Torres Cuevas, lo que queda de él en mí
Comienzo parafraseando el título de un texto del Doctor Torres Cuevas, donde expone a través de su testimonio lo que significó el legado del intelectual Jean Paul Sartre para su vida, denominado: “Sartre, lo que queda de él en mí”, incluido en su libro En busca de la cubanidad. Religión, raza, pensamiento, Tomo III. De esa forma también quiero comunicar algunas vivencias y enseñanzas de lo que él fue para mí.
Nada, aunque esperado sea, es fácil cuando se trata de quien no estará más acompañando una carrera profesional como la de esta alumna. No sólo se trata de un legado investigativo y profesional, sino de una ética probada hasta en sus últimas consecuencias, de enrumbar caminos, de allanar dificultades, de saber siempre dónde estaría el lado del deber.
Al Dr. Eduardo Torres Cuevas lo conocí una tarde del 20 de octubre del 2012 ―aunque para nada me era ajeno su nombre, por su magna obra y por siempre buscar sus novedades en cada edición de la Feria del Libro en Cienfuegos─, fue una dicha inmensa poder intercambiar aquel día con él en la Biblioteca Provincial cienfueguera.
Para ese entonces yo tocaba el piano en una agrupación musical de pequeño formato y además cursaba una maestría en Estudios Históricos y de Antropología Sociocultural Cubana. Aún estaba por definir mi tema de investigación, pero sí tenía claro que sería sobre la música. Quién podría imaginar que esa sería la gran pasión del Dr. Torres Cuevas.
Luego de terminada la actividad prevista, me le acerqué para que me diera algunos consejos que terminaron en lo inimaginable, aquello era un sueño. Me estaba proponiendo que investigara a la orquesta Aragón, bajo su tutoría.
“Pero cuál era la esencia de su pensamiento: era Cuba, era su defensa desde todas y cada una de las aristas posibles”.
¡Qué gran reto! No podía creerlo y sinceramente pensé que luego de marcharse a la capital, tal vez nada sería igual. Para mi sorpresa, mantuvimos una comunicación cuyo próximo encuentro fue programado para el cercano mes de diciembre en la Biblioteca Nacional de Cuba “José Martí”, institución que dirigió por varios años. Fui con mi mamá —mi inseparable—, y cuando entramos a su oficina me tenía unos cuantos libros listos para que fuera estudiando y haciendo lecturas previas como parte de mi proceso investigativo. Conversamos de varios temas y de las urgencias por reconocer determinados vacíos en la música y en la cultura cubanas. De manera especial por situar en el lugar que merecía a la insuperable orquesta Aragón.
Poco a poco se hicieron muy frecuentes mis idas y venidas de Cienfuegos a la capital; varios amigos colaboraron, no puedo dejar de mencionar a la profesora Milagros Nieblas. El Dr. Torres Cuevas siempre agradecía en mi nombre, porque sabía que las estancias en La Habana se hacían muy difíciles para los de provincia como yo. Y de manera jocosa siempre tarareaba: “Cienfueguera en La Habana…”.Parte del texto de la Aragón que él modificaba y lo atemperaba a lo que yo estaba viviendo. Y así fuimos avanzando en la investigación. Entrevistamos a Celso Valdés, violinista de la orquesta; a Gladys Egües, hija de Richard Egües; estuvimos en conciertos y, claro está, conversamos mucho con Rafael Lay.
Realizamos en Cienfuegos el I Coloquio sobre Música Cubana, en homenaje al entonces 75 aniversario de la orquesta Aragón, y se le dedicó una sala en el Centro Cultural Benny Moré.
Mucho hicimos, mucho. Y no sólo debatíamos sobre música. Lo atormentaba el futuro de Cuba, de sus niños y jóvenes, de lo que habría que enfrentar y de cómo se debía hacer. En uno de sus últimos trabajos, “Ideología de la revolución cubana”, lo deja muy claro.
