Dar la despedida definitiva y oficial a un amigo demanda un ejercicio de desprendimiento, de objetividad suficiente para reseñar, en su justa dimensión, la huella imperecedera de quien dejara a su paso por la vida el legado de un maestro y un amigo. En días pasados, a través las redes sociales, hemos podido constatar la estima, el agradecimiento, la admiración y el cariño de muchos artistas y otros conciudadanos, al confirmar la noticia del fallecimiento de Pedro Castro Braceras en Camagüey. Como bien algunos afirman en sus comentarios, quizás era un desconocido para las jóvenes generaciones del teatro, a pesar de su fecunda y excelente labor como director teatral, escenógrafo, dramaturgo y pedagogo; pero quienes tuvimos el honor de compartir con él los procesos creativos y los que, de una u otra manera, hemos estado en contacto con su obra, podemos dar fe de su fértil ejecutoria como artista y de su calidad humana.
Hijo legítimo de la tierra agramontina, Pedro Castro dirigió el Conjunto Dramático de Camagüey, una de las agrupaciones teatrales que ocupó un lugar destacado en el panorama teatral cubano por la calidad de sus propuestas y la excelencia del elenco. Lo anterior indica su valía en la formación de actores, además de su facultad para llevar a escena magníficas piezas teatrales entre las que despunta su célebre montaje de Vade retro, de José Milián, que conquistó el éxito de la crítica especializada, el aplauso de los espectadores y la permanencia entre los paradigmas de la historiografía teatral cubana.
En 1968 se trasladó con gran parte de su elenco hacia Santiago de Cuba para integrarse al Conjunto Dramático de Oriente, donde se convertiría de inmediato en uno de los pilares, por su ingenio, competencia, bondad y entrega desinteresada al teatro de la ciudad que lo acogió como a un hijo; la respuesta a esa entrega fue el cariño y respeto de los colegas y la gente de pueblo.
Es esencial registrar la contribución de Pedro Castro a un movimiento transformador que se inició en la ciudad santiaguera en 1969 y concluyó con la poética del Cabildo Teatral Santiago, agrupación que se erigiría luego como artífice del teatro de relaciones y un hito del teatro popular de la época. Junto a Raúl Pomares, Joel James, Ramiro Herrero, Rogelio Meneses, Carlos Padrón y Adolfo Gutkin —líderes de ese movimiento—, Pedro Castro jugó un rol singular con experiencias significativas e ineludibles como la del grupo guiado por él, asentado en Baracoa durante unos meses, de cuya investigación in situ derivó la puesta en escena Los Cuenteros; una construcción espectacular vinculada a procesos sociales con incidencia en la comunidad, cuyo discurso involucra al espectador con el manejo de códigos del gran público y la mezcla de diferentes formas narrativas.
Otras de sus experiencias en esta dirección que amerita ser consignada es su práctica como guía de la puesta en espacio Machukaka, creación colectiva de animación en un campamento cañero en 1970. Un ejercicio de espectáculo interactivo e itinerante, que asume la escena con pautas del teatro expansivo, donde el espectador se integra como colaborador de la acción escénica y su producción. Otros montajes como Amerindias (1972), donde compartiera la dirección con Adolfo Gutkin, y Del teatro cubano se trata (1972) —dirección también compartida—, en las que puso su talento y creatividad para concretar el éxito, son piezas que avizoran un tránsito marcado en temáticas, dramaturgia textual y enunciación escénica. Pedro había creado un cordón umbilical con Santiago de Cuba del que no pudo desligarse, pese a sufrir los agudos dolores por la segregación que lo aparta del ejercicio profesional durante un quinquenio.
De regreso a la escena en la década de los años ochenta —sin resentimientos— activó la creación con el Cabildo… y otros grupos en calidad de diseñador esencialmente. Sus propuestas ingeniosas, desbordantes de imaginación y gracia, llevaron implícita la mirada del director de escena que sueña su espectáculo, aunque difiera luego de la construcción de quienes asumen el montaje, como hubo de ocurrir con Asamblea de las mujeres y La divertida y verídica relación de Cristóbal Colón del Cabildo Teatral Santiago, Infieles del grupo Gestus, Terso mar del Caribe de Calibán Teatro y Ayé N´fumbi o Mundo de muertos, obra multipremiada de Estudio Teatral Macubá, entre otras. Durante ese tiempo incidió en la formación de diseñadores teatrales, intérpretes y técnicos escenográficos.
Su labor docente en Camagüey incluye varias generaciones, tanto en grupos teatrales como en la academia de la Enseñanza Media. Ha sido autor y coautor de obras llevadas a escena por algunas agrupaciones santiagueras y camagüeyanas. Su destreza en la dirección teatral y la vocación por el oficio, le abrió las puertas por varios años en la ciudad de México, aunque nunca perdiera el vínculo afectivo y artístico con su Camagüey natal y su Santiago por adopción y elección.
Como ser lúcido, espíritu libre, sensible, profundo, amable, bondadoso, auténtico, talentoso, apacible, generoso y sincero, como tantos lo han caracterizado en las condolencias ante su deceso; Pedro Castro labró amistades entrañables en su paso por la vida. Sus últimos años, tras el fallecimiento de su madre que lo condujo al refugio en soledad, estuvieron marcados por la renuncia a la escena que había alimentado con su mente prodigiosa y su ingenio creativo.
Su partida en silencio es otro zarpazo que nos deja el 2020. Lo recordaremos como quien fue: alguien que triunfa y claudica, un soñador, un ser humano extraordinario, un artista de excelencia, un virtuoso, un amigo y un inolvidable maestro de la escena cubana.