Un libro sobre la maternidad: una confrontación ante la ligereza como recurso literario

Caridad Atencio
6/10/2016

Horacio decía que el lenguaje del poema tiene que coincidir con la situación lingüística del poeta. Semejante afirmación que, a primera vista, parece esbozar un presupuesto lógico, de fácil cumplimiento, lleva a los más relevantes escritores hacia una vida de sacerdocio y dedicación a la literatura.

Algo de eso comienza a suceder en la obra de Nara Mansur, con su libro Manualidades, Premio Nicolás Guillén de Poesía 2011 [1]. En él se fragua el estilo de la autora: aparentemente ligero, intertextual, a ratos globalizado, desentimentalizado, donde se mezcla el ingenio y la ironía, pero, a diferencia de sus libros anteriores [2], en que no hay un equilibrio entre forma y fondo, se alcanza la eficacia literaria. Lo motiva un hecho bien explorado ya por la poesía: el nacimiento de un hijo. Pero la ojeada a la tradición no queda ahí, sino que se establecen conexiones expresas y se reconocen intertextualidades evidentes con Ismaelillo, de José Martí, y algunos otros poemas de nuestro mayor escritor. Es así que esta poeta que siempre gustó de tomar lo ligero y llevarlo a su poesía, incluso ironizarlo, en sus  previas entregas, ahora convoca esta ligereza para colocar contra ella, o en medio de ella, la gravedad del mundo, aspirada en el hecho de ser madre. En tal sentido se vuelve orgánica la manera en que enlaza terror y protección desde la mujer como hablante lírico. El amor se convierte para ella en temor o protección absoluta y se le teme a la pasión ciega, infernal, individualista, dependiente. Como un flujo que nace de un cuerpo cálido se describe una y otra vez la misión titánica de la madre, que no es otra que obrar desde la incertidumbre. “Se crea una especie de cosmos, donde todos los elementos luchan entre sí, hasta que los pacifique un recubrimiento de forma-idea que logra solidificarlos, es decir, intuición e intelecto, embriaguez y sobriedad, con un desplazamiento del centro de atención” [3].

Empleando a veces dos planos de la realidad: el físico y el metafísico, en este libro una imagen va entrando en la otra hasta perderse, y ser hacia un lado la niña, la madre, la abuela, y hacia el otro, ser la madre propiamente la niña, y potenciar en ella los sentimientos sesgados de la abuela. Por eso hay una inocencia que brota y otra que se pide prestada para conformar los perfiles vibrantes de la pequeña; y la mujer y su vástago son dos personajes bordados en la cabeza de uno, que hilvanan por momentos un diálogo teatral y trascendente, donde irrumpe recobrado, nacido, intertextualizado el tono de plegaria, y el desconcierto es mutuo: tácito el de la madre, adivinado el de la hija. La madre ha vuelto a ser niña y esa niña se mira a ella misma como madre: de ahí parte ese diálogo colocado aparencialmente en la boca de la bebé recién nacida. En esta inversión de roles la madre es como una niña desconcertada desbrozando todas sus incertidumbres. El dispositivo irónico es raigal en la concepción de las heroicidades de la progenitora. El ciclo se ha cerrado sobre la poeta, y se canta y se celebra a sí misma desde sus épocas distintas y remotas, y entiende cuando no perdona.

En el poemario también se idealiza a la persona de la niña, quien muchas veces es un narrador omnisciente o el ser más poderoso que deja sin vigor o razón los cuestionamientos o acciones de la madre, —esto es importante— al tiempo que aspira y descubre su ejemplo ético. La infante es también individuo de una profunda lógica, remarcada en este caso y curiosamente por su inocencia, conciencia crítica del yo lírico. Por tanto, la niña también se transforma en clamor por el que se comunican las preocupaciones o problemas de los padres y los adultos. El libro abunda en soluciones, en salidas ingeniosas que toman como pretexto o base de la ingenuidad, la inocencia, ¿la probidad? de la niña. Dicho recurso parece repetirse hasta la saciedad. A veces se le sobresale a estos poemas como su retórica, sus costuras, montadas sobre discursos explorados, aprendidos, amados, pero que en otras pueden dibujar la desazón eterna de una madre.

Como el motivo del libro es dar luz y respiro a una existencia, se da cabida a todos los universos: el de los objetos triviales y el de los objetos trascendentes. Cualquier alusión a lo doméstico, a un detalle nimio, se convierte en golpes de una psiquis que prepara un ser para una nueva vida, que educa. Llama la atención el hecho aparentemente contradictorio de que, aunque el eco martiano se halla en el fondo de todo el poemario —Martí y los versos aquí aludidos son referente ético y registro intertextual—, es como si la frase martiana del libro referido cobrara argumentos, tramos largos imaginados: “hijo soy de mi hijo, él me rehace”. El hijo revisa y juzga al padre [4], hay un tono de burla que sobresale por encima de la posible conmiseración y el sentimiento, acción que se enarbola como nuevo parecer globalizado. Tal asunto es novedoso en Manualidades, donde se abraza una manera del sentimiento contemporáneo: seco, burlado, burlesco, contenido, inadvertido, muerto. La emoción irrumpe en el discurso lírico traspasada por un sabor de burla, de imagen absurda, ridícula que aún así se duele.

