La posición geográfica de Cuba la colocaba, o mejor dicho, la coloca, en condición privilegiada para el acceso a las Américas. Ello la convirtió, casi un siglo atrás, en punto de enlace al continente y en un verde oasis, al cabo de recorrer tanto mar y tanto océano. La aviación era una novedad, un suceso tecnológico y una noticia siempre atrayente en la prensa. En La Habana se detuvieron varios pilotos famosos, entre ellos el marqués italiano Francesco de Pinedo, en 1927, quien acuatizó en la bahía capitalina pilotando su hidroplano; Charles Lindbergh, en 1928, invitado a la Isla después de su exitoso vuelo solo y sin escalas sobre el Atlántico; los pilotos españoles Santiago Iglesias e Ignacio Jiménez en 1929, en su avión Jesús del Gran Poder, durante una escala como parte de un extenso viaje por varios continentes. Sin embargo, ninguno causó la impresión, mezcla de simpatía y admiración, dejada por el capitán Mariano Barberán y el teniente Joaquín Collar, pilotos del Cuatro Vientos y protagonistas  de uno de los vuelos más espectaculares del decenio del 30, desde Sevilla, España, hasta Camagüey, sin escalas y sobre el mar.

Joaquín Collar y Mariano Barberán.

Para que el lector de hoy tenga una idea ajustada acerca de la proeza, el Cuatro Vientos era una modificación española de los Breguet franceses, de construcción metálica revestida de tela y que alcanzaba una velocidad máxima de 320 kilómetros por hora; algo que por entonces era una verdadera temeridad, aunque la velocidad de crucero era de unos 180 kilómetros. El vuelo constaba de dos etapas, una hasta Cuba, y la segunda, de Cuba a México. 

El anuncio del viaje aguzó el interés en una y otra orilla. Existía aquí mucha expectación en la radio y la prensa, así como entre la población. Un titular del día 10 de junio de 1933 decía así: “A las 4:45 de la madrugada emprendieron vuelo hacia Cuba los aviadores españoles”.  El diario El Mundo, en su edición del día 11, ponía los pelos de punta a los lectores al informar que “ningún barco hasta ahora ha reportado haberlos visto”.

Pese a ello, en las primeras horas de la tarde, el Cuatro Vientos es avistado sobre Guantánamo, vuela a poca altura y el sistema de comunicación entre las estaciones ferroviarias va dando los partes hasta que finalmente aterrizan en Camagüey el mismo día 11, a las 15 y 39 horas, hora local, al cabo de casi 40 horas de vuelo. Tan pronto se supo del arribo el pueblo entero de la ciudad se volcó a homenajearlos. Cuando el aeroplano tocó tierra, apenas le quedaban 100 litros de combustible en los depósitos, lo cual les impidió seguir viaje hasta La Habana.

Primero descendió Barberán, el capitán del vuelo, y después el teniente Collar, quien se abrazó a una de las alas del Cuatro Vientos y exclamó: “¡Te has portado como todo un buen español!”.

Los traía una doble misión: la de carácter investigativo, es decir, la de realizar observaciones sobre el océano Atlántico y trazar una ruta, y la de contribuir al estrechamiento de los nexos culturales y afectivos entre los pueblos español y americano.

“La Habana rindió a los audaces un recibimiento sin precedentes”.

El 12 de junio, en la tarde, hicieron los pilotos la travesía hasta La Habana, donde el recibimiento fue multitudinario, como a héroes.  Ya en la ciudad capital no tuvieron un instante de descanso. Se les condecoró con la Orden del Mérito Militar, la Medalla de La Habana y se les entregaron las Llaves de la Ciudad. También el Comité de Sociedades Españolas los homenajeó en el Teatro Nacional. La Habana rindió a los audaces un recibimiento sin precedentes. Además, sostuvieron una conversación telefónica con el presidente de la república española, Niceto Alcalá Zamora, y con sus familiares. Ya en la noche del 19, listos para partir y desde las habitaciones del Hotel Plaza en las esquinas de Zulueta y Neptuno, Barberán pronunció sus declaraciones de despedida.

El pueblo habanero los vio partir con cierta nostalgia. Eran las 5:55 de la mañana del martes 20 de junio y el aeródromo de Columbia estaba abarrotado de curiosos y periodistas. El pronóstico era de mal tiempo para los ases del aire y el trayecto previsto hasta Ciudad México, de unos 1920 kilómetros, debía tomarles unas 12 horas.

“Forzados luego a un aterrizaje de emergencia en territorio mexicano fueron víctimas de un penoso final”.

Nada más se supo de los aviadores ni del aparato. El rastreo por tierra y mar fue intenso, con los más avanzados medios de la época y el más sincero fervor por encontrarlos, pero no se descubrieron sus restos ni los del avión. Hace algunos años pareció develarse la misteriosa desaparición de los héroes, ya convertidos en leyenda: forzados luego a un aterrizaje de emergencia en territorio mexicano fueron víctimas de un penoso final.

En Cuba, en México y en España se recuerda con admiración la proeza de Barberán y de Collar, aun cuando de ello hayan transcurrido 90 años.

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