¿Qué hacer con(tra) los videoclips tóxicos en Cuba? (II)

José Ángel Téllez Villalón
29/4/2020

Basta repasar la obra de Karl Marx para descubrir la importancia que le concedía en la transición socialista a la construcción de otra sensibilidad y otra apropiación de la realidad, a una nueva y superior cultura. En sus Manuscritos de 1844, destacó que el comunismo era “la superación de la propiedad privada como autoenajenación humana, y por consiguiente como auténtica apropiación de la esencia humana”. En los Fundamentos a la crítica de la economía política, Marx define a la sociedad anhelada como aquella signada por la “producción de la libre individualidad” que abriera paso a una “universalidad no enajenada de las relaciones” de los hombres, momento superior de lo que él denotará como “apropiación de las condiciones objetivas de existencia y de la actividad reproductiva y objetiva”. Por ello, como resume Jorge Luis Acanda, “desarrollar una teoría de la transición en Cuba es desarrollar una teoría para la desenajenación del hombre en Cuba”, “progresiva y ascendente”.

La responsabilidad de cada individuo dentro de la colectividad es vital para un correcto funcionamiento de la sociedad. Fotos: Internet
 

Y nótese que es la “producción de la libre individualidad”. La relación entre lo individual y lo colectivo debe entenderse como lo hacía Alexander Bogdánov, uno de los más profundos pensadores bolcheviques. “Es absurdo pensar —sostenía— que el colectivismo no tiene necesidad de la independencia personal. En la colectividad cada uno completa a los demás, este es su papel. Pero uno solo puede completar a otros en la medida en que se diferencia de los otros, en la medida en que es original, independiente, lleno de iniciativa. Está claro que el significado de esta independencia no es la defensa de los intereses personales, sino el desarrollo general de los talentos individuales, la capacidad de mostrar iniciativa, de ser crítico, de ser original”.

El individuo —como señaló el Che en El socialismo y el hombre en Cuba— “es el actor de ese extraño y apasionado drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia como ser único y como miembro de la comunidad”. Individuo que debe ser educado por la sociedad, “con una educación directa e indirecta” y por un proceso consciente de “autoeducación”. Este proceso de concientización, primer paso de la emancipación, se traduce según el Che en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana, a través de la cultura y el arte.

Esta reapropiación de su naturaleza humana comprende, al decir de Herbert Marcuse, la recuperación de las fuerzas vivificantes de la naturaleza, “de las cualidades estéticas sensuales que son ajenas a una vida desperdiciada en actos competitivos sin fin”; fuerzas y cualidades que sugieren, al decir del filósofo, “los nuevos rasgos de la libertad”. Para el autor de Un ensayo para la liberación, la revolución socialista debía ser planteada como liberación de la sensibilidad, dado que la contrarrevolución se encuentra “anclada en la estructura intuitiva”. La naturaleza humana debe ser liberada, en primer término, a partir de los niveles primarios e instintivos de la sensibilidad. Por eso, “es justamente esta constitución cualitativa, elemental, inconsciente, o más bien, preconsciente del mundo de la experiencia (…), la que debe cambiar radicalmente, si es que el cambio social ha de ser un cambio cualitativo radical”.

Un cambio que ha de ser ordenado por una nueva “constitución cultural”. La Constitución, entendida como Peter Häberle, como “expresión de un proceso cultural en desarrollo, medio para la expresión cultural de un pueblo, espejo de su herencia cultural y fundamento de sus esperanzas”. Por ello, la convocatoria martiana a que la ley primera de la República sea “el culto a la dignidad plena del hombre”, debiera ser reinterpretada como “cultivo” de la dignidad, y esta no como meta sino como horizonte. Una constitución viva y abierta, instrumento para la consecución progresiva del “bien de todos”, una sociedad con todos los hombres dignos, solamente posible en el comunismo.

VI

Con el triunfo de la Revolución de Octubre emergieron nuevas preguntas, ¿qué hacer y por dónde empezar para construir y desarrollar otra cultura política? Surgió el problema de definir una cultura “nueva”, socialista; y, con esto, el duro trabajo de reconocer y consensuar conceptos tan subjetivos como “superfluo”, “nocivo” y “reaccionario”, sobre todo tomando en cuenta la ausencia de una tradición previa.