A la luz de este razonamiento cobran interés particular los poemas “Una niña sentadita en una cama, y cinco cadáveres”, historia burlada, burlesca que puede rozar los límites del thriller y dinamita la permanente sensibilidad o conmiseración (se puede escamotear la realidad desde los ojos que planean un poema a manera de un film de moda, y apiadarte y a la vez reírte de la piedad); y “Qué oficio le pondremos”, donde incursiona con tino en los tejidos más sutiles del universo femenino y se enuncia que la mujer todo el tiempo se siente juzgada, incluso por los objetos de que dispone en la cocina [5]. Aun aquí se muestra la vida vuelta a su gravedad, pese a que nos miramos con la sicología del niño, y la puerta ocre nos espera, abierta al final del camino. Esto que hemos denominado “nuevo sentimiento globalizado” puede lograrse gracias a la mezcla de ironía y una bien simulada inocencia o a través del sarcasmo de la retórica política y la utilización de slogans, consignas y frases acuñadas en el argot popular como títulos —recurso ya explorado en su poesía, pero que ahora es utilizado con mayor sutileza—. Quien lee este cuaderno en relación a los libros anteriores de la autora comprende que el progreso en arte no estriba en extender los límites, sino en conocerlos mejor, como asevera Georges Braque. En eso consiste la aventura que viven esos dos seres esenciales: dar amor desde la incertidumbre, pues la poeta madre culmina reconociendo en la niña el trono del juego, la cima de su imaginación y de todas las ansiadas transfiguraciones.

 

Notas:

1. Nara Mansur. Manualidades. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2011.

2. Nara Mansur. Mañana es cuando estoy despierta, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2000 y Un ejercicio al aire libre, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2004.

3. Friederike Mayröcker. “Fragmentos sobre poesía” en El cerebro que canta (7 poetas contemporáneos en lengua alemana) Antología, Selección, traducción y prólogo Udo Kawasser, Torre de Letras, La Habana, 2008, p. 35.

4.  En el libro aparecen verdades que a veces el hablante lírico enuncia para la niña y para sí mismo, personificado en la madre: para apertrecharse y endurecerse ante la vida. Y sobresale la bocanada ética que llega a ser didáctica a modo de conversación o juego. Así aludiendo a la difícil comunicación entre madre e hija se afirma en un poema:

Ay , mamá ¿Tú sabes qué cosa es reina? (verso de “Los zapaticos de rosa”)

Y si esta fuga, ese manotazo que te arranco

Te envuelve como un golpe repetido que no entiendo.

                                                                         

                                                            “La mamá de Emilia”, p. 17.

O en otro se emplean versos de ese excelente poema que es “Amor de ciudad grande” de Versos libres, donde también se construye en párrafo a partir de versos literales y para fraseados del texto de Martí:

Querida Emilia:

Me he quedado sin trabajo. Ayer lo confirmé, es decir,

Cuando fui a la entrevista el jefe – “Quién tiene tiempo de ser hidalgo” – parecía tener

escrito en el respaldo de la silla […]

que no hay presupuesto para pagar mi trabajo.

 

                                                                                      p. 23.

 

Emilia, no llores.

-¿Qué es lo que falta, mamá, que la ventura falta?

                                                                                     p. 25

¿Trabajo manual o intelectual? ¿Onda o partícula? Así el amor sin pompa ni misterio muere, frutilla deshojada, muere el amor de pie entre el polvo, muere la flor el día en que nace. Aquel salirse del corazón, aquel niño feliz que rompe en llanto, aquel mirar que rompe en fuego. Aquel rojo que tiñe la rosa.

                                                                                     p. 26

Poema “Y la cultura mamá”.

Algo afín ocurre en el texto que cierra el poemario:

Si alguien te dice, Emilia, que estas páginas se

parecen a otras

diles que sí que sí que sí

(referente: Dedicatoria de Martí a su hijo en Ismaelillo)

Y los zapatos, ¿podremos guardarlos en

un cristal:

cuidarlos

hasta que lleguen las mariposas de lunares

amarillos?

Si alguien pica en la frente a mi niña que sea  la bárbara

abeja,

con un solo aguijonazo

le enseñará la sordidez natural que no es tan grave

porque la propia naturaleza la creó.

                                                                     p. 87

 

                                                           “Sangre de mi sangre”

La autora recuerda asimismo el estilo martiano cuando utiliza con frecuencia en sus textos el polisíndeton, como Martí en La Edad de Oro, que remeda la manera en que hablan los niños.

5. Leyla Leyva en su libro Ejercicios Carnales, Editorial Letras Cubanas, 2008, aborda también dicho asunto.