Es preferible que nuestros templos serenos se queden desiertos antes de que se llenen de sacerdotes dedicados al trapicheo y a los malabares.

Robert Louis Stevenson

Sería injusto —aunque, en honor a la verdad, ya muy difícil― desvincular a Rafael Acosta de Arriba de la cultura. No de la cultura ajustada solo a las manifestaciones artísticas, sino de aquella que se piensa y proyecta a través de la comprensión de una suma acogida por lo escritural. Ello pudiera permitir con posterioridad la pretensión y el acomodo del intelecto para el discernimiento de aquella, que parece achicarse por la emancipación y preferencia ante una rama del saber. Es una necesidad y un derecho para el intelectual que escribe o/y el autor meditabundo. La ventaja disfrutada y hasta enarbolada por ensayistas, es ocupación además de muchos narradores y poetas. Mas el intelectual no tiene que ser necesariamente literato.

La ventaja es generosa con la instancia de una especialización pronta a expandirse. Pues el saber en abanico es lo que diversifica incluso cuanto supone uno haber aprehendido. El libro Cortando amarras denota y connota lo realizado por Acosta de Arriba durante tantos años en favor del campo cultural de las imágenes (sobre todo pintura y fotografía, cine y grabado), la reconsideración de las mismas por lecturas entrecruzadas y las atenciones a disímiles modos (no forzosamente estilos) de escrituras.

Entérese de lo que representa para un modelo de escritor plural —poeta‚ crítico y ensayista es Rafael— intimar, por insistencia, con intercesiones de lo ajeno para la cosecha específica. Crecimiento del espíritu, indudablemente. Mas son imperceptibles las ganancias espirituales por mucho que comprobemos los saberes de alguien. Sin embargo, antes de sus trascendencias, hay afirmaciones que necesitan ser legitimadas por ciertas prácticas, donde una clara facultad gana en validez abrazando un concepto abstracto. ¿Cómo explicarlo de otra manera? Conviene recurrir a Henry James.

Cortando amarras denota y connota lo realizado por Acosta de Arriba durante tantos años en favor del campo cultural de las imágenes”. Foto: Radio Enciclopedia

Al escribir James acerca de Robert Louis Stevenson, se detiene en pocas pero precisas líneas para referirse a compromisos éticos de esos críticos que apuestan por sus discursos legitimadores. Pero el estadounidense muestra mayor interés por una cuestión complementaria. Cualquier texto de esta índole debe estar prefijado por dos disposiciones sincrónicas, insinúa. Estas serían: “una feliz observación y una curiosidad libre”.

Lo primero pudiera explicarse en virtud del momento oportuno, sin el dominio del estado de ánimo desfavorable y con frecuencia propenso a la parcialidad para exponer un juicio de valor. Cuesta argumentar lo que es un desacierto ya en la introducción. La feliz observación tiene que ser desprejuiciada y ante todo salvada de los propios influjos negativos del humor o, al decir de la expresión coloquial, “de cómo tenga uno el día”. Lo que no supone que el crítico renuncie a gustos o le sobrevengan desazones frecuentes o frescas. En cuanto a la curiosidad libre, se explica por sí sola aun cuando parezca y sea, en efecto, una bella redundancia en la que el deseo de ver o conocer se convoca e impone de antemano por la libertad. [1]

“No obstante las influencias reconocibles y furtivas, ¿qué imagen tiene Acosta de Arriba del ensayo? Acaso sea mejor plantearse lo anterior estando a la mira del conjunto que enseñe primero las presencias independientes y por tanto confrontables entre ensayo e imagen”.

Con argumentos de sobra, pareciera incumplir este autor con su temprana vocación de profesor de Matemáticas. Norberto Codina, su amigo y uno de sus lectores más críticos, ha tenido a bien por estas fechas, a propósito de la presentación del volumen Rafael Acosta de Arriba. Biobibliografía, de Leybis Rosales Arzuaga, subrayar lo determinante que fue el estudio de la ciencia formal de marras para uno de los investigadores más minuciosos y lúcidos de Cuba.

No obstante las influencias reconocibles y furtivas, ¿qué imagen tiene Acosta de Arriba del ensayo? Acaso sea mejor plantearse lo anterior estando a la mira del conjunto que enseñe primero las presencias independientes y por tanto confrontables entre ensayo e imagen. No a modo de visión a secas. Se trata de un asunto concerniente a la visualidad. Resulta atractivo cómo la visualidad, en su porción externa, puede y debiera aquilatar hasta atraer (y ser atraída por) el ensayo, condicionándolo ya no solo en las consideraciones de este hacia el objeto de análisis ―es cuanto menos se espera y no siempre se logra―, sino más bien imantando un orden escritural harto figurativo a un tiempo que incompleto a buenas para que entre a desempeñar su papel la interpretación creadora. Esa plasticidad y visión que un autor pudiera conseguir en su texto, es asimismo un refuerzo ultimado por el lector. Las imágenes procedentes de una escritura responden al intercambio resuelto o a la complicidad indirecta entre quien escribe y quien lee. (In)conscientemente suele pedírsele a la narrativa y a la poesía un abono emocional y estético que es también básico e imprescindible para el ensayo. No en balde, así escriba sobre un artista en particular (“Las honduras de la condición babélica”), abriga los textos con generalizaciones tan bien traídas como cuando expone: “El estilo para un creador es un laboreo, una conquista que, aun siendo fruto de un don precoz […], siempre será la consecuencia de la hibridación entre talento y práctica”. O, donde la demanda es afirmación (“Algunas ideas sobre arte, sociedad y puntos de fuga”), asienta lo siguiente: “Entender las prácticas de la imagen como un fenómeno globalizador del cual no podemos estar ausentes y relacionarlas e inscribirlas con las demás humanidades, es un propósito por el cual deben luchar los investigadores, académicos e intelectuales de bien”.