El conocimiento es poder, libera.
 

Vladimir Ilich Lenin, un apasionado lector, que se lamentó en una gran biblioteca por falta de tiempo para estudiar a los pintores contemporáneos, o que conseguía emocionarse hasta la ternura con la Appassionata de Beethoven, se mostró en contra del Proletkult, “arte y literatura del proletariado”. Era consciente de que los hitos más altos de la cultura burguesa no podrían ser superados con una fórmula mecánica. “La cultura proletaria no surge de fuente desconocida, no brota del cerebro de los que se llaman especialistas en la materia. Sería absurdo creerlo así. La cultura proletaria tiene que ser el desarrollo lógico del acervo de conocimientos conquistados por la humanidad bajo el yugo de la sociedad capitalista, de la sociedad de los terratenientes y los burócratas”.

Urge profundizar los contrapunteos que se dieron entre Lenin y Anatoli Lunacharsky, el comisario del Narkompros, el Comisariado Popular para la Instrucción Pública, hasta la muerte del líder de la Revolución rusa. Así como entre el músico Arthur Lourié, al frente de la sección de música del Narkompro y de la Asociación para la Música Contemporánea (ASM), y el también músico, pero más radical, Nikolay Roslavets. Este último, bajo la teoría de la transformación cultural de Leon Trotsky, defendía la música vanguardista, independientemente de que el pueblo no la entendiese. Se manifestó, incluso, una contradicción entre el Futurismo y la Revolución.

Para Trotsky, “El futurismo nació como meandro del arte burgués (…). Su carácter de oposición violenta no contradice en absoluto este hecho (…) El primitivo futurismo ruso fue (…) la rebelión de la bohemia, es decir, del ala izquierda de la inteligencia contra la estética cerrada, de casta, de la intelectualidad burguesa”. Sin embargo, Vladimir Maiakovsky reconoce no haber dudado ante la convocatoria de la Revolución: “¿Aceptar o no aceptar? Para mí (como para los otros futuristas moscovitas) esta cuestión nunca se planteó. Es mi revolución. (…) Hice todo lo que se me presentó”.

En realidad, en lo referente a la política cultural, poco o muy poco tienen que ver los primeros años de la Revolución con todo lo que vendría después, con Stalin en el poder. Se anuló el debate y se impuso el “realismo socialista”. Con presiones ideológicas y patrones artificiosos que, como planteaba el Che Guevara, congelaron toda investigación artística y suprimieron, en consecuencia, el papel que puede tener el arte en la construcción del “hombre nuevo”. Hasta el erotismo terminó siendo “burgués” y “nocivo”; se catalogó como “contrarrevolucionaria” toda crítica capaz de desnudar la diletancia y esquematismo instaurado. Se obvió, como apuntaba el venezolano Ludovido Silva, que las formas artísticas, “por el hecho mismo de ser bellas, son revolucionarias”, en tanto “amplían la sensibilidad del hombre y, por ende, su conciencia”.

En todo caso , como ha señalado Adolfo Colombres, “si el proletariado es una clase transitoria, una etapa en el camino de la sociedad sin clases que constituye la verdadera meta del materialismo histórico, y si su cultura se halla de hecho profundamente penetrada (y no solo en los países del bloque occidental) por valores burgueses, lo que cabría en todo caso plantearse es la creación de un cultura socialista, la que no puede edificarse más que sobre la cultura popular, operando desde ella, activando los mecanismos que permitirían su autodepuración y desarrollo. Y en esto resulta de fundamental importancia una educación para la libertad, lo que hoy implica una auténtica democratización de la cultura”.

En Cuba, la concepción de electividad y el vigor híbrido de nuestra cultura nos libraron de tales mimetismos. Para Abel Prieto, fue Martí “una referencia esencial que nos ayudó muchísimo para no dogmatizarnos”. Para el intelectual y ministro de Cultura en dos ocasiones: “¡El arte no puede dar respuesta! ¡El arte no puede tener moralejas!”; y más: “El arte es incertidumbre, es búsqueda, es preguntas sin respuesta también”.

