Pararme en una esquina
26/11/2016
“Refiriéndose a un visitante extranjero al que había acompañado durante una semana en una gira por el interior de Cuba, Fidel Castro dijo: ‘Cómo hablará ese hombre, que habla más que yo′. Basta conocer un poco a Fidel Castro para saber que era una exageración suya, y de las más grandes, pues no es posible concebir a alguien más adicto que él al hábito de la conversación. Su devoción por la palabra es casi mágica. Al principio de la Revolución, apenas una semana después de su entrada triunfal en La Habana, habló sin tregua por la televisión durante siete horas. Debe ser un récord mundial. En las primeras horas, los habaneros no familiarizados todavía con el poder hipnótico de aquella voz, se sentaron a escucharla al modo tradicional, pero a medida que pasaba el tiempo volvían a la rutina con un oído en sus asuntos y otro en el discurso. Yo había llegado el día anterior con un grupo de periodistas de Caracas, y empezamos a escucharlo en el cuarto del hotel. Luego seguimos oyéndolo sin pausas en el ascensor, en el taxi que nos llevó a los barrios del comercio, en las terrazas floridas de los cafés, en las cantinas glaciales, y hasta en las ráfagas de los radios a todo volumen que salían por las ventanas abiertas mientras caminábamos por la calle. En la noche, todos habíamos cumplido con nuestra jornada sin perder una palabra.
(…)
Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quien esté. Fidel Castro está allí para ganar. No creo que pueda existir en este mundo alguien que sea tan mal perdedor. Su actitud frente a la derrota, aun en los actos mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica privada: ni siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras no logra invertir los términos y convertirla en victoria. Pero sea lo que sea, y donde sea, todo ocurre en el ámbito de una conversación inagotable.
(…)
Una noche, mientras tomaba en cucharaditas lentas un helado de vainilla, lo vi tan abrumado por el peso de tantos destinos ajenos, tan lejano de sí mismo, que por un instante me pareció distinto del que había sido siempre. Entonces le pregunté qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, y me contestó de inmediato: ‘Pararme en una esquina′.”
Fragmentos de El oficio de la palabra hablada, de Gabriel García Márquez. Tomado del libro Viaje a los frutos, compilación de Ana Cairo Ballester. Ediciones Bachiller, Editorial José Martí. La Habana. 2006.