Defendí mi tesis de maestría, seguimos para el doctorado y publicamos el libro sobre esta orquesta. Mis anhelos se habían convertido en hechos. Pero, cómo seguir. Ahí me aconsejó trabajar la figura del maestro Guillermo Tomás, primer cubano Doctor en Música por la Universidad de Nueva York. Otro éxito gracias a su visión, cuyo resultado obtuvo el Primer Premio de Musicología “Argeliers León” de la Uneac en 2021.
Pero cuál era la esencia de su pensamiento: era Cuba, era su defensa desde todas y cada una de las aristas posibles.
Torres Cuevas era el hombre que desde una simple conversación podía ofrecer varias enseñanzas. Hombre de refinado gusto musical nacional, internacional, popular, clásico. Podía comenzar una conversación recordando sus años de adolescencia y juventud, en los que vivió apasionado por las arrasadoras piezas de Olga Guillot o de su favorita la Orquesta Aragón, de la cual dominaba todo su repertorio de más de 400 piezas.

Pero también fue la época musical en la que vivió sus primeros años la que marcó su sensibilidad y espiritualidad. Torres Cuevas podía tararear o hasta cambiar letras de forma jocosa de una canción, sin dejar de recordar con exactitud el verdadero texto.
Recordaba a Rolando Laserie, Vicentico Valdés, pero disfrutaba también un “Claro de Luna”, la excelencia musical de la jazz band de Glen Miller, y del francés Charles Aznavour en la que rememoraba sus largos días grises en Francia, su cultura, sus calles, etc. Y también podía, con absoluto criterio musical, establecer comparaciones de formatos, de características específicas entre un cantante y otro, así como de pequeñas individualidades que hacían diferente una orquesta de otra.
Lo acompañé a conferencias realizadas en la Cujae, en el Ministerio de Cultura, en el Instituto de Investigación Cultural “Juan Marinello”, en la Fundación Alejo Carpentier, en el Salón Frío de la Universidad de La Habana y otras.
Pude aprender hasta en sus reuniones de trabajo. De especial agrado recuerdo la de la celebración por los 50 años del Departamento de Filosofía donde estuvieron Fernando Martínez Heredia y Aurelio Alonso —en la casa de este último y en la Casa de las Américas; las de la Academia de la Historia de Cuba junto a María del Carmen Barcia, Mercedes García, Oscar Zanetti, Yoel Cordoví, Félix Julio Alfonso, Edelberto Leiva, Arturo Soregui, Ibrahim Hidalgo, Pedro Pablo Rodríguez, entre otros. De igual forma sucedía en la Casa de Altos Estudios “Don Fernando Ortiz” con sus entrañables colegas como Javhier, Jannet, Oilda, Mercedes García, Grazziela Chailloux. En la Biblioteca junto a Eusebio Leal, Lou Pérez, Alejandro de la Fuente, René González, Yoel Cordoví, Fernando Rojas.
“La escuela fue determinante para su futura profesión; de ahí nació, entre otros aprendizajes, su amor a Martí”.
Conocí de la Alianza Francesa y sus interioridades; pero también me comentaba los proyectos que no se podían perder y a los que le dedicó parte de su vida: la digitalización de la Biblioteca, la Biblioteca Park, el Proyecto de revitalización de la enseñanza y la comunicación de la Historia. Desde la Oficina del Programa Martiano estaba llevando a cabo disímiles acciones por el centenario del Comandante.
Mi tutor, mi maestro, mi profesor, Eduardo Moisés Torres Cuevas, nació el 4 de septiembre de 1942 en la ciudad de La Habana, aunque gran parte de su familia radicaba en Cienfuegos. Allí su tío Eduardo Torres Morales, pedagogo y periodista, se destacaba desde las primeras décadas del siglo XX por sus profundas valoraciones sobre la cultura y la educación de la perla sureña que se plasmaban en sus columnas habituales“Del ambiente escolar” y “Comentarios” del periódico La Correspondencia. Su madre —alumna de piano de la Academia Jiménez incorporada al Conservatorio Orbón de La Habana— gustaba de la buena música, por lo que le inculcó un exquisito gusto por el buen arte. De su padre —quien era de profesión piloto y a quien perdió en su niñez— heredó la audacia y el no dejarse vencer ante las adversidades. Fue, en ese ambiente de lecturas, música, creación y osadías, que se forja un espíritu inquietante de saberes que marcarían la personalidad de Eduardo.
