Mario Fabelo es un artista cuya temática de manera global es la libertad. Hay que anotar a partir de sus piezas y cuadros esa pasión que se nos representa como un incontrolado impulso de trascendencia y de pensamiento. La hondura de una pieza en particular nos lleva a asumirla como una especie de resumen de su panorama semántico y estilístico: se trata de la figura de un hombre alado que realiza un movimiento oblicuo sobre la faz terrestre. Esa picada, peligrosa, pero eternizada, se nombra Vientos de Libertad y ha sido galardonada a nivel internacional. Su significado, más allá de lo político, nos indaga internamente sobre lo que somos. ¿Queremos quedarnos en un plano donde no exista el pensamiento crítico o preferimos irnos sobre los vórtices de la vida, caer de plano y entrar en las aguas de un mundo que nos adversa a la vez que conmueve? La libertad no solo implica derechos, sino riesgos. Ese es el equilibrio que Mayito, como le llamamos los amigos, ha intentado.

La pieza posee rasgos que se entroncan con otras propuestas de Fabelo y que constituyen un todo discursivo, una cuña de significado que rompe con lo que por lo general se conoce en el arte cubano de matiz ideológico. No hay aquí la intención de sermonear, de hacer un obelisco desde el cual caiga la cascada de monsergas, no existe un impulso muerto de esos que hemos visto y que llenan murales mustios y obras para la intrascendencia. Mario Fabelo posee un nicho de creación que se emparenta con su propia esencia de vida, incluso con su estilo iconoclasta como ser humano. Quien sea capaz de calibrar sus obras tiene que adentrarse en el hombre que desde la humildad más llana ha sabido darnos lecciones sobre historia, identidad y cultura. Es en el patio de Fabelo donde han nacido canciones, cuadros, poemas, novelas de muchos de los creadores de la ciudad de Santa Clara, porque, eso sí, él es uno de los últimos reductos de la bohemia que caracterizara a la intelectualidad de antaño.

La pieza de Mayito puede apreciarse en la sede de Telesur en Caracas.

Fabelo y su esposa, la promotora cultural Karen, hacen un tándem perfecto cuando de hablar sobre creación se trata. Allí, entre los pedazos de acero y las piezas hechas a manera de bosquejo, se piensa, se recorren mil caminos una vez y otra y aparece en el horizonte la reflexión sobre el destino de Cuba. La génesis del arte de este autor sale de la oralidad, de la trasmisión de saberes por parte de los amigos y las lecturas sugeridas ante una metafísica e inexistente fogata. La metáfora del fuego como iluminación interna no puede faltar en el análisis de la obra de Mayito, quien además goza de una lucidez que le permite hacer tanto juicios estéticos como razonamientos desde el punto de vista trascendental. Su obra, que transcurre con universalismo, no carece de particularidades que la sitúan en el centro de la isla y que le dan un toque de singularidad. El Martí de Fabelo pareciera vivir en Santa Clara, o sea, no se separa de la angularidad de la isla vista desde uno de sus pedazos. En esa construcción multiforme de la patria se inscribe la reflexión de Mayito, a quien no le interesan los discursos, ni los protocolos ni las banderas enormes, sino esas banderitas de papel, más humildes, que la gente suele guardar dentro de un libro o que coloca en un vaso en lo más alto de una repisa en una vivienda.

Volviendo a la pieza, que ahora descansa en la sede de Telesur en Caracas, su representación de la libertad no es una ligereza monolítica. La cara del hombre es deforme, como una especie de masa que ha sufrido presión. Las manos se extienden en forma de hélice de avión y se tornan tensas, estiradas en un gesto de muerte. Las piernas, separadas, forman una extraña figura en el vacío que está culminada por un escudo con una estrella solitaria. El discurso se quiebra en forma de figuras y volutas en las alas, las cuales quieren trasmitirnos una esencia de otro mundo. No hay una política definida por los cánones, sino por la ausencia. Lo ligero de la pieza nos habla de que la libertad, tan necesaria como sueño, cae pesadamente sobre la faz terrestre en un viaje incesante de ascenso y de descenso. Esos son los ciclos a los cuales está abocado el artista creador que no desea establecer una verdad evidente, sino que propone una que sea alternativa y que subvierta el orden. Vientos de libertad traza, con su envase y contenido, la forma de las corrientes de aire en la caída del objeto y por eso se trata de una escultura cuyo movimiento está implícito como metáfora.

“La génesis del arte de este autor sale de la oralidad, de la trasmisión de saberes por parte de los amigos y las lecturas sugeridas ante una metafísica e inexistente fogata”.

El autor nos está diciendo que hay peligro en ser libre, pero es encantador en términos de existencia. No importa la caída, si se está acompañado de la verdad que ilumina. Y hay que buscar la referencia en miles de metáforas sobre lo caído a este mundo que aparecen en la historia del arte. El ser es un ser arrojado a este plano, con su imperfección, lo cual produce dolor, deformación y muerte. Pero caer es inevitable, forma parte del ciclo de la vida. Hay una visión heideggeriana en la obra de Mayito, si bien de manera inconsciente, esa que nos habla de que somos en la medida en que vamos al encuentro con un mundo caído y lleno de oscuridad. Nuestro fuego lo ilumina, pero paga el precio de ese pecado. Las alas del hombre que planea con angustia se tuercen, casi se parten, la tensión en la base de la escultura expresa ese gesto de sacrificio y casi podemos decir que en ese instante la obra salta de su condición y asume el ropaje de un ritual de carne y hueso.

