Más allá de fotos, aniversarios, recuerdos y algunas fechas en el cementerio, sobrevive, como de la mano del destino, esa historia familiar, y esa Historia en mayúscula que nos acompaña, por diferentes causas y cauces, a cada uno de nosotros, como, por ejemplo, en mi caso en estas fechas la evocación del 27 de noviembre de 1871, cuando ocurrieron los infaustos hechos del juicio y fusilamiento de los estudiantes de Medicina, en cuyo dramático proceso fue incluido, junto a sus condiscípulos, mi tío bisabuelo Francisco Codina Polanco.

Doctor Francisco Codina Polanco. Foto: Cortesía del autor

Tío Panchito para la familia, don Pancho para los vecinos de su pueblo, sobrevivió al sorteo que, organizado por la sevicia de los colonialistas, se efectuó en su curso, siendo, con el expediente académico 2857, uno de los estudiantes de Medicina de primer año enjuiciado en aquellas azarosas fechas. De un total de cuarenta y cinco compañeros de aula, dos serían exonerados por diversos motivos, cuarenta y tres serían condenados a distintas penas, y de ellos ocho, escogidos de forma fatídica, serían fusilados y pasarían a la historia como el mayor símbolo de martirio y rebeldía de la juventud cubana. Él a su vez sería uno de los estudiantes sometido a diferentes penas de cárcel. Sentenciado a seis meses de reclusión carcelaria[1], pena menor, pero que cumplió hasta extinguir la totalidad de la condena —no obstante el indulto concedido por la monarquía a los treinta y cinco sobrevivientes inculpados—[2], figura entre los firmantes, dieciséis años después, de la carta de adhesión que, con fecha 15 de marzo de 1887, es publicada dos días después en el periódico habanero La Lucha, carta que constituye testimonio público de agradecimiento a Fermín Valdés Domínguez, por su decidido bregar en la reivindicación de sus hermanos, por lo que es reconocido como el “compañero que tan dignamente ha sabido merecer el aplauso de todos los cubanos”.[3]

“A la muerte de Codina Polanco, en julio de 1934, el gobierno municipal decretó tres días de duelo local, por ser hijo predilecto de ese pueblo ‘y tener contraídos méritos suficientes con la Patria (sic)’”

El principal investigador sobre estos episodios, el profesor Luis Felipe Le Roy [4], ante el supuesto de que las condenas mínimas de seis meses a Codina Polanco y a otros tres condiscípulos se debía a que eran demasiado niños —tío Panchito, nacido el 13 de agosto de 1853 en Bicana[5], como se escribía antiguamente, ya había cumplido 18—, recuerda que sus edades eran similares a las de varios de sus compañeros víctimas de sanciones más severas, por lo que no constituían un atenuante a la hora de ser sentenciados. En su estudio sobre los sucesos del 27 de noviembre de 1871,[6] el más completo hasta la fecha, refiere una especulación —“al decir de Reyes Zamora”— sobre la posible causa de esa sanción menor en el caso de Codina, pero la rectifica en una nota al pie en la que, a sus propios argumentos, suma la información que amablemente, como él cita, le brindara César Saíz Codina, descendiente del procesado. Uno de sus hermanos, el coronel Manuel Lico Codina Polanco, se había levantado en armas el 9 de octubre de 1868, en vísperas del inicio de las guerras de independencia de Cuba, en la región de Gua, al frente de una partida de hombres de ese lugar, obedeciendo órdenes de Carlos Manuel de Céspedes. Según el testimonio que recogió el laborioso cronista local Modesto Tirado (hijo),[7] durante el juicio Codina fue increpado a viva voz desde el público por ser familia de mambises, relación de la cual, en un cruce de palabras en plena sala, no adjuró. Es oportuno recordar, como aval de esa memoria, que el padre de Tirado, patriota de origen puertorriqueño, historiador de Manzanillo y su primer alcalde después de la independencia, sería alguien muy cercano a él.

Expatriado en Europa —primero Madrid y luego París, donde asistió a clases de Pasteur—, “regresó a Cuba cargado de cultura científica, de esperanzas y de ambición, en 1878”[8], y se estableció de inmediato en la pequeña ciudad de donde siempre se reconoció. A diferencia de su hermano Lico, quien desde el primer día y por toda su vida estuvo integrado a la causa insurrecta, don Pancho se consagraría como médico a la vocación de servicio a todos sus conciudadanos, sin distingo de ciudadanía o condición social. Como dice uno de sus exégetas, “encarnó, desde su iniciación, al médico de familia (…) la Medicina era, para él, era un sacerdocio” hasta el final de su existencia, a unas semanas de cumplir ochenta y un años. Por su generoso bregar, primero en la colonia contra la fiebre amarilla, y después en la república contra la influenza, el monarca español Alfonso XIII le otorgó la condición de Comendador de la Real Orden de Isabel la Católica.

