Los cuatro Enriques de la televisión cubana
26/10/2020
Los que rondamos la tercera edad y quienes ven abundante televisión, incluidos los kinescopios en blanco y negro de antaño, hemos disfrutado de la maestría interpretativa de los cuatro grandes Enriques de la television cubana: Arredondo, Santiesteban, Almirante y Molina, este último activo y lanzando destellos en cada actuación.
El cómico por excelencia del teatro y la televisión, el hombre de los mil dicharachos y las mil poses que hizo reír a varias generaciones de cubanos, tal fue Enrique Arredondo (1906—1988). En Arredondo, primero fue el teatro. Después la radio y la televisión. Difícil es seleccionar de entre tantos artistas cubanos a los más queridos, a los más simpáticos, a los de mejor desempeño… porque han sido muchos. Pero es indudable que en Enrique se reunieron tres características primordiales: carisma, simpatía y calidad.
“Monarca del disparate y del absurdo, y soberano de la risa” lo calificó el periodista Mario G. del Cueto. A diferencia de otros actores con marcada aceptación para una generación y no para otra, Arredondo se embolsilló a grandes, medianos y chicos. Creó personajes en los que su voz y estilo, su gestualidad y fisonomía, encajaron a la perfección. Cheo Malanga, Bernabé, el doctor Chapotín formaron parte de Enrique Arredondo y, a su muerte, marcharon con él para nutrir el recuerdo de tan singular comediante.
El más simpático de los “guapos” de la televisión cubana, Cheo Malanga, apareció como personaje esporádico en el Show del mediodía; desaparecido por un tiempo, regresó con San Nicolás del Peladero. Otro personaje popular, Bernabé, llegó con Detrás de la fachada, junto a los animadores del programa, Consuelito Vidal y Cepero Brito.
Cuenta Arredondo en su autobiografía La vida de un comediante (1981) que “un día, caminando por el parque que está frente al antiguo Ayuntamiento, coincidí con la salida de un colegio y sin saber cómo y por qué, ¡los niños se abalanzaron sobre mí! Unos decían Cheo Malanga, y el resto, en su mayoría, Bernabé”.
Algunas de las expresiones típicas de Arredondo han devenido parte de la fraseología popular, como es el caso de “No puee seee”, “¡Ah, bueno, así sí!” y “¡Atrevidooo!”.
Murió el 15 de noviembre de 1988. Vivió 82 años, la mejor prueba de que la risa y el trabajo son adecuada terapia para conseguir la longevidad.
Santisteban (1910—1983) fue el Plutarco Tuero, alcalde entre cínico y simpático del programa de televisión San Nicolás del Peladero, quien siempre junto a su esposa de la pantalla chica, la no menos inolvidable María de los Ángeles Santana, en el papel de doña Remigia, la alcaldesa, entró en nuestros hogares semanalmente a lo largo de veinte años. Santisteban era entonces —década del 70— un actor veterano. No podía hacer el galán (que lo fue), pero sí adaptar su capacidad histriónico-camaleónica a cualquier carácter, fuera en la comedia o en el drama.
Pero hay más. Enrique protagonizó una de las películas más populares (y más vistas) del cine revolucionario, y lo hizo tempranamente, en 1962. Se tata de Las doce sillas, dirigida por un Tomás Gutiérrez Alea en posesión ya de su espléndido talento. De la inmanencia del filme da cuenta el interés que aún despierta al cabo de medio siglo de estrenada. También dirigida por Gutiérrez Alea, Los sobrevivientes, de 1978, nuevamente trae en planos protagónicos a Santisteban, acompañado de Reinaldo Miravalles, Vicente Revuelta, Carlos Ruiz de la Tejera y Ana Viña, envueltos en el drama de una familia de la alta burguesía empeñada en continuar su vida “de antes”, al margen de los cambios que se suceden en el país, a partir de 1959. Es esta, como Las doce sillas, una cinta capaz de “sobrevivir” a las instancias de este y cualquier otro tiempo.