Llegado este punto, la obra se deconstruye y se torna otra cosa. No está constreñida en el material del cual se hace, ni en la forma o el ropaje, sino que vuela y en esa acción encierra la esencia de lo que significa. Lo que vemos, lo tangible, son vehículos para el mundo del pensamiento. Ya una vez en el intríngulis del proceso analizamos que Mayito en realidad ha querido que vayamos a esa fogata del patio de su casa, donde en lugar del fuego real que quema y destruye hay uno que aúna voluntades y que nos puentea a los todos los que queremos un mundo más ético y estético. Su obra no tiene sentido si no hay una colectividad que la resignifica y la consume. O sea, no se hace para los salones y por ello hemos visto esculturas del autor en el salitre del Malecón habanero, deconstruyéndose de manera natural en un ambiente que cierra el ciclo semántico. Igualmente, si andamos las calles de Santa Clara, se verá que las figuras de Mayito descansan en los parques, donde también el agua, la lluvia, las temperaturas tienen un impacto. Él nos dice: “No quiero que me coloquen en un lugar donde todo vaya a durar, sino que las piezas nazcan, se desarrollen y mueran”.

¿Acaso hay una mayor libertad que la que emana de la conciencia de la muerte? El ser piensa porque sabe que poco a poco, desde que nace, está desapareciendo. Y en cada jornada se llega a conocer mejor, pero eso implica un avance mayor hacia la propia certeza del final. Heidegger habla de la existencia auténtica, esa que sabe que muere y piensa en torno a la existencia. Quizás en el arte haya que representar la caída muchas más veces para que quede claro cuál es el límite que la naturaleza nos ha impuesto y que nos convierte paradójicamente en seres divinos. Porque hay una inmortalidad incompleta en la reflexión sobre la caída, una que no evita que caigamos, pero que traza una línea muy fina y que nos hace autorreconocernos.

“Su obra no tiene sentido si no hay una colectividad que la resignifica y la consume”.

Mayito es mortal como hombre, pero inmortal como creador. Sus piezas mueren bajo los efectos del salitre y la lluvia, el sol, el sereno; pero renacen en el mundo de los significados y de esa manera se transforman en una criba mental en los públicos. Si el material con que se hacen las piezas es el acero, ello ocurre porque se piensa en los cerebros no como caja craneana, sino como material blando y contrapartida, que se puede hacer y deshacer con libertad y que el artista mira como su arcilla. Es la conciencia el universo del arte y no el espacio físico mutable, que cambia en dependencia de los intereses. Por eso el abordaje de los temas ideológicos por este autor no está inscrito en los grandes discursos, sino que privilegia las verdades fragmentarias e incompletas, los agujeros de significado y las dudas. La libertad no es un vuelo seguro, sino uno que conduce a la destrucción de lo real y el renacimiento más allá del plano de la comodidad y la desidia.

Mario Fabelo camina por las calles de la ciudad sin que muchos imaginen que este universo va con él. La última vez que hablamos fue junto a la estatua de Marta Abreu en el aniversario de Santa Clara. Agradeció en voz baja no ser convocado para el acontecimiento, ya que en su esencia de creador humilde laten otros tantos núcleos. La fama, el oropel, no le llaman la atención, solo le interesa ver con claridad. Huye de los micrófonos, de las bocinas, del movimiento ruidoso de la farándula y de los reconocimientos. No le interesa nada que no tenga que ver con su postura como intelectual del arte. Ese nivel de honestidad va acompañado de una visión crítica de la Cuba actual que se separa del acomodaticio puesto de hombre de éxito.

Más que hacer un arte visual, el autor nos invita a su mundo de pensamientos y allí hallamos una visión otra de cada uno de nuestros temores existenciales. Si el sujeto alado es recurrente en la obra de Fabelo eso solo quiere decir que le interesa que elevemos el vuelo en medio de la vida chata y cotidiana y busquemos un horizonte en el cual se privilegie el buen gusto, la crítica honda y la construcción de una esperanza. Por eso, la libertad vista por Mayito no es abstracta, no se queda en el trazo, no sirve para un mural de una institución, sino que se muda de plano existencial y habla desde la contundencia. Allí, en ese interregno maldito del pensamiento, los significados de la libertad se pierden y se destrozan y alcanzan su verdadero ser. No es un discurso, no se trata de una inmensidad erigida en obelisco, sino de piezas rotas que chocan con el pavimento y que pueden estar hechas literalmente de cualquier cosa.

“Si el sujeto alado es recurrente en la obra de Fabelo, eso solo quiere decir que le interesa que elevemos el vuelo en medio de la vida chata y cotidiana”.