“Un saber solicita buenas amarras. No obstante, el deseo de compartirlo mediante el ensayo comporta una soltura que nada tiene que ver con la distracción del esfuerzo intelectual”.

El ensayar de Acosta de Arriba —como se espera de las mejores aventuras del pensamiento― exterioriza a ratos un reclamo o sobreviene como tal. El silencio se rompe: la lectura queda manifiesta por momentos en voz baja, susurro que es conversación, no ya con el autor sino con uno mismo. Exigencia, incitación y finalidad de la prosa reflexiva. Pues mientras no se escriba para ser publicado, balbuceamos entonces una imagen con riesgo a traspapelarse en los reservorios de la interioridad. Fotografía e imagen visual en principio, literatura y lenguaje, política y sociedad, imposiciones del mercado y la realidad estetizada, muy estetizada, antropología y la cultura del Homo —con todo lo que implica y se complica por el término y las producciones simbólicas de la especie― se juntan. En líneas generales, a Rafael Acosta de Arriba casi todo le concierne en lo que ha sido, es y aspira a ser la humanidad. No creo sea el más satisfecho de nuestros ensayistas y hace bien. Quizá sea la razón por la que sigue creando y aún sorprende.

Emergen sorpresas mientras se espera ya poco de alguien o cuando, pudiendo desentenderse de sus porfías temáticas, mantiene una constancia contra viento y marea, sobreponiéndose incluso a todas las epidemias, crisis y disputas trasnacionales que han fracturado la confianza del ser humano en sus valores y creaciones con respecto al mundo. Es como si Rafael se acogiera al precepto de Ralph Waldo Emerson: “Para todas las críticas veo una sola respuesta, seguir trabajando”.

“En líneas generales, a Rafael Acosta de Arriba casi todo le concierne en lo que ha sido, es y aspira a ser la humanidad”.

Un saber solicita buenas amarras. No obstante, el deseo de compartirlo mediante el ensayo comporta una soltura que nada tiene que ver con la distracción del esfuerzo intelectual. La solidez de lo aprendido deja de notarse por una disciplina que, con habilidad, estará a sus anchas. Al cortar amarras, el ensayista verdadero consiente las andanzas temáticas y mucho antes las liberaciones de un género travieso y presto de continuo a admitir más. Ahora, ¿es motivo suficiente para enmarcar este libro en uno de transición o siquiera de paso? Por supuesto que no. He aquí un empeño autoral de numerosas conquistas, de aciertos venideros. Rafael volverá a cortar las amarras, “porque viajar esperanzado es mejor que llegar, y el verdadero éxito reside en el esfuerzo”.[2] Es una de las lecciones extraordinarias de Stevenson.

Notas:

[1] Del texto Robert Louis Stevenson, la cita exacta merece reproducirse. Escribe Henry James: «Se ha puesto de moda ser eficiente a expensas de quien posa, hacer hincapié en un pequeño punto, o infligir una pequeña chanza, con un vehemente aire de partido, antes que captar un talento en los hechos, obedecer su pauta e indicar su esencia: de modo que el exquisito arte de la crítica, abrumado por la grosería, se ha convertido en una cuestión de “bandos”. El crítico se esfuerza por anotarse puntos, pero no puede esperarse que el autor, por criminal que pueda ser, sea aprehendido por la justicia en virtud de los folletos repartidos en la causa; pues es esencial para una descripción feliz haber sido precedida por una feliz observación y una curiosidad libre, y la falta de costumbre, podría decirse, ha mermado esas facultades amables y sin envidia, que carecen de la gloria de órganos y cátedras». (Henry James: La imaginación literaria. Escritos de biografía y crítica, trad., sel., intr. Javier Alcoriza y Antonio Lastra, Alba Editorial, S.L., España, 2000, p. 156).

[2] Alberto Manguel, ed.: “El dorado”, Memoria para el olvido. Los ensayos de Robert Louis Stevenson, edición de Alberto Manguel, trad. Ismael Attrache, Fondo de Cultura Económica/Ediciones Siruela, México, 2008, p.168.

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