La mayoría paga por lo que deciden unos pocos. Casi todos los que mueren en las guerras son seres inocentes, involucrados en acciones de muerte o mutilación para defender intereses ajenos. Así sucede en la mayoría de las contiendas de naturaleza imperial, donde los explotados entregan sus vidas o su salud en defensa de los intereses de quienes los explotan.

Aunque las guerras que se libran a lo interno de un país para derribar gobernantes de probada ejecutoria despótica, corrupta y dictatorial (revoluciones progresistas) cuentan con la legitimidad de operar a favor de reivindicaciones impostergables, vale para ellas también la afirmación de que ninguna guerra es buena.

Décadas atrás, la lucha armada en pos de instaurar gobiernos que dieran al traste con los males que padecían nuestros pueblos desde la época colonial, se presentaba como la única alternativa para que el poder estuviera realmente en manos de la mayoría. Hoy ese método de lucha fue sustituido, en algunos casos (solo en algunos) con mejores resultados, por la conquista del poder en el marco de las llamadas vías democráticas. Los ejemplos más elocuentes de uno y otro método en América Latina son: en el caso de la vía de las armas, Cuba y Nicaragua; mediante las urnas: Venezuela.

Convoca a reflexión el que existan países que dan testimonio de imperfección de la vía pacífica, como en los casos de Brasil, Uruguay, Argentina, Ecuador, Honduras, Paraguay, ahora Bolivia, y hace mucho Chile. Con las fluctuaciones del éxito electoral de un extremo a otro del espectro político, refrendan la inconsistencia del camino: el poder puede alcanzarse a través del voto, pero el deterioro al que la agresividad imperial somete a esos gobiernos acaba restándoles credibilidad hasta perder el favor de la mayoría donde unos votan y la mayoría se abstiene.

“Conviene acudir a lo que algunos pensadores actuales han razonado sobre las insuficiencias de la democracia, tanto en la actualidad como en los días de los clásicos griegos”.

El descomunal poder alcanzado por unas pocas naciones, sobre todo los Estados Unidos de Norteamérica, que en la última etapa hace caso omiso de la multilateralidad, el derecho internacional y las más estrictas normas de la diplomacia, secuestra elecciones y derriba gobiernos mediante golpes de estado, lo mismo con las armas que con el llamado lawfare, la guerra mediática o el uso de las redes sociales. Hasta la “culta Europa”, haciendo honor a su vieja historia colonial, acaba comulgando, o sometiéndose, a los dictados de esas terribles maneras de doblegar a quienes proyectan con otras pautas la vida de sus pueblos.

Son los oligarcas y sus títeres (los pésimos clones trumpistas de Milei, Jeanine Añez o Bolsonaro, por ejemplo) quienes hacen de testaferros y comandan esas nefastas campañas; las víctimas: la mayoría inocentes que lo mismo se inmolan al enfrentarlos que quedan privados de los servicios que el progresismo les agenció. No por gusto las más apresuradas medidas de esos gobernantes se encaminan al desmontaje de lo alcanzado por los antecesores de la izquierda en materia de beneficios sociales, al que rápidamente acompañan con la privatización de todo lo que constituye patrimonio del pueblo.

Conviene acudir a lo que algunos pensadores actuales han razonado sobre las insuficiencias de la democracia, tanto en la actualidad como en los días de los clásicos griegos. Un ejemplo lo tenemos en lo analizado por el Dr. José Alfonso Villa Sánchez, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), que en su texto “Crítica a la democracia actual desde Aristóteles”, asegura que: “…en la sociedad y en el estado de derecho occidental de nuestro tiempo, se da por sentado que el mejor sistema de gobierno es el de la democracia”, pero, apelando a Aristóteles, complementa el razonamiento con lo que aquel alertó en su libro Política. Nos recuerda que Aristóteles convocó a someter a crítica el dogma de la democracia “para volver de continuo a sus raíces, a sus motivaciones, a sus alcances y también a sus límites”. El uso instrumental del concepto por los gobiernos hegemónicos confirma la validez de una actitud crítica ante el mismo, atendiendo, precisamente, a sus motivaciones, alcances y nunca bien precisados límites.

“El imperio trabaja por terminar la guerra entre Rusia y Ucrania, no porque identifique lo justo de las demandas rusas sino porque, como siempre, de manera oportunista se pone de parte del más poderoso”.

Vivimos hoy un ambiente de guerra mundial, librada en diversos frentes: Gaza, Ucrania, el Medio Oriente, y también la absurda prolongación de una variante muy desvirtuada de la guerra de guerrillas, como en el caso de Colombia, donde parece imposible la convivencia pacífica de los opuestos, pese a los grandes esfuerzos de la comunidad internacional, y el propio gobierno, a favor de la paz. Las políticas injerencistas azuzan focos en numerosas áreas del planeta, ninguno de baja intensidad si atendemos a que vivimos la era nuclear.

El imperio trabaja por terminar la guerra entre Rusia y Ucrania, no porque identifique lo justo de las demandas rusas sino porque, como siempre, de manera oportunista se pone de parte del más poderoso. No es la suya una política de paz coherente; su carácter es selectivo. Si no fuera así, por qué el apoyo, o complicidad silenciosa, con la guerra genocida de Israel contra el pueblo palestino. Y sumémosle también las de Irak, Libia e Irán, siempre con los mismos “salvadores de la democracia” con sus patéticos disfraces de justicieros cuidadores de la democracia.

Resulta de raigal crudeza que son los inocentes los que en el mundo pagan con sus vidas y su miseria creciente tanto los beneficios para algunos como los perjuicios para muchos derivados de todas las guerras. El anhelo de una paz sostenida acompaña a la humanidad desde que esta tiene conciencia de serlo. Es la gran mayoría quien la anhela. Nos toca romper el círculo vicioso de esa entelequia recientemente acuñada como la “paz de las cañoneras”, con la cual amenazan seriamente, hoy mismo y con la prepotencia acostumbrada, a la limpia y democrática revolución bolivariana.

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