Asisto, por primera vez, al Taller Internacional de Payasos que organiza en Las Tunas, Teatro Tuyo, con el apoyo de varias instituciones culturales y gubernamentales. Los tuneros son por esencia amables, con sus soles y bemoles como las personas de todas las provincias, pero la gran mayoría te hace sentir en casa, tranquilo y disfrutando de lo que hay. Fue eso lo que constaté en el arranque de la cuarta edición del  evento. El pueblo repletó la carretera central, vía primordial de acceso a la ciudad, y de tránsito hacia las demás provincias orientales. Todos sienten suya la cita de los graciosos, y acuden entusiastas cada jornada a los espacios abiertos donde se programan actividades, y a la sede principal de la fiesta en el reparto Buena Vista, cuartel general de los aplaudidos payasos tuneros.

 Ernesto Parra en su rol de Papote: una personalidad humilde, llena de asombro creativo, perseverancia artística
y utopía desbordada. Foto: Sonia Almaguer

 

Desde varios países llegaron artistas al jolgorio, Uruguay, Argentina, El Salvador, México, Colombia y España, más la representación nacional. El clown en la actualidad  marcha hacia nuevos destinos, y si no son nuevos, concepto tan ambiguo siempre, al menos son diferentes. Clown y narración oral, clown y teatro, clown y humor (este se halla en la raíz del oficio del payaso) clown y mimo, clown y la tradición sedimentada en Europa y buena parte de la región de Las Américas. Una profesión cada vez más contaminada, removida y regenerada, como sucede con la vida del hombre, principal responsable a su vez de la vida y los destinos del arte.

A Charles Chaplin se dedica el cuarto taller, a su huella imperecedera en los predios del  séptimo arte, y ya sabemos que Charlotte fue un clown muy singular, que nunca utilizó una nariz roja para que lo identificaran como tal. Quizás sea ese el espíritu que ha marcado el evento en 2018, la ausencia del elemento identificativo del payaso en casi la totalidad de los espectáculos extranjeros invitados. No utilizar la nariz es un reto y un riesgo, un corrimiento de los códigos de ese arte, que debe suplirse con efectividad escénica, virtuosismo actoral y físico, inteligencia, concepto espectacular potente, aun en la propuesta más minimalista, y gracia sobreabundante, esta última condición no es discutible, ni siquiera ante el experimento más animoso. La risa o incluso la sonrisa, ese mohín pícaro y cómplice, es la fortaleza irreductible de un payaso, sea de ayer o de hoy, incluso de mañana.

Siempre me parecen válidos y atractivos los desafíos artísticos. Cuando son ciertos quedan, dejan un sedimento en el público y en los amantes de la cultura, más allá de gritos, aclamaciones y emociones exaltadas. Se alojan en los sitios recónditos de la memoria, que el ser humano revisita, que disfruta como inapreciable tesoro. Aprendizajes pedagógicos, exposiciones, libros, conferencias, diversión…de todo ha propuesto esta cuarta edición en el llamado “Balcón del oriente cubano”. Teatro Tuyo ha labrado durante casi 20 años un terreno propicio para que crezcan las narices rojas por todo nuestro territorio, sus montajes son la mejor defensa de la profesión. Estructuras espectaculares debidamente articuladas, dramaturgia sugerente, con sitios para las zonas de improvisación que precisa el payaso,  una estética cuidada, banda sonora eficaz, a manera de atmosfera útil, no como relleno auditivo, historias de una poderoso atracción y actores luminosos, cada uno luciéndose en su rol respectivo y en frecuencia con la interpretación coral. Ernesto Parra, líder de Teatro Tuyo desde 1999, de una personalidad humilde, llena de asombro creativo, perseverancia artística y utopía desbordada, ha conseguido que nuestra isla quiera, siga y admire el arte del clown, ha conseguido un payaso intrínsecamente nuestro para todos.