Desde hace algunos años nuestro país celebra el Día de la Cultura Cubana cuando se conmemora un aniversario más de la primera vez que se escucharon en la liberada ciudad de Bayamo las notas de la composición patriótica compuesta por Pedro Figueredo. En 1892, en uno de los primeros números del periódico Patria, José Martí incluyó la partitura del himno, de modo que pudiera ser interpretado en los actos de las emigraciones cubanas.

Esta decisión, pues, se adelantó a su oficialización como nuestro Himno Nacional. A mi ver, ello demuestra la íntima relación que siempre el Maestro estableció entre cultura y nación, lo cual fue sustentado a lo largo de su vida y su obra. Para él, lo que hoy llamamos identidad nacional se forjó plenamente con la Guerra de los Diez Años, y su culminación sería con la “guerra necesaria” que él impulsaba, imprescindible para alcanzar una república distinta, “con todos y para el bien de todos” y que trabajaría por la acción unida de los pueblos de nuestra América. Por ello, los símbolos, los valores, las síntesis espirituales que aportan las artes y las letras fueron para él componentes esenciales de su propia personalidad, tanto en su condición de escritor e intelectual de hondo, abarcador y adelantado pensamiento, como durante el ejercicio de su liderazgo político al frente del Partido Revolucionario Cubano desde su cargo de Delegado.

Escritor de estilo absolutamente original, lo mismo en su poesía que en su periodismo, en su oratoria y hasta en sus numerosas cartas, sin olvidar sus piezas teatrales, traducciones y su brillante manejo de la lengua española —a la que aportó numerosos y atrevidos neologismos—, Martí fue un adelantado a su tiempo como persona proveída y aportadora de conciencia nacional, con sentido latinoamericanista y hasta universal, a quien nada humano ni natural le fue ajeno, todo ello sostenido en una formidable ética de entrega a sus principios y servicio humanista.

“Pensar a Martí”, de Kamyl Bullaudy. Imagen: Tomada de cubainformación

A mi ver, la fuerza de su acción y la permanencia de su influjo en la nación cubana, en constante aumento sistemático, han contribuido a materializar importantes rasgos de la espiritualidad y la conciencia cubanas. Y, particularmente en los ámbitos de la cultura artística y literaria, goza de peso especial, tanto por su obra creadora y la apropiación analítica de sus raíces, como por su difusión en Cuba y Latinoamérica. Tales rasgos, desde luego, lo han ido haciendo, cada vez más, un referente universal de nuestra cultura nacional y americana, necesario para los peligrosos y difíciles tiempos de esta contemporaneidad nuestra que amenaza la supervivencia humana y del planeta, es decir, de la propia cultura cosmopolita.

No por gusto escribió Martí: “Yo vengo de todas partes y hacia todas partes voy”. Ese abarcador sentido de su cultura es pilar de su influencia en su propio pueblo y en su creciente reconocimiento universal por las más diversas culturas.