No podemos afirmarlo con el aval de una estadística, ni con la certeza del erudito, pero sí nos atrevemos a considerar a Enrique Santisteban uno de los actores más completos y populares —de cine, televisión y teatro— entre aquellos que permanecieron en Cuba después del triunfo de la Revolución… si bien Enrique ya era una bien pagada estrella antes de 1959.
De su calidad interpretativa dan prueba los premios Talía correspondientes a 1952 y 1953, por sus interpretaciones en las obras Estuve una vez aquí y La luna está azul. Para la pequeña pantalla hizo Santiesteban mucho teatro, que los televidentes siempre agradecen, desde Shakespeare y sus tragedias, hasta Víctor Hugo, personajes biográficos (Emilio Zola y Luis Pasteur, entre otros), comedias… Y más recientemente se le vio en dos clásicos de la televisión: las recordadas series En silencio ha tenido que ser y Julito el pescador, de fuerte repunte heroico, en las cuales se combinan los elementos del contraespionaje y la aventura con la realidad y la ficción.
De Enrique podía esperarse mucho aún cuando a la edad de 73 años falleció en un accidente automovilístico. Para algunos, se trató del más completo de los actores cubanos de la televisión, para otros, no tanto. Pero sin discusión entre los mejores, lo cual no es poco. Tanto que todos guardamos un recuerdo muy personal del señor actor.
El tercero, Enrique Almirante (1930—2007) no solo fue un gran actor sino además uno de los galanes jóvenes de la televisión cubana de finales de la década del 50 e inicios de la siguiente. Al principio no pensó ser actor, prefería los deportes, tensaba los músculos y cursaba el bachillerato, estudió comercio, en fin, era la de Enrique una vida apacible y muelle… Así hasta que, a instancias de los amigos, se inició como artista y ya en 1954 entra a trabajar para el Canal 4 de la televisión y en 1957 pasa a CMQ, que es más fuerte y lidera las preferencias.
La cantidad de programas en que este Enrique actuó, en condición de protagonista, invitado, reparto y actuaciones especiales, es difícil de almacenar en la memoria de quien redacta, y su popularidad alcanzó un nivel enorme, con una preferencia sostenida. Incluir a Almirante en el elenco devenía éxito seguro de teleaudiencia para los directores, fuera en el cine o la televisión.
El programa Aventuras, surgido en 1963, televisado por unos cuantos años y de gran rating, lo tuvo de protagonista en más de una de sus series. Fue el Capitán Nemo de Veinte mil leguas de viaje submarino, Robin Hood, el justiciero de los campos de Sherwood, Sandokan, el tigre de la Malasia… Fue, sencillamente, un ídolo. Pero su diapasón artístico se expresó en diversos géneros: la comedia, el drama, la aventura, el policíaco, la animación, el teatro, el cine… Su huella es grande, y desde hace algunos años se le rinde homenaje en el premio que lleva su nombre.
Cierra nuestro recorrido Enrique Molina (1943), que ha hecho de todo en televisión… menos de galán. Para Molina, cualquier personaje difícil se convierte en un reto personal, en un compromiso de entrega profesional. La televisión y el cine no le han dado tregua. Es santiaguero, y he escuchado (no lo aseguro y tampoco lo dudo) que fue gastronómico en los inicios. ¡Cómo gira la Tierra! La palabra que más se ajusta al quehacer de Enrique Molina es la versatilidad. Y entre sus actuaciones memorables está el Lenin de El carrillón del Kremlin (que le exigió operaciones faciales), su presencia en el serial En silencio ha tenido que ser, el Silvestre Cañizo de la telenovela Tierra brava…
Maestro del escenario y Artista de Mérito del Instituto Cubano de Radio y Televisión, quien redacta lo tiene entre sus favoritos. (¿Usted no?)
Ahora que recuerdo la obra de Oscar Wilde titulada en español La importancia de llamarse Ernesto, pienso en los jóvenes y el compromiso que entraña llegar a la televisión llamándose Enrique. Pero tal vez sea positivo que así sea, y lo tomen como un reto de estudio, consagración, profesionalidad y sobre todo, respeto al público. Así lo asumieron estos cuatro Enriques de los cuales puede la television cubana sentirse honrada.