Ojos, lenguas, orejas… Garaicoa en la UNAICC
17/12/2018
Muchos aguardábamos como cosa buena su nueva muestra personal, máxime si tenemos en cuenta que, una vez más, las artes visuales cubanas se encuentran en el ojo del huracán. Y allá nos fuimos, ansiosos y alertas, llenos de interrogantes, como ocurre siempre que nos enfrentamos a la obra de un creador tan significativo.
La espera valió la pena: así lo demuestran las seis piezas que actualmente ocupan varios espacios de la Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba (UNAICC). Tras varios años de ausencia en el panorama visual cubano más inmediato, Carlos Garaicoa nos sorprende con una exposición contundente, hermosa, lírica, que pone el dedo, el ojo, la lengua sobre mil llagas. Conectadas con propuestas ya conocidas dentro de su fructífera carrera, entre las que cuentan Continuidad de una arquitectura ajena (2002), La Internacional (2005), Overlapping (Superposición, 2010) y Yo nunca he sido surrealista hasta hoy (2017), las obras reunidas en Nada veo, nada digo, nada oigo parten del paisaje arquitectónico habanero para articular un discurso crítico sobre el devenir histórico y social de la nación.
La relación entre Garaicoa y la arquitectura cubana es compleja y estrecha. Nadie como él para transformar esa piel de rocas, metal, vidrio y concreto que los humanos construimos para guarecernos, en una zona conflictiva desde la perspectiva simbólica: en un espacio idóneo para la reflexión y la crítica, para que nos preguntemos de dónde venimos, qué somos, hacia dónde vamos. Gran parte de Nada veo, nada digo, nada oigo así lo demuestra.
En primer lugar encontramos Patologías urbanas, un site specific, realizado en el teatro auditorio de la UNAICC, que procura la interacción con el público y nos acerca a esas pequeñas «enfermedades» (cuarteaduras, humedad, deslizamientos de tierra, abandono) que minan la salud del patrimonio arquitectónico cubano, socavándolo y destruyéndolo progresivamente. En cuerda similar se encuentran la instalación Las raíces del mundo, donde el artista construye una suerte de juego de reflejos que equipara edificios significativos, tanto dentro como fuera de Cuba, con armas blancas de diversos tamaños, y los rompecabezas reunidos en Puzzle: serie fotográfica que nos invita a reconstruir espacios e inmuebles (hoy en franco deterioro o sometidos a procesos de restauración) ampliamente reconocidos dentro del paisaje urbano de la capital, entre ellos los hoteles San Carlos y New York, el Mercado de Cuatro Caminos y la calle Obispo. A dichas piezas se suman las cajas de luces reunidas bajo el título que también sirve de identificación a la muestra, la video-instalación Abismo y la instalación Sobre el bien y el mal se han escrito miles de páginas; esta última, en mi opinión, la más bella de la muestra, si bien no guarda una estrecha relación con lo arquitectónico.
Y es que, independientemente de sus innegables valores, Nada veo, nada digo, nada oigo no sigue una línea curatorial precisa. En ella, lo arquitectónico está presente; sin embargo, piezas como Abismo y Sobre el bien y el mal… se apartan del tema, acercándose a cuestiones de corte más universal (la perenne lucha del bien contra el mal, el absolutismo, la intolerancia, el genocidio y el abuso de poder, entre otras). Esto se debe a que la exposición, en realidad, busca mostrar piezas recientes, nunca antes exhibidas en la Isla, y no responde a un proceso de selección coherente y fácilmente identificable, centrado en una línea discursiva única.
Sin embargo, la muestra destaca por su calidad, máxime si consideramos que, en tiempos de seudocarreras construidas a base de escándalos políticos y arrestos policiales, de alharacas transitorias, poses y simulaciones, la capacidad metafórica del arte se nos revela como una herramienta imprescindible para reflejar con inteligencia y belleza problemáticas inherentes a nuestra realidad nacional más inmediata. Quien diga que la producción simbólica cubana más actual no puede asumir una postura crítica, que visite Nada veo, nada digo, nada oigo. Claro está: que vaya quien tenga oídos para escuchar, ojos para ver y lengua para hablar.