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Un atuendo lujoso colgado a la intemperie
28/10/2016
La lectura de La intensidad de las cosas cotidianas [1], primer poemario publicado por Sheyla Valladares, con toda la incertidumbre y repercusión que tal hecho supone para la autora, nos devela que la poeta ha querido más la verdad que ser buena, como confiesa la Sontag en su Diario [2]. Nos enfrentamos a versos de gran poder sugerente y a una rebeldía sutil e intelectual, donde una avidez de vida y la objetividad se dan la mano:
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Foto: Internet
Son versos claves en el poemario, donde el yo poético elige el secreto suyo que te revelará, no el que tú, conociendo su condición de mujer, esperas oír. Bien sintomático como poema pórtico —elige hasta las heridas, lo que habla de un sujeto activo hasta lo impensable—, pues no otra cosa dice que la rebeldía es la primera cara, y quizá la única auténtica de las caras, en el caso femenino, que en ocasiones llega a trasvasar tal condición:
No sé por qué descubro en este poema una especie de declaración generacional, privada de la autocompasión, algo muy recurrente en la lírica femenina, vuelta rebeldía esencial, no temerosa de sí misma; y noto un tono firme o una voluntad firme en el despliegue poético de esta muchacha, así como el manejo del ángulo o el argumento sutil. Se advierte en la autora un grado natural de intuición poética, una intuición poderosa que le devuelve la naturaleza maldita de la existencia femenina:
La poeta nos convence de por qué la mujer tiene que ser rebelde por naturaleza en un mundo donde la mayoría vive de su sacrificio; intuye las amargas esencias de lo femenino, convenciéndonos nuevamente de por qué la poesía es una búsqueda de lo inexplicable [6], aun cuando su pluma y su intelecto tienen mucho de qué nutrirse, mucho por recorrer:
Por eso la condición femenina puede intercambiar roles entre la sufrida y la vidente, entre la racional y la supersticiosa. En otro sentido de las esencias, podemos encontrar en el libro el aspecto clamoroso de una huella, la avidez de la juventud convertida en ceguera, o una urdimbre firme que quiere definir su voz. A veces explora la vena filosófica en textos de menor fuerza que los que abordan el desafío de su existencia como mujer, del gesto enigmático que provoca la incertidumbre.
Celebro, entonces, esta primera entrega que demuestra que “nuestra tarea crucial en este momento de la historia —una tarea para las mujeres y los hombres— no es celebrar esta supuesta diferencia entre nuestras naturalezas, sino cuestionar valientemente mediante palabra y acto la realidad de esta diferencia, para que la misma no nos distorsione con violencia, resquebrajando nuestra condición humilde [8]”.
En su ópera prima se recrea una situación como la ilustración de la portada del libro: un atuendo lujoso colgado a la intemperie.