De cómo hace poco más de un siglo se entregó, con su acreditada voluntad, a combatir la terrible enfermedad conocida como influenza o “gripe española”, cuando esta azotó a la ciudad del Guacanayabo —donde en los últimos tiempos, y a tenor de otra pandemia universal, ese drama volvió a repetirse—, he conocido por testimonios familiares y otras fuentes, como documentos de la época investigados, entre varios, por el apasionado y laborioso historiador de esa villa que es Delio Orozco, o lo publicado en diversos espacios periodísticos de ayer o del presente: “El archivo de la ciudad oriental cubana da cuenta de que la primera muerte ocurrida por la pandemia fue el 6 de octubre de 1918, y el día de más alta mortandad fue el 1 de noviembre en que fallecieron 12 personas. En enero de 1919 se reportaron solamente seis bajas (…) De los médicos de la ciudad (…) merece especial mención el más viejo de todos, Dr. Francisco Codina Polanco, que no descansó, puede decirse, mientras hubo un enfermo que asistir”.[9]

Homenaje a los estudiantes de Medicina. Foto: Vanguardia

Pese a no estar comprometido en el campo de batalla independentista, por su conciencia de cubano y hombre de bien, que siempre lo distinguió, durante la etapa final de la Guerra del 95 hizo valer sus buenos oficios, y sostuvo correspondencia con los mayores generales del Ejército Libertador Salvador Hernández Ríos, su coterráneo y jefe de toda la zona del Guacanayabo, que lo reconoce como su amigo y con el que está en contacto incluso personal, para lograr la rendición incruenta por parte de las tropas españolas de la plaza manzanillera, perdida definitivamente para sus defensores; y en aras de esa misma causa, mantiene comunicación con el legendario jefe insurrecto Jesús Rabí, quien le escribe: “Distinguido amigo: Ayer llegué a este punto y mi mayor satisfacción hubiera sido haber hablado con Usted (…) no comprendo cómo los españoles de ese lugar están aferrados en una resistencia, que además de ser estéril, sólo le traerá un sacrificio innecesario”.[10]

Don Pancho fue una institución viva en la historia de su ciudad natal, donde se le recuerda con una céntrica calle que lleva su nombre, y en el hoy hospital materno Fe del Valle, antigua Colonia Española, de la que fuera fundador y primer director. La primera piedra de este sanatorio fue puesta, junto a él, por el patricio manzanillero Bartolomé Masó. Era de dominio público en el pueblo que, todos los 27 de noviembre desde 1898 —cuando empezó a ser permitido, con el inicio de la salida de las tropas coloniales—, colgaba en el frente de su casa, con un crespón negro, la bandera de la estrella solitaria. Desde niño siempre me acompañó esa saga familiar, como evocación de su memoria eterna a los hermanos asesinados.

Del cordial Cesarito Saíz Codina (citado con agradecimiento por historiadores de hoy como Onoria Céspedes y Delio Orozco, cercano a él en sus últimos años), dedicado e infatigable como custodio de los archivos históricos de la cuenca manzanillera, guardo como el regalo que fue, una copia mecanografiada de una breve monografía sobre tío Panchito. A la muerte de Codina Polanco, en julio de 1934, el gobierno municipal decretó tres días de duelo local, por ser hijo predilecto de ese pueblo “y tener contraídos méritos suficientes con la Patria (sic)”.[11]

Monumento a los estudiantes de Medicina en el Cementerio de Colón. Foto: La Jiribilla

Junto a la remembranza familiar, al cumplirse siglo y medio de aquel 27 de noviembre, recuerdo cómo el buen amigo y respetado arquitecto que fue Mario Coyula, al convocar durante años su entonces emblemático ciclo de encuentros “La Habana que va conmigo”, escogiera como pórtico al citatorio a estas conferencias, donde campeaban la memoria y la cubanía, “la hermosa joven de la estrella en la frentede la escultura de Vilalta, en el monumento a los estudiantes de Medicina en el Cementerio de Colón.


Notas:
[1] Con un himno en la garganta (coordinadores José Antonio Baujín y Mercy Ruiz, Editorial UH y Ediciones ICAIC, 2019), p. 58
[2] Luis Felipe Le Roy y Gálvez. A cien años del 71. El fusilamiento de los estudiantes. (Editorial de Ciencias Sociales, 1971), pp. 149 y258.
[3] Con un himno en la garganta. Ob. cit. p. 115.
[4] Con un himno en la garganta. Ob. cit. p. 162.
[5] Aunque en su expediente universitario declara ser natural de Manzanillo (César Saíz Codina. “Síntesis biográfica de Francisco Codina Polanco”. Inédito, copia mecanografiada).
[6]Luis Felipe Le Roy y Gálvez. Ob. cit. p. 132.
[7] César Saíz Codina. “Síntesis biográfica de Francisco Codina Polanco”. Ob. cit.
[8] Luis Felipe Le Roy y Gálvez. Ob. cit. pp. 258-259.
[9] Alfonso Quiñones. “De pandemia a pandemia: apuntes sobre la gripe española de 1918, en Manzanillo (Cuba)” (notaclave.com 28 de junio de 2020)
[10] César Saíz Codina. “Síntesis biográfica de Francisco Codina Polanco”. Ob. cit.
[11] César Saíz Codina. Ob. cit.