Este asunto de la relación entre la tecnología y la música cubana no se redujo solo al proceso productivo/creativo. Ya no se trata del proceso creativo per sé que redujo el tiempo real de escribir un tema X y su escucha en tiempo real; y de ser posible, lo más cercano a la real. Ahora se abrían caminos nunca antes pensados en materia de combinación notas, cromas sonoras y hasta sutiles giros armónicos.

Ello anunciaba el fin del papel pautado. Se presagiaba un entorno similar al que se presagió para la literatura cuando se dio impulso a los libros electrónicos o e-book. Solo que tal vaticinio —lo mismo que en la literatura—no se cumplió del todo.

Lo que sí ocurrió fue el desarrollo de decenas de algoritmos y aplicaciones que perfeccionaron el proceso de grabación; sobre todo en lo que respecta a sus detalles finales o ese paso conocido como mezcla.

“Lo que sí ocurrió fue el desarrollo de decenas de algoritmos y aplicaciones que perfeccionaron el proceso de grabación”.

Todo apuntaba en sus comienzos hacia la racionalidad profesional: el compositor/productos podía asumir el papel de grabador/editor desde la comodidad de su estudio personal; que no era más que la expresión de una nueva forma creativa/productiva surgida a mediados de los años noventa, en el mismo instante en que comienza la desagregación de la industria de la música con el arribo del productor/grabador free lance y la proliferación de los pequeños sellos discográficos independientes.

Esta fragmentación, traducida en independencia creativa, redefinió no solo la industria discográfica de cara al próximo siglo, sino que fue la plataforma de lanzamiento para nuevos ritmos o el desarrollo de tendencias musicales consideradas underground o simplemente marginadas por los ejecutivos de las principales discográficas. Los ejemplos más notables son el hi hop en Estados Unidos; el pop latino o el reguetón (también llamado género urbano) en el Caribe, y en el caso europeo entre las más notables están las tendencias del flamenco en España.

“Todo apuntaba en sus comienzos hacia la racionalidad profesional: el compositor/productos podía asumir el papel de grabador/editor desde la comodidad de su estudio personal; que no era más que la expresión de una nueva forma creativa/productiva surgida a mediados de los años noventa”.

Las tecnologías digitales y sus consecuencias en materia de creación también modificaron el mundo de los conciertos en directo –llamados en vivo—y potenciaron como nunca antes la música electrónica y con ello la figura del DJ, no ya como el encargado de poner música para entretener en discotecas y fiestas privadas, patronales o públicas. Ahora se erigía como un creativo que incorporaba a sus shows otros elementos muy en boga como luces inteligentes o pirotécnicas.

También estaban quienes aprovechando estas novedades tecnológicas consideraron que había una oportunidad para hacerse expresar. Y fue entonces cuando el papel del cantautor fue sometido a una revisión, no siempre feliz.

“En último caso, se podía reducir la cantidad de músicos en escena por un set de teclados y una batería electrónica”.

Todo parecía indicar que el teclado o el piano eléctrico, sampleado, podía sustituir a la guitarra, o al pequeño formato que hasta ese momento habían sido las herramientas preferidas por los cantautores. En último caso, se podía reducir la cantidad de músicos en escena por un set de teclados y una batería electrónica.

Con tres músicos era suficiente y si era uno, más eficiente. La economía comenzó a ser una variable relativa con más peso que el talento o la calidad de la propuesta. Y ese movimiento fue impulsado por un artefacto que podía modificar los matices vocales llamado autotune y su asociación con un software —viva el algoritmo—que eliminaba toda imperfección tanto musical como vocal.

“Ser cantante, cantar, dejó de ser un acto de sublime origen para pasar a ser un producto estrella del mundo de la música chatarra”.

Ser cantante, cantar, dejó de ser un acto de sublime origen para pasar a ser un producto estrella del mundo de la música chatarra. Y el precio de este nuevo despertar de la música, lo pagaron aquellos que decidieron seguir a determinado artista novedoso que comenzó a sorprendernos con una voz digna de figurar en cualquier marquesina de teatros de ópera o de concierto en lugares icónicos.

Y si no bastara, el algoritmo se hizo acompañar de un nuevo método de promoción y difusión llamado redes sociales –o social media–; para muchos abrir esta puerta fue la confirmación de que la música chatarra y los cantantes de ese entorno podrían asaltar el cielo de la música y de los públicos por asalto.

“Redefinir las reglas del consumo y creación musical privó a los públicos diversos del placer de atesorar música; ahora no hay tiempo”.

Aunque en honor a la verdad, las cosas no funcionaron como algunos teóricos de las nuevas tecnologías y diseños del consumo musical esperaron.

Redefinir las reglas del consumo y creación musical privó a los públicos diversos del placer de atesorar música; ahora no hay tiempo. Las redes sociales y las plataformas de distribución de la música tienen un hambre insaciable y fagocitan cualquier cosa y sobre al receptor, al consumidor. Vierten cualquier producto que se hace acompañar de complementarios —salsa de cátchup, mostaza y ranchera— que se resumen en escándalos, chismes y cualquier idiotez que impida discernir entre la calidad musical y el universo “chancletero” escondido en eso que conocemos como farándula.

Y los cantantes, entonces qué

Sencillo. Los hay de tres tipos, los que son dependientes de las nuevas tecnologías sin las cuales su carrera está acabada. Tanto que pocas veces se atreven a cantar frente al público “a capella” y si lo llegan a hacer se enfrentan a la posibilidad de perder seguidores y admiradores. En todo caso, a lo que más llegan es a doblar sobre su propia grabación y en ese empeño muchas veces involucran a músicos de probado talento y trayectoria. Pero que hacer, al final del show siempre hay un cheque.

Un segundo tipo de cantante considera a la tecnología como un aliado para perfeccionar su obra; no para enmascarar sus debilidades. Ha crecido así, se ha enfrentado al público así y este le ha bendecido, aprobado y le sigue.

El tercer tipo son los de verdad. Aquellos que no necesitan de subterfugios tecnológicos para brillar. La tecnología es un aliado confiable para enriquecer la propuesta musical, para darle color. Curiosamente esos son los menos, pero la vida les premia, asaltan cualquier género musical con su voz, asumen cualquier formato musical para que le acompañe y siempre salen airosos.

Lo único que no hemos podido superar es la larga lista de aspirantes a ser cantantes. De todas formas, siempre habrá un alquimista en la soledad de su estudio generando un beat para complacer los apetitos musicales de ese que cree merecer el beneficio de la fama. Si no tiene voz se le inventa, para eso están la tecnología y sus complementarios.

La música cubana hoy lo padece… solo que esos no cantan siquiera en el llano.