La escuela fue determinante para su futura profesión; de ahí nació, entre otros aprendizajes, su amor a Martí. El Instituto de la Víbora —con profesores como Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo— es el referente académico que se identifica como su patrón de gestación intelectual y de vida, en el que se registran sus inicios profesionales con los estudios en Ciencias y Letras, en 1962. Pero como razón imperante el hecho cultural más importante para su formación fue la Revolución cubana. Este acontecimiento implicó el replanteamiento y el re-análisis de toda la realidad cubana. El cambio, la riqueza de ideas, la diversidad, revelaron un escenario que lo indujo por el camino de la historia.
Al llegar a la Universidad de La Habana, en la que cursó la carrera de Historia, experimenta un ambiente histórico-cultural para él privilegiado. La Escuela de Historia aún estaba en formación, caracterizada por un mundo de discusión histórica donde las distintas tendencias o visiones eran bastante polémicas, afirma Torres-Cuevas.[1] La historia para este investigador consiste en ir más allá del análisis de datos. Es ser capaz de entender los procesos sociales y de explicarlos desde las relaciones, los vínculos. Y eso solo se puede lograr mediante la profundización de métodos, de conceptos y de teorías. Comparte el privilegio de haber contado su generación con hombres brillantes como Manuel Moreno Fraginals, Juan Pérez de la Riva, Julio Le Riverend, la escuela de Langlois y Seignobos y la polémica marxista como referentes indispensables en los nuevos análisis para entender la historia, cómo hacerla y cómo trasmitirla.

Complementa su formación con los estudios de Filosofía como segunda carrera. Luego de graduado, en 1969 inicia su labor como profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. Allí encontró ese núcleo necesario de articulación teórica para escalar hacia la complejidad de la Historia. El estudio del pensamiento teológico-filosófico y su presencia en las raíces de las civilizaciones cristianas occidentales hizo que se dedicara a la historia de las ideas en Cuba, como es el caso del pensamiento de Félix Varela, José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero, el Obispo Espada.
A lo largo de su vida profesional acumuló más de 211 obras significativas y necesarias para la comprensión y desarrollo de la conciencia y la cultura cubanas: 4 trabajos pre académicos; 57 libros publicados como autor, colaborador de artículos, coordinador de selecciones y notas a su cargo; 23 publicaciones digitales; 24 libros en los que ha realizado prólogos e introducciones; como editor, 9; obras colectivas nacionales y extranjeras, 22; folletos, 5; artículos en revistas especializadas, 37; artículos de divulgación, 23; entrevistas en periódicos y revistas, 3, y 4 artículos dedicados a su persona.
Su capacidad de trabajo le permitió desplegar disímiles responsabilidades, algunas de ellas fueron: la dirección del Centro Interdisciplinario para el Desarrollo de las Ciencias Sociales “Don Fernando Ortiz”, de la Biblioteca Nacional de Cuba “José Martí” y del Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas; la presidencia de la Alianza Francesa de Cuba; de la Academia de la Historia de Cuba; de la Sociedad Cultural José Martí y de la Oficina del Programa Martiano.
El reconocimiento a su obra le permitió su inclusión en 12 membresías académicas como la Sociedad Económica de Amigos del País, el Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, la Academia Cubana de la Lengua, el Consejo Asesor del Ministerio de Cultura, entre otras. Desde el año 2019 es nombrado Miembro de Honor de la Academia de Ciencias de Cuba. Su dedicada y apasionada labor lo ha hecho merecedor de más de 80 premios y reconocimientos tanto nacionales como internacionales, lo que denota el alcance que exhibe su extensa producción científica.
Notas:
[1] Guanche, J. C., Torres Santana, Aylin: Por la Izquierda. Catorce testimonios a contracorriente. Tomo IV. Entrevista al Dr. Torres Cuevas. Ediciones Videoteca Contracorriente ICAIC, 2015.

