor logro de la exposición radica en la capacidad que demuestran Alejandra y Manuel para ensamblar objetos hermosos. El arte contemporáneo, de profundo basamento conceptual, combate a lo bello (en su acepción más académica) con propuestas cada vez más apartadas del goce retiniano. Por fortuna, Longitud de onda demuestra que concepto y belleza pueden ir de la mano; lección que no han aprendido muchos de nuestros artistas más jóvenes y contestatarios.              

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