Mario Delgado Aparaín: La literatura es una audacia lúdica

Liliana Molina Carbonell
19/2/2016

Argentina, 1974. En una pensión de la Avenida Corrientes, Mario Delgado Aparaín —25 años, exiliado, hijo de ese Uruguay profundo que recrean varias de sus historias— descubre el sentido de la literatura como una “operación de rescate”. Pequeños acontecimientos, susceptibles de ser olvidados, empiezan a definir su incursión en el arte de la palabra escrita y revelan, además, un auténtico compromiso con la posibilidad de resistencia de la memoria.

Diversos autores latinoamericanos y estadounidenses ya le habían sorprendido por su capacidad narrativa. Sin embargo, la aparición de un universo creativo propio no se hizo visible hasta que Aparaín llegó a la ciudad de Buenos Aires.

“Salí de un mundo muy lastimado, como era el Uruguay víctima reciente de la dictadura, y me fui a vivir a una pensión porteña llena de exiliados, llamada Mis noches tristes. Un día de apagón —que siempre he creído es uno de los mejores acontecimientos culturales, porque puede llevarnos a encender una vela, por ejemplo, y escribir apuntes nada más— comencé a cuestionarme de dónde venía y qué estaba haciendo ahí. De esas preguntas, y de los recuerdos de mi infancia en el campo, surgieron mis primeros cuentos”.

La presencia afrodescendiente está en la génesis de su literatura como una marca de identidad. Aquellos relatos poblados de personajes negros, advierte el escritor y periodista uruguayo, fueron un modo de rebeldía frente a la indiferencia y el olvido. El punto de partida, tal vez, de ese proceso de acercamiento permanente al devenir latinoamericano que se constata en su obra.

“Don Braulio das Neves, el abuelo de uno de mis compañeros de aula, era un formidable contador de historias y recreador de atmósferas. Su abuelo había sido secuestrado por traficantes portugueses en una aldea de la actual Angola, y llevado a la fuerza hasta Brasil. Según contaba Das Neves, durante la travesía, para darle ánimo a los otros encadenados, su abuelo les silbaba canciones de la aldea. Y Don Braulio nos silbaba esas mismas canciones a nosotros. En una hora nocturna, lograba resumir 200 años de historia. Con el tiempo, me di cuenta en Argentina de que eso no podía perderse y sentí que era mi responsabilidad rescatar aquellos recuerdos”.

“Lo primero que me enseñó el periodismo fue a ser responsable del lenguaje que iba a emplear".De sus inicios en la literatura, resultó la narración Cuento para madres negras, con la cual Aparaín no solo obtuvo su primer reconocimiento en un concurso literario sino, además, descubrió en el periodismo otro modo de expresión posible. La publicación de este relato en el diario Clarín, amplió sus vínculos con la palabra escrita y, según ha dicho, le abrió las puertas a una profesión que le apasiona y que ejerció durante más de 20 años.

“Lo primero que me enseñó el periodismo fue a ser responsable del lenguaje que iba a emplear. Siempre me gustó buscar la síntesis en la sintaxis: que una frase, hasta el momento del punto, sea una fuente de reflexión o de asociación de ideas. Y ello me obligaba a ser lo más conciso y exacto posible en el manejo del arte de la palabra. La simplicidad —asegura— no es contradictoria con la profundidad: se puede ser profundo y simple al mismo tiempo, y a plenitud. Eso fue algo que aprendí de mi trabajo como periodista”.

 

Escribir, el oficio más solitario del mundo
Los recuerdos de aquellos días de exilio en Argentina y de su infancia en el norte de Uruguay, narrados por un formidable creador de mundos literarios como lo es Aparaín, podrían emular con algunas de esas imágenes, casi cinematográficas, que emergen de sus novelas y cuentos. Sin duda, una expresión evidente de su temprano acercamiento al séptimo arte.

“Cuando tuve la oportunidad de vivir en un pueblo con dos y tres salas de cine, me convertí en un fanático. Iba a las matinés los domingos, y a veces veía hasta cuatro o cinco películas. De pura casualidad, una profesora nos dijo un día: si quieren percibir la inteligencia de los creadores, vean películas francesas y norteamericanas, porque en el caso de estas últimas, sobre todo, los guiones están redactados por escritores sin trabajo; algunos de ellos tan famosos como Dalton Trumbo y William Faulkner. Entonces empecé, verdaderamente, a respetar el cine”.

Su fascinación por el arte fotográfico y la construcción de imágenes devinieron, más tarde, en una influencia cardinal para asumir la creación literaria. Casi tanto como el aprendizaje que supuso la lectura de reconocidos cuentistas uruguayos, entre los cuales siempre menciona a Juan José Morosoli, Felisberto Hernández y Horacio Quiroga.

“Cuando escribo, intento prestarle especial atención a la construcción del pasaje circundante, para que el eventual lector se imagine, igual que yo, la escena del conflicto que se está desarrollando en el relato".El oficio de escribir —que considera el más solitario del mundo— representa, para él, no solo la comunión de todas esas influencias, sino también la posibilidad de construir un corpus propio en el que puede recrear mundos diversos. La visita de Aparaín a la Isla durante la XXV Feria Internacional del Libro de La Habana, ha permitido acercarnos a ese entramado creativo y conocer algunas de sus particularidades.

“Cuando escribo, intento prestarle especial atención a la construcción del pasaje circundante, para que el eventual lector se imagine, igual que yo, la escena del conflicto que se está desarrollando en el relato. Siempre me ha gustado tratar de narrar buenas historias y, para mí, esas son las que cuentan un buen conflicto.

“Algunas necesitan, en ocasiones, más territorio para desarrollarse. Incluso, a veces un cuento puede convertirse en germen de una novela, lo cual hace más extenso el planteo del conflicto, su desarrollo y desenlace. Creo que esa es una audacia muy lúdica, pues la literatura, durante el proceso de creación, hay que disfrutarla, no padecerla”, afirma el autor del relato Terribles ojos verdes, Premio en el Concurso Juan Rulfo de Radio Francia Internacional (2001).

Del mismo modo en que las historias de descendientes de esclavos poblaron sus primeras narraciones; varios de esos conflictos que a Aparaín le interesa contar, también tienen nexos ineludibles con las aproximaciones a la naturaleza humana en contextos de opresión. El tema de la dictadura en su obra está presente, por ejemplo, en dos novelas tan conocidas del escritor uruguayo como La balada de Johnny Sosa, traducida a 11 idiomas, y Alivio de luto, finalista en 1999 del Premio Rómulo Gallegos.

Según reconoce, aunque muchos autores latinoamericanos reprodujeron en su literatura el dolor que lleva implícito un régimen dictatorial, él prefiere sugerir la violencia, más que reflejarla de forma explícita en sus narraciones. “Tampoco me gusta recrear la tortura —señala— y eso que la padecí…”.

“A veces, sin embargo, uno va escribiendo y siente que le habita el rencor, pero no se puede caer al mismo nivel de ellos. Hubo un momento en que empecé a comprender que la forma de escribir una buena historia, con un personaje negativo de por medio, es tratando de desentrañar por qué una persona puede llegar a ser así.

“Creo mucho más desafiante aproximarse a la psiquis de ese individuo, que hacer de él una caricatura. Satirizarlo es facilísimo, pero lo fundamental es comprenderlo. Una vez que lo consigues, hay una de dos: puedes acabar con él de forma más expedita o puedes redimirlo. Y a mí me parece que se trata de eso: de redimir y salvar este mundo”.