VII

El proyecto socialista de Nikolái Gavrílovich Chernishevsky, proyectado en ¿Qué hacer?, comprende dos facetas complementarias: la transformación de las condiciones laborales y la transformación de los vínculos personales; nuevas relaciones de producción y nuevas relaciones entre hombres radicalmente distintos. “Hombres nuevos” que se expresan y completan con relaciones plenamente humanas, en las horas de trabajo y en las de ocio, en la esfera pública y en la intimidad. En la novela, se insiste una y otra vez en el estribillo: Dime cómo vives en tu casa, y te diré qué socialista eres. Para el autor, la igualdad y la libertad no se reducen a igualdad o libertad frente a la ley o el Estado, sino el completo desarrollo de las peculiaridades de cada individuo y el respeto a la intimidad del otro. El avance del socialismo no es completo sin la realización del programa feminista, y viceversa. Para el pensador ruso la posición política es una forma de eticidad desarrollada. No muy distinto a Lenin, quien confesaba: “Chernishevsky ha arado sobre mí una y otra vez”.

Al final del capítulo XVI de su novela, en su triple condición de crítico de arte, fustigador del zarismo y teórico del socialismo, parece reflexionar sobre el idilio, pero es más que eso. Lo hace más bien sobre la diversidad de los temperamentos y sobre la necesidad de que cada una de las individualidades encuentre los medios adecuados para su desarrollo. El idilio no le agrada, como no le agradan las fiestas, pero aboga por respetar esos gustos de la mayoría, “ojalá haya en el mundo la mayor cantidad de fiestas posible” y “ojalá domine en la vida sobre todos los demás caracteres de la vida el idilio”—aclama. El “gran sabio y crítico” —al decir de Marx— defiende el derecho a satisfacer las necesidades individuales y el deber de garantizar lo que hoy llamamos derechos culturales, mutilados a la mayoría en las sociedades despóticas. “Les parece que el idilio es inaccesible, por eso se inventaron: ‘Que no está de moda’”.

Para el narrador, “el idilio no es solamente una buena cosa para todo el mundo, sino también posible y nada difícil de proporcionar”, pero “no solamente para una persona o para diez personas, sino para todos”. Y para argumentarlo escoge una manifestación extranjera y un escritor burgués, “la ópera italiana” y las “Obras completas de N. V. Gogol”. Su difusión al “público entero” no era imposible ni cara. “Pero mientras no haya ópera italiana para toda la ciudad, solamente algunos, los melómanos especialmente obstinados, se pueden contentar con algunos conciertos, y mientras la segunda parte de Las almas muertas no estaba editada para todo el público, solo algunos, los amantes más obstinados de Gogol, confeccionaban, sin quejarse del esfuerzo, para sí mismos, unos ejemplares manuscritos: Un manuscrito no se puede comparar con el libro peor impreso, un concierto es muy malo en comparación con la ópera italiana, pero de todas formas las dos cosas son buenas”.

La música y el piano son símbolos recurrentes en la novela del ruso, como lo es también en la única novela escrita por José Martí, Amistad funesta (Lucía Jerez). En la del cubano hay un pasaje muy similar al anterior: “¿Ni quién se niega, si los quiere bien, a que sus hijos brillantes e inteligentes, aprendan esas cosas de arte, el dibujar, el pintar, el tocar el piano, que alegran tanto la casa y elevan, si son bien comprendidas y caen en buena tierra, el carácter de quien las posee, esas cosas de arte que apenas hace un siglo eran todavía propiedad casi exclusiva de reina y princesas?”.

El trascendente 25 de marzo de 1895, desde Montecristi, Martí le escribe la que podría ser la última carta a María Mantilla. Colmada está de afectos, mas no pierde oportunidad para educarla: “Y ¿en qué pienso ahora, cuando las tengo así abrazadas? En que este verano tengan muchas flores: en que en el invierno pongan, las dos juntas, una escuela: una escuela para diez niñas, a seis pesos, con piano y español, de nueve a una: y me las respetarán, y tendrá pan la casa”. En la propuesta, yacen las claves para la educación de la “mujer nueva”. Martí les sugiere rodearse de belleza natural y ganarse el pan, trabajar precisamente cultivando el lenguaje y la música, la que consideraba “la más bella forma de lo bello”. Cultivando el entendimiento y la sensibilidad. Antes le había escrito, “a mi vuelta sabré si me has querido, por la música útil y fina que hayas aprendido para entonces: música que exprese y sienta, no hueca y aparatosa: música en que se vea a un pueblo, o todo un hombre, y hombre nuevo y superior”. En el Manifiesto firmado ese mismo día, declaró la suya “una guerra culta que ha de ordenar la revolución del decoro, el sacrificio y la cultura”, por “el bien mayor del hombre”.

