Teatro en la catedral de la cultura
30/1/2019
Durante dos décadas, Teatro del Viento ha asistido casi ininterrumpidamente al festival de teatro del Mejunje, otrora de pequeño formato, hoy Mejunje Teatral. Teatro del Viento es un grupo camagüeyano bajo la tutela de Freddys Núñez Estenoz, y el Mejunje, un centro cultural santaclareño del que Freddys asegura se erige como la catedral de la cultura cubana, precisamente porque la pluralidad que aquí se encuentra es la que merece Cuba como país, donde todos caben, donde todos cuentan.
Teatro del Viento celebra aquí sus 20 años de fundado, a este aniversario y al 35 de el Mejunje, se dedicó este 2019 el encuentro de teatreros que cada enero, por estas mismas fechas, reúne en el centro de la Isla a elencos que defienden el quehacer sobre los escenarios y que prestigian las tablas cubanas a lo largo de todo el almanaque.
Los matanceros El Portazo, Icarón, Teatro D´Sur y Papalote; otro camagüeyano, Espacio Interior; los pinareños Alas y Teatro de la Utopía; además de los anfitriones Alánimo, Compañía Mejunje, Teatro sobre el camino, Escambray, Dripy y Laboratorio, por solo mencionar algunos, tuvieron a su cargo una programación extensa y diversa con cabida para el teatro de todos los gustos, desde el infantil hasta el de adultos, desde los títeres hasta los actores que se desdoblan en la escena amparados por los telones y las luces.
Apenas al comienzo, su creador, Ramón Silverio calificaba al festival como uno de los eventos más intensos de los últimos años, no solo por lo extenso de su duración, del 21 al 30 de enero; sino por la convergencia de maneras de hacer a través de agrupaciones de las tres regiones de la nación.
La calidad, decía Silverio, estaba asegurada: contó el festival con varios premios de la Crítica 2018, entre ellos El hombre inmóvil, de Espacio Interior; El encuentro, de La Salamandra (La Habana); CCPC, de El Portazo (Matanzas), con el que abrió el certamen; y varias puestas igualmente destacables por la eficacia de su proyección artística y actoral y por las ganas de hacer que imperan siempre que se viene al Mejunje. Casi 15 años después, precisamente Teatro del Viento se entregaba en la función 199 de Aceite más vinagre es igual a familia, en una noche fría y memorable.
Fue, como ya es costumbre, un evento maratónico con funciones únicas y para espectadores diversos, que se reafirma como uno de los más esperados dentro del calendario de festivales teatrales en la Mayor de las Antillas, precisamente porque ha tenido siempre el principio de inclusión por sobre todas las cosas. Un certamen alternativo, que comenzaba en los primeros años de la década del 90 a reunir a los elencos menos conocidos en este mundo de telones y bambalinas. Hoy esos grupos que han crecido, han hecho crecer de igual modo al festival del Mejunje.
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Estamos ahora en 1992. Es enero 26 y en el Mejunje de Santa Clara se celebra el primer aniversario de la declaración del centro como institución cultural y de asentarse, luego de tanto peregrinar, en una sede permanente. La fiesta está protagonizada por el teatro y dura dos días. En una época en que las condiciones económicas han desmantelado a casi todas las grandes compañías teatrales del país o, en el mejor de los casos, las han reducido, esta fiesta representa una señal de vida para el teatro y sus protagonistas.
Se reúnen entonces algunos de los grupos de Santa Clara, grupos de pocos actores y escenografías más bien simples, aunque con obras de calidad y hechas con la pasión de los tiempos difíciles. Nacía así, aquel enero de 1992, el Festival Nacional de Teatro de Pequeño Formato, por el que pasarían, en las ediciones posteriores, muchos de los elencos renombrados en la historia de las tablas cubanas.
El segundo encuentro tuvo un carácter más provincial. En esa ocasión resultó premiada la puesta Rara Avis, de Teatro a Cuestas, el elenco cienfueguero. En el tercero se recuerda especialmente a Teatro de Dos y la obra Federico de Noche. Y se sucedieron las ediciones, aumentaron escenografías y número de actores hasta que lo de pequeño formato pasó a ser solo un apelativo. Luego el nuevo bautizo: Mejunje Teatral, y en él enmarcada toda la trascendencia de un encuentro signado por el lugar donde se realiza.
Lo innegable es que el festival perdura y se crece cada vez más porque, como en la institución madre, caben todos los que quieran, y unos se retroalimentan de otros, se observan, aprenden, admiran, señalan, aplauden. Al final el público, conocedor o no, santaclareño o no, tiene la oportunidad de disfrutar del mejor teatro, ese que se hace corazón en mano y coraje en el pecho.
A eso, también, los ha enseñado Silverio y este lugar que siempre los acoge. Al que regresarán una vez y otra. Y que nunca cerrará sus puertas.