Los noventa de Moraima Secada
8/9/2020
Cada vez más se valora la integralidad del artista. Ello no es por capricho. Así, tan importante para quien canta es la voz como su personalidad y proyección escénicas. Moraima Secada tuvo la una y la otra, razón por la cual se la recuerda y se la admira, aun cuando han pasado más de treinta años de su deceso.
Quien escribe un día se le acercó a pedirle unos breves testimonios acerca del compositor Juan Arrondo. La Mora sin pensarlo dos veces accedió, dio su dirección y propuso una hora. Cualquiera podría pensar que una artista de su relieve viviría en una “mansión”. No era así, en un apartamento en altos de la calle Príncipe, a unos pasos del Monumento Nacional Fragua Martiana donde José Martí adolescente arrastró el grillete colonial, vivía ella. Todo muy modesto, como la diva en sí. Una segunda visita, esta vez para que me comentara sobre el sonero Miguelito Cuní —a quien definió como “el son personificado”—, tuvo lugar a mediados de septiembre de 1984. Una cierta tristeza revelaba su rostro. Poco después, el 30 de diciembre de ese año, murió.
María Micaela Secada Ramos nació el 10 de septiembre de 1930 en la ciudad de Santa Clara, capital de la provincia de Villa Clara y reveló una facilidad precoz para el canto. Desde pequeñita se presentó en una emisora de su ciudad natal; pero con el traslado de la familia hacia La Habana, en 1940, se abrieron otros horizontes que ella aprovechó. Segura y decidida, se presentó con poco más de diez años en el programa radial La Corte Suprema del Arte, de la emisora CMQ, cantó un pasodoble y como no le fue mal siguió adelante.
Fue la época en que un puñado de jóvenes artistas (compositores y cantantes) experimentaron con un nuevo estilo de expresar la canción, el feeling, cuya ortografía muy pronto será castellanizada. Conoció entonces a José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Luis Yánez y varios otros compositores que hacían canciones con filin y dentro de ellos se insertó, aún adolescente. Ella puso la voz y el sentimiento, el temperamento, el carácter —porque tales atributos los llevó siempre consigo—; aunque entretanto, cuando regresaba a la realidad, tuviera que desempeñarse como operaria en una tintorería de Centro Habana.
A la orquesta femenina Anacaona llegó en 1950. Era aquel un paso importante, las anacaonas gozaban de prestigio y tradición en la música. Así que de repente, sin mucho esperárselo, Moraima se vio montada en un avión, viajando por Venezuela, Haití, Santo Domingo, pero sobre todo ganando experiencia y completando su formación interpretativa.
Otro paso no menos significativo lo dió en 1952. La arreglista y pianista Aida Diestro la llamó para que integrase el cuarteto fundacional D’Aida. Representó aquel el momento de encuentro con Elena Burke y las hermanas Omara y Haydée Portuondo. Debutaron el 16 de agosto de aquel año, a solo un mes de fundarse el cuarteto, en el programa de televisión Carrusel de las sorpresas. Después lo hicieron en El Show del Mediodía y llegaron los contratos para trabajar en cabaret, porque el cuarteto alcanzó un éxito inmediato.
Con la agrupación viajó Moraima a Nueva York, Venezuela, México, Argentina, Uruguay, Chile y Puerto Rico hasta 1960 en que se separó de las D’Aida e integró como vocalista el grupo Los Bravo y el cuarteto de Meme Solís, para después dar paso a su carrera de solista en la radio, la televisión, el cabaret y las salas de teatro, amén de los varios discos que grabó para el sello Areíto.
Muchos números tuvieron en la voz de Moraima una interpretación sui generis: “Perdóname conciencia”, de los compositores Giraldo Piloto y Alberto Vera, uno de los más recordados; pero también “Depende de ti”, “Me encontrarás”, “Vuélvete a mí”, “Ese que está allí”, “Me niego”, en relación donde destacan los géneros canción y bolero.
Uno de los momentos memorables que suelen recordarse recogió la fusión de las voces de Elena Burke, Omara Portuondo y Moraima Secada para cantar en 1983 la canción “Amigas”, de Alberto Vera.
El musicólogo Raúl Martínez ha escrito que Moraima “con su peculiar voz y estilo dramático y a veces patético, muy contrario a su personalidad alegre y bromista, conquistaba a todos” en sus recitales. Es cierto, tanto que esa, su voz, sigue siendo parte de la memoria auditiva de los melómanos cubanos.