VIII

“La cubana es un filosofía electiva y no ecléctica, que tiene como concepto rector la libertad de pensamiento”.
 

La concepción de “electividad” es una cualidad no solo del pensamiento cubano, sino de la cultura nacional toda, de sus “brotaciones” e intensidades. Y como aclara Torres-Cuevas en su trascendente ensayo “Cuba: el sueño de lo posible”, la cubana es una filosofía electiva y no ecléctica, que tiene como concepto rector la libertad de pensamiento. “Y esa libertad solo es posible en el constante correlato entre la realidad autóctona, el discurso expresivo descargando y recargando los conceptos a partir de las necesidades cognoscitivas del lenguaje con su referente (relación significado-significante) y del estrecho intercambio y entrecruzamiento entre las propuestas universales con esa realidad autóctona. Lo otro es estar preso de los esquemas y conceptos…, de los esquemas y conceptos foráneos”.

He ahí, además, un camino descolonizador, elegir (o crear) los conceptos o categorías que más se avienen a nuestra realidad. En tal sentido, nos parece capital esta distinción que hace Martí: “en Europa la libertad es una rebelión de espíritu; en América, la libertad es una vigorosa brotación”. La razón gélida, la asume como actos sin límites, y se rebela contra ellos, acaparando fuerzas, poderes, dinero; “teniendo”, en fin de cuentas. Nuestra “razón caliente”, en contraste, la visualiza como una expresión virtuosa, un crecimiento de todos y para el bien de todos, “siendo”.

“La creatividad es una variedad más complicada y superior del trabajo”.
 

Una cosmovisión —independientemente de su localización geográfica— se enfoca en lo externo y sale a conquistar; la otra enarbola su esperanza en lo propio y siembra. Una se arma de apropiaciones, la otra se construye de metabolizar. La fría, en nombre de La Modernidad, terminó siendo excluyente, cristianizó el robo en nombre de la civilización y hoy “naturaliza” la desigualdad y el “sálvese quien pueda”; ha dividido al mundo entre adorados (fetiches) y adoradores exóticos, vencedores y perdedores. Su alternativa, orgánica y natural, se siente germinar del bien común y forja creadores, mestizos autóctonos cultivadores de la dignidad, que entienden como Bogdánov que, “La creatividad es una variedad más complicada y superior del trabajo”. “Yo conquisto” frente al “Nosotros co-creamos”. Para una, todo es mercantilizable, también la cultura y las producciones artísticas, para la otra, la cultura es cemento y retroalimentación, condición de libertad.

Se adora lo que se considera superior o extraordinario, los dioses, el rey, “los que saben”. Los que adoran “creen” en los superiores, se resignan a su condición o a “su destino”, al orden establecido por Dios, por la ley, o “naturalizado” por el Hegemón. Son los miméticos y copiadores de lo que dicta Europa o los Estados Unidos; así “superan” el complejo de inferioridad que les inoculan desde arriba, desde la metrópoli, o desde los países “civilizados”, “modernos”, “desarrollados”. La conciencia artificiosa, intoxicada, del adorador produjo autonomistas, reformistas y anexionistas en el siglo XIX cubano, hoy produce y reproduce seguidores de influencers, de millonarios y “famosos” de “la Yunai”.

“A la libertad segura solo se va por el trabajo de las manos, puro y creador, por los trabajos reales de la mente, no por los de alquiler y ornamiento”, escribió José Martí en 1890. Poco después, en su ensayo “Nuestra América”, afirmó: “se imita demasiado” y “la salvación está en crear”. “Quien quiera pueblo, ha de habituar a los hombres a crear. Y quien crea, se respeta y se ve como una fuerza de la Naturaleza” —añadió. Imitar da lugar a una cultura falsa, inauténtica, de “libros importados”, “pluma fácil” y “letrados artificiosos”. Crear, ser originales y críticos, partiendo del re-conocimiento de lo propio, es la condición para ser libres.