Hay que hacer hincapié en algo: el rostro del hombre alado pareciera genérico. No posee o está deformado, no existe. El sujeto ha perdido la identidad o la ha hallado en la caída y por eso no la vemos. La paradoja nos invita a hundirnos en ese rejuego de figuras deformes que no espera por la pasividad del consumidor. Ese sujeto reúne en su caída a toda la humanidad, siempre reconstruyendo su entidad en función de las muchas caídas. Cada descenso es un ascenso y viceversa y hay que recordar a Orfeo en su mito infernal y sapiente que a la par que salva condena, a la par que nos ilumina nos hunde en nuestra propia caída. Caer es inevitable y no significa fracasar, sino rehacer el camino natural y auténtico.

La precariedad de las alas, apenas unas hélices maltrechas, nos dice que el golpe será inevitable. El hombre intenta desde la fragilidad trazar un vuelo que lo salve, pero no puede sustraerse a la fuerza de la gravedad y terminará destrozado contra el pavimento. Pero nada de eso se nos muestra, sino que la escena se detiene en los instantes anteriores al colapso, para que pensemos, imaginemos y vayamos a otros núcleos.

En una conversación que hace tiempo tuve con Mayito en la saleta de su casa, rodeados de material deforme para otras obras y de plastilina con la cual modela sus figuras, me dio la clave de su creatividad: él espera que la figura exprese su esencia, no la imprime con la fuerza del artista, sino que la hace surgir. De esa manera, ha visto sus obras mucho antes de llevarlas a cabo y ha sido capaz de intuir su nacimiento, desarrollo y muerte. En esa clarividencia está una porción importante de su concepción del arte. Un montón de monedas oxidadas que se botaron en un rastro de basura pueden tomar un valor tanto espiritual como estético e incluso monetario; tales paradojas se dibujan en el contorno de este artista que no renuncia jamás a hacer que las almas sigan su curso más allá de la muerte que implica caer en este mundo.

“En una conversación que hace tiempo tuve con Mayito en la saleta de su casa (…) me dio la clave de su creatividad: él espera que la figura exprese su esencia, no la imprime con la fuerza del artista, sino que la hace surgir”.

Lo he visto tomar una pieza metálica de la chatarra y mirarla con el interés de quien la está conduciendo a través de las artes. Quizás por eso no convocan a Mayito tanto como deberían, porque el mundo de lo inauténtico no se conmueve con las búsquedas reales, con los movimientos telúricos. Lo que no existe en términos de estética no quiere compartir asientos con lo que existe efectivamente. Y son dos polos de una misma verdad que lleva en sí la contradicción y la esencia. Mayito tiene una cría de perros salchichas en su casa, en la cual todos son familia. Sin embargo, cada uno posee una personalidad, una caída a este mundo. Sin que digamos que los canes poseen conciencia, hay que anotar que incluso en tales diferencias hay material para la filosofía y el pensamiento. En el mundo del autor hasta las mascotas se contaminan de ese ente de hallazgo, de brillantez y de poder artístico. Visitarlo incluye tratar con cada uno de los salchichas, que andan entre las piezas y el material en bruto como si se tratara de una asunción performática de la vivienda.

Nada se desecha ni se menosprecia, todo corre en una dirección acertada, impresionante, llena de vitalismo. El contrapeso con el hombre alado, que aparece una y otra vez, es el hombre del fardo. Si uno asciende, el otro lleva un peso que lo hunde. Ambos carecen de rostro, en ambos la búsqueda se erige en el único camino para salir de una servidumbre de la identidad.

Sería bueno que se recuerde aquí otra gran referencia universal en esta temática: La libertad guiando al pueblo de Eugene Delacroix. En la obra del francés, atravesada por el simbolismo del torrente romántico de aquel siglo, hay una paradoja: nadie imagina a una mujer con el seno al aire al frente de una barricada. Todos saben que por lo fuerte del combate, lo arriesgado y lo cruento, habría que pensar en una persona parapetada, cubriendo su cuerpo de las balas. Delacroix quiso representar lo frágil de la libertad en un trazo irreverente y erótico, que le otorga un aliento de vitalismo a la pieza. Si el pintor llegase a ser fiel a las condiciones de una barricada, nada tendría ese nivel de impacto y, sin embargo, en la ausencia de realismo está el realismo. La libertad no pudo ser mejor representada que con la turgencia de un seno. Igualmente, en la figura de la autoría de Mayito hay un acercamiento a ese simbolismo. Un hombre deforme, irreal, sin rostro, intenta un vuelo atrevido sobre la faz de una superficie. Pudo tratarse de una persona que atravesaba momentos de diversa índole, pero el artista eligió el camino de la paradoja en el cual se halla la potencia definitiva para erigir un mensaje. El sujeto parece por momentos poco humano, incoherente, atrapado en una deformación de la historia, pero eso lo acerca a ser un hombre real.

Vientos de libertad es una pieza que no está hecha para la quietud y seguramente se verá en un futuro cuando las propias condiciones de exhibición o el consumo a partir del contexto vayan modificando el sentimiento de la obra. Como un objeto con un vitalismo que lo mueve, su vuelo es arriesgado, pero real y en ese trazo, en la oblicuidad de la parábola, habrá un equilibrio que ahora no puede deconstruirse.