Sobre la “filosofía de la ‘basebola’” y otras reflexiones
7/8/2019
Como reconocería cual lector avisado el título de este libro, Senderos que se bifurcan en la historia del beisbol cubano[1] parte de un clásico de nuestra lengua debido a Jorge Luis Borges, título que por demás hace justicia a la dramaturgia de esta colección de textos de temática beisbolera, que se propone una lectura plural sobre la materia y que incluye, más allá de la pauta habanocéntrica al uso, diversos puntos de la geografía insular como Guantánamo, Santiago, Camagüey o Cienfuegos.
Celebro ese rejuego con el título borgiano pese a que el ilustre ciego no era para nada partidario de los deportes, y esos prejuicios se podrían resumir en esta cita suya: “Los aficionados al fútbol no son ni buenos ni malos, son incorregibles”. Y disfruto asumir esa disquisición desdeñosa de “incorregible” para el seguidor declarado del beisbol, que igual se define como testarudo o intransigente, por aquello que sentencia la sabiduría popular que sobre la pelota no se conversa, se discute…
Félix Julio Alfonso López es con mucho quien más y mejor ha estudiado en nuestro país la relación entre beisbol, historia y cultura; además de sus exposiciones en eventos académicos, charlas e innúmeros artículos, en el más reciente de los cuales, incluido en este volumen, comenta —a partir de una lectura poliédrica— sobre el llamado deporte nacional y los criollos independentistas en Cayo Hueso, el poeta Regino Boti jugando en su natal Guantánamo, y la novela naif y peloteril de Víctor Muñoz, entre otros temas. En resumen sobre el doctor Alfonso López pudiera formularse lo que se dijera en su momento del ineludible cronista deportivo que fue Muñoz, que es un “filósofo del ‘basebola’” tal como se escribe.
en nuestro país la relación entre beisbol, historia y cultura.
La relación histórica de la ciudad de Mobile, en Alabama, con la Mayor de las Antillas data del siglo XIX, dado que fue una localidad con una significativa presencia de cubanos desde aquella época. Y no solo estudiantes, pues al fomentarse las fábricas de tabaco muchos de sus operarios eran nativos de la Isla. Hay registros de tabaqueros insulares a mediados de ese siglo, muchos de ellos simpatizantes de la causa independentista, que se integraban desde la manufactura de los puros a la comunidad cubana, donde tuvo sus antecedentes nuestro deporte nacional.[2] En el deporte sobresale en esa comunidad el campus jesuita Spring Hill College, donde a mediados del siglo XIX decenas de criollos de clase alta, o media como el caso de los hermanos Guilló, conocieron en sus predios la práctica del beisbol y desde donde hace unos respetables 155 años, trajeron a la isla los primeros implementos de ese deporte.
De esto y más se habla en este libro, que recoge un espectro amplio y balanceado de nuestro devenir beisbolero. Desde los textos iniciales de Félix Julio ya mencionados, pasando por otros hitos de los siglos XIX y XX, hasta nuestros días en que zarandeados por amargos resultados deportivos en el terreno internacional y el deslucimiento de nuestras series nacionales, pese a que nuestro deporte nacional parece tocar fondo no nos damos por vencidos y nos enfrascamos para que de una vez y por todas la pelota se reconozca como patrimonio de la nación. A ello pretenden contribuir modestamente estas páginas.
Llama la atención que tres de las colaboraciones forman parte de empeños mayores, pues representan el resultado de tesis para maestría como son los textos de Lesby José Dominguez sobre la pelota en Cienfuegos, el de Darilys Reyes sobre el club profesional del mismo nombre, o el de Duanys Hernández relativo al vínculo entre lo nacional y el deporte emblemático durante las décadas del cuarenta y cincuenta. El del cienfueguero Lesby ha devenido en doctorado, el segundo que se desarrolla en nuestro mundo académico, después del de Alfonso López y su imprescindible El juego galante, ya aparecido como libro en el 2016.
El incansable Juan Martínez de Osaba recuerda cómo en la isla, después de décadas de marginación en su etapa inicial, llegan a jugar negros y blancos en la liga profesional y en algunas ligas menores, independientemente de su origen social, pues desde 1900 el beisbol cubano en ese sentido estaba democratizado, medio siglo antes que sus iguales de Norteamérica. Aunque esto increíblemente no era válido para la liga amateur, dominada por los prejuicios discriminatorios hasta el triunfo de la Revolución.
Del apasionado Suárez Valmaña se publica un medular recuento de la década del 70 del pasado siglo, período que reconoce con justicia como la mayoría de edad de nuestras series nacionales. Hay otros artículos como el de Rodríguez Álvarez y su ambicioso panorama de las mismas, o el puntual abordaje de Pimentel sobre el equipo camagüeyano Cromo, lamentablemente olvidado como otras novenas ilustres como los Mulos de Nicaro, los Rifleros de Regla, o los Telefónicos.
El genial escritor que fue Mark Twain, revolucionario por naturaleza, reconocía en el beisbol “el símbolo, la expresión exterior y visible del empuje y la lucha del siglo XIX en su furia, su desgarramiento y su estampida”. Desde los primeros años del beisbol, de su difusión y sedimentación en la Isla, los cubanos de la segunda mitad del siglo XIX reflejan esa pasión por el deporte emergente asociada a su agitación independentista. Su trasfondo cultural, espiritual, como cartografía y tradición del país ha llegado hasta nuestros días, y revitalizarlo y preservarlo, reconociéndolo como patrimonio inmaterial de la nacionalidad, es un cometido que nos recuerda de forma tajante la deuda contraída hace más de siglo y medio con los precursores de esta tradición, y las generaciones que les sucedieron.