Los adoradores, sean productores o consumidores de mercancías culturales, no valoran la dignidad más que lo que valoran el ser y parecer rico, como aquellos que consideran superiores, adorados por ser elegidos por otro ente superior, o por ganarse los méritos que los superiores eligieron como distinción. Reciclan las fórmulas exitosas, los esquemas que venden, la serie de acordes que se pegan. Hacer apología a las drogas, denigrar a las mujeres en un videoclip no es tan infame si se lava con la espuma de la fama. Hablar mal o no saber escribir no es tan incorrecto si así se puede “ser gente”, “alguien en la vida”, “exitoso” como Pitbull. Porque “eres” si “tienes” billetes en el bolsillo, reproducciones en YouTube, y likes en Instagram.

Homo videns, la sociedad teledirigida.
 

Escogidos por los magnates de las industrias culturales por adorar el dinero y no por crear, los “famosos” coadyuvan a atrofiar la sensibilidad de sus seguidores, sus adoradores. Por ello destierran las metáforas de sus producciones, sustituyen lo sensual por lo pornográfico, los tropos por trapos sucios. En sus mercancías, no hay alusiones, el lenguaje es directo, vulgar. Por/Con ellos, el Capital coloniza la preconciencia, conquista la mente e impedimenta la “superior conciencia” de los subyugados. Ellos, y los demás asalariados de la industria de la conciencia, son parte de la maquinaria de enajenación del capitalismo avanzado. Sus productos, incluidos los videoclips, devienen instrumentos para la producción y reproducción de “plusvalía ideológica”, para la sedimentación de “sentidos compartidos” que ordenan, de una forma beneficiosa a sus intereses, las percepciones y valoraciones de los dóciles consumidores. Para moldear a su gusto la sensibilidad y el entendimiento del homo videns, promueven esta tipología de mercancías audiovisuales, que han devenido dominantes. No espontáneamente, ni, como dicen, por el gusto de los consumidores.

Al servicio de este objetivo se pone todo su poder, sus mecanismos de producción de significados y sentidos. Con estas “merconarrativas” fragmentan y dislocan al “yo interior”. Producen y reproducen “discursos caracterizados por su fragmentación, la multiplicación de puntos de vista, una estructura mosaica y un desarrollo a intervalos”. Conforman así un subordinado que se adapta a la no-narratividad y a la no-historia, a las discontinuidades y la incertidumbre, que siente hasta placer en no buscar, ni encontrar, relaciones causales. “El alud de informaciones minuciosas y de diversiones domesticadas corrompe y estupidiza al mismo tiempo”, como advertían Max Horkheimer y Theodor W. Adorno en el prólogo de su Dialéctica del Iluminismo. “Los productos de la industria cultural pueden ser consumidos rápidamente incluso en estado de distracción. Pero cada uno de ellos es un modelo del gigantesco mecanismo económico que mantiene a todos bajo presión desde el comienzo, en el trabajo y en el descanso que se le asemeja”. Los hechos sociales no son problematizados y se extravían o banalizan sus significados políticos.

Desconectan a sus consumidores de cualquier señal de identidad, orientadoras y aglutinadoras. Oscurecen cualquier pista de Luz (de Luz y Caballero), como esta de la utopía cubana: “todo es en mi fue, en mi patria será”. La “personalidad propia” y el orgullo patrio los subvaloran, los subyugan en la inferioridad del “ser” con máscaras. Los difuminan en una multiculturalidad de laboratorio, como la latinidad de JLo, ahistórica y con capital falsa, Miami. En tanto, la dignidad del ser humano se identifica con su propia humanidad, y esta es conformada culturalmente, indeterminan la identidad, serializan el ser, para indeterminar la dignidad como valor, o derecho humano. Tener principios deja de tener significado, ser virtuoso pierde sus martianos sentidos. Así enajenan y así colonizan los cuerpos y las mentes de nuestros jóvenes.

Contra tales operaciones tenemos mucho que hacer.