Paulina Álvarez, una emperatriz en su sitial
20/7/2020
Paulina Álvarez, “la emperatriz del danzonete”, solo vivió 53 años. De su deceso en la tarde del 22 de julio de 1965 se conmemoran ahora 55 años. De ahí nuestra modesta evocación.
El danzonete fue creado por el compositor Aniceto Díaz en 1929, y hoy día está casi totalmente desaparecido de las emisoras radiales, al igual que de la televisión. Sin embargo, tuvo en Paulina Álvarez a su representante por excelencia; ella popularizó “Rompiendo la rutina” (Danzonete, danzonete, yo quiero bailar contigo al compás del danzonete…). Pese al paso del tiempo, haciendo un esfuerzo de memoria todavía podemos identificar su voz —puro cristal— en viejos kinescopios y placas discograficas.
En el mes de abril de 1984 tuve el honor de entrevistar en su hogar a Barbarito Diez, para muchos “el rey del danzón”, merecido el título por cierto. Él contaría a este redactor cómo “yo cantaba a dúo con Paulina, ella me sacaba a bailar, bailábamos un pedacito y ella me choteaba porque yo no bailo bien. Canté con ella en su última actuación. Aquel día me dijo: ‘Negro, tú sabes que este va a ser mi último programa porque voy a ingresar’. Y así fue”.
Aquella postrera actuación tuvo lugar en el programa de televisión Música y Estrellas, por el canal CMQ, el 18 de mayo de 1965. Interpretó la melodía “Pena”, con el acompañamiento de la Orquesta Aragón, y a dúo con Barbarito Diez culminó su actuación con la interpretación de “Lágrimas negras”.
Canta Paulina, su última producción discográfica de larga duración (longplaying, se decía entonces), se colocó en el mercado aquel mismo mes de julio de 1965, y estaba conformada por los números “Campanitas de cristal”, “El panquelero”, “Solfeando”, “El verdulero”, “Obsesión”, “Apriétame más”, “Échale salsita”, “Ahora seremos felices”, “No vale la pena”, “Ritmo pa’mí”… Hoy es una joya que los coleccionistas conservan como pieza antológica.
El maestro Antonio Arcaño (¡un olvidado!), quien fuera flautista y director de orquesta, consideraba que fue “Paulina poseedora de una de las voces más privilegiadas que he conocido, una voz única, con un color tal que parecía un clarinete en si bemol y con una pronunciación perfecta”. Otros números, en la voz de Paulina, alcanzaron una gran difusión: “Capullito de alelí”, “En un bazar”, “Junto a un cañaveral”, “Mírame más, Margot”… Los teatros Campoamor, Nacional, Payret, Martí fueron escenario de sus presentaciones. Ella, junto a Fernando Collazo, Pablo Quevedo, Abelardo Barroso, Joseíto Fernández y Alberto Aroche marcan la punta de los vocalistas más notables en la década de oro del danzonete, que corre entre 1929 y 1938.
Raimunda Paula Peña Álvarez —Paulina— nació en Cienfuegos el 29 de junio de 1912 y en su caso es aplicable el refrán “de casta le viene al galgo”, pues su padre tocaba en la orquesta de Agustín Sánchez, en esa ciudad, y la madre gustaba de cantar en el ámbito familiar. A partir de 1918 la familia se estableció en La Habana y con apenas 15 años Paulina se presenta en público, en tanto, por si acaso, se desempeñaba como modista.
Profesionalmente se presentó en la emisora 2-PC, de la calle Hospital, donde interpretó “El manisero”, gran éxito del compositor Moisés Simons.
Después lo hace en otra emisora y así marchan las cosas hasta que en la noche del 8 de junio de 1929 ocurre en la Sociedad del Casino Español de Matanzas un hecho significativo para la historia musical cubana: se estrena “Rompiendo la rutina”, de la autoría de Aniceto Díaz. El suceso señala la irrupción de un nuevo género bailable, el danzonete, integrador de elementos del son y del danzón. Por voluntad de Aniceto Díaz, Paulina Álvarez se convierte en su primera voz femenina. Ha nacido, pues, “la emperatriz del danzonete”.
Varias orquestas la tuvieron de cantante: la Elegante, la de Neno González, y a partir de 1938 la suya propia. Graba para la RCA Víctor y cuando el 2 de septiembre de 1939 se efectúa en los jardines de la cervecería La Polar el homenaje nacional que se le tributa, ya es proclamada “la primera de nuestras cantantes típicas, soberana absoluta de los ritmos cubanos”, en términos tomados de la prensa de entonces.
En la década del 40 organizó una segunda orquesta bajo la dirección de su compañero en la vida, el violinista Luis Armando Ortega, y hacia los años 50 se toma un retiro, aunque pronto retorna, para cantar con diversas orquestas: la de Arcaño y sus Maravillas, la de Barbarito Diez, la Aragón, también cantó a dúo con Benny Moré…
El año de 1959 la sorprende en pleno segundo aire, con presentaciones en la radio, el cabaret Tropicana y la televisión. La década del 60 señalará importantes cambios estéticos en la música tanto cubana como internacional. Pero con su elegancia habitual, su sonrisa permanente y voz de nítida emisión, Paulina conservó su sitial hasta el final. Hija predilecta de una tierra de músicos notables, integra ella el selecto catálogo de cienfuegueros ilustres, junto a la Orquesta Aragón, Roberto Espí, el compositor Rafael Ortiz, Carlos Fariñas, Inocente Iznaga, “el Jilguero de Cienfuegos”… Que así sea a 55 años de su partida es la mejor prueba de que lo bueno no pasa.