Prosa que sobrevuela los hierros del ingenio, eso es el nuevo libro del escritor y periodista Reynaldo Cañizares, con un título de por sí intrahistorista: Los negros de Ferguson. Esta nueva entrega es otra de sus sagas neo-policiales que no es más que un pretexto para volver sobre las escaramuzas de hombres simples de barrio que, desde los bateyes, entran por las puertas de los ingenios, embarrados de melaza como en un cuadro de Mendive. Y, mientras, de fondo, se escucha el ruido acompasado de la maquinaria y a lo lejos del relato, se enlaza el otrora Nazabal como una anodina comparsa de los centrales azucareros que no molerán nunca más.

Sabe Cañizares colar por el hueco de la estera, los conflictos soterrados, contados entre casa de calderas, nada que no sea del reino de este mundo. De la galería de personajes que sobrevuelan la torre del coloso de El Purio, además de Orrantia, Tabaquito, Mamuza, Tachino y Palillo, sobresale Cigarreta el jefe del sector de la Policía, imperfecto e impúdico vigilante que trata de evitar el inevitable tráfico de azúcar y de mieles y que tiene, además, como misión importante, seguir y apresar in fraganti al sospechoso principal: Negro cabeza fría.

“Motivos de un son, a lo Cañizares, a su propia negritud de afrodescendiente, el texto elogia la luz de Nicolás Guillén en otro solar de imágenes”.

Categoría histórica de la causa y el efecto de los abalorios amorosos de Negro cabeza fría con Olga Lidia y Elisa, de sus misterios y sus erotismos en medio de la urdimbre negra y fisgona de la ciudadela de la Rebambaramba y de los negros del barrio de Ferguson.

Cañizares rememora y fabrica, con el arte y la tradición familiar azucarera (aunque Negro cabeza fría difiera de ese mimetismo generacional, es decir, tanta cachaza mental en el árbol genealógico), una obra literaria que llena los intersticios espirituales de una industria iconográfica en Cuba. El autor cristaliza con su verbo sencillo y crudo, un tema recurrente en la historiografía insular, pero poco tratado en la novelística de la mayor de las Antillas. Motivos de un son, a lo Cañizares, a su propia negritud de afrodescendiente, el texto elogia la luz de Nicolás Guillén en otro solar de imágenes, en la ruralidad de una ensoñación humana que divierte, que escuece, a veces, por lo escabroso de algunas historias rocambolescas de esos lugares otros, que no nos dejan de fascinar porque siguen encantados en su exclusivo verso.

Los negros de Ferguson se va a entronizar en las copillas de los molinos; va a roer en las centrífugas de los admiradores del neo-policial, porque pienso que la agudeza del texto está en la capacidad del autor de observar el humo desde la altura de lo no contado, dentro de ese herraje que se evapora si el escritor no lo remuele en el recuerdo de un simple piso de azúcar, con sus hombres y mujeres tiznados de la emoción de la convivencia cotidiana.

Más allá de la insondable trama del género, como otros tantos subterfugios que nos quedan por descubrir en la piel púrpura de la literatura cubana, se trata de un aporte tangencial a la memoria de luces y sombras de sus protagonistas y a esas fábricas de Cuba, que todavía reviven el olor a melaza.