Un tema clave para la continuidad del socialismo cubano

Karima Oliva Bello
4/9/2020

No podemos pensar Cuba al margen de los conflictos que se están dando ahora mismo en el mundo y en nuestra región, ni al margen de su historia y enclave geopolítico. América Latina es un territorio en disputa. Cualquier esfuerzo comprometido con la superación de la pobreza y las desigualdades sociales en la actualidad, si se hace desde países con una historia de dominación colonial y neocolonial como la nuestra, y sobre todo, desde una región que sigue siendo proyectada y tratada concretamente por los centros del poder económico mundial como territorio explotable, exige encarar la lucha de clases y el problema de la explotación en la economía-mundo, así como asumir una postura política de confrontación al neoliberalismo. Eso, en la escena cubana se traduce en resistir la presión por la reinstauración capitalista, en la medida en que esta solo agravaría los problemas relativos a la pobreza de los grupos vulnerables, ampliaría las pautas de desigualdad y las brechas de equidad de todo orden. No obstante, defender el socialismo, radicalizando su horizonte democrático y de equidad, no es sencillo, supone desafíos muy concretos por resolver, en el plano económico, pero también, en el orden de lo político y de lo cultural.

 

La estrategia en curso de cambios en la economía cubana, concebida en los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, documento aprobado en abril de 2011 por el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, a muchos nos genera expectativa sobre la posibilidad de superar la crisis económica sin seguir un camino de cambios estructurales de corte neoliberal y sin renunciar a un proyecto de sociedad más equitativa y justa. La apuesta por continuar construyendo una vía contrahegemónica, por todo lo que está en juego, debiera asumirse como texto y, en última instancia, contexto, en cualquier análisis o estudio de orden económico, político o social sobre el presente y futuro de Cuba. Sobre todo, ante un escenario en que ya es un hecho el fracaso de la “tercera vía” y, por otro lado, hemos constatado la crisis económica y social que ha generado el neoliberalismo en nuestra región. Analizar los desafíos socioeconómicos que Cuba enfrenta al margen de estas referencias sería una apuesta suicida.

Por otro lado, a lo interno de Cuba, el esfuerzo por una sociedad más equitativa debe partir de reconocer que la transición socialista no ha sido ni es una etapa exenta de desigualdades sociales, a pesar de que el socialismo haya demostrado objetivamente que brinda mejores condiciones de posibilidad para luchar por erradicarlas y por eso apostamos por su continuidad. La transformación radical que produjo la Revolución en el orden de la estructura socio-clasista, al eliminar la explotación con base al trabajo y crear importantes mecanismos de integración social, facilitó niveles de movilidad social ascendente nunca vistos en la historia de la nación y acortó las distancias entre unos grupos y otros.

No obstante, las desigualdades sociales que se han venido reconfigurando con mayor visibilidad desde la crisis de los noventa, si bien son deudoras de un pasado a través del cual se cimentaron hondas e injustas desigualdades en relación con la clase, el género, el color de la piel y la territorialidad, vale señalar que han encontrado condiciones para su re-emergencia y reproducción en las circunstancias actuales, a la par de que aún convivimos con imaginarios de carácter racista y/o misógino entre determinados sectores de la población, expresiones de la necesidad de radicalizar la transformación cultural que demanda la construcción del socialismo.

Precisamos colocar la cuestión de las desigualdades sociales en el centro de los análisis sobre el presente y futuro del socialismo cubano y los escenarios pensados para su continuidad. En ese sentido, es importante una comprensión a fondo de las complejas dinámicas socio-económicas que hoy contribuyen a reproducir las desigualdades, esto quiere decir, estudiar cuáles son los mecanismos, tanto económicos como simbólicos para su reproducción, así como mapear las formas que revisten y las características de los grupos más vulnerables.

Es válido destacar que el papel de las Ciencias Sociales resulta fundamental y hay un camino muy importante desarrollado por la academia, instituciones, centros y grupos de investigación, en torno a la pobreza, la estructura socio-clasista de la sociedad cubana contemporánea y la política social, las desigualdades, las juventudes, el género y la raza, aunque cada una de estas áreas temáticas ha tenido un desarrollo particular. Son áreas de estudio que requieren de voluntad política para su sistematización y consolidación. Existe una urgencia de fabricar contenidos sobre estos temas con base en lo que está investigado en el país y los conocimientos ya producidos, para posicionar mediáticamente abordajes comprometidos con fortalecer el trabajo de nuestras instituciones y perfeccionar los mecanismos del Estado cubano en la atención a nuestras problemáticas sociales, considerando también que estamos ante un escenario en que ellas son capitalizadas como instrumentos para la manipulación mediática y la fabricación de estados de opinión.

Uno de los retos fundamentales es la producción sistemática de datos que ayuden a comprender la dimensión real y los matices con que se presenta el problema en Cuba. Siempre tendremos a favor que los fenómenos de la pobreza y la vulnerabilización social en nuestro país se dan con una cualidad singular, cuya esencia radica en la ausencia de relaciones de explotación de clases y la existencia de una plataforma de garantías y oportunidades de integración social con las que no cuentan los grupos más vulnerables en otros contextos. Partiendo de ahí, debemos estar abiertos a hablar de estos temas, reconocerlos en lo que son es un paso importante para afrontarlos.

Otro aspecto significativo tiene que ver con la necesidad de una política social orgánicamente articulada a la plataforma de cambios económicos en curso. La política social en Cuba ha sido fundamental para la dignificación de la vida de cubanas y cubanos y el alcance de importantes niveles de igualdad social, pero estamos ante un proceso de actualización del modelo. La plataforma programática concibe transformaciones en la política social dirigidas a una mayor diferenciación y focalización para la atención a grupos vulnerables. Ningún cambio económico en la isla debiera ser valorado al margen de su impacto en la matriz de desigualdades sociales ya existente en un corto, mediano y largo plazo. La institucionalización prevista de nuevas formas de propiedad será un paso más en la conformación de un mercado del trabajo con nuevos escenarios laborales, nuevos actores y relaciones entre ellos, condiciones y dinámicas. El estudio del impacto que esto tendrá sobre la trama social y las condiciones de vida de los diferentes grupos de la estructura socio-ocupacional de la sociedad cubana es imprescindible, así como el análisis y el diseño de los mecanismos para contener la posible expansión de las brechas de equidad y favorecer las condiciones de aquellos grupos en una posición más vulnerable.

El llamado del Presidente de la República sobre la necesidad de desarrollar una gestión del Estado basada en la Ciencia es una convocatoria importante. Entonces, estamos hablando de un significativo debate que tenemos por delante, en el cual la claridad política e ideológica será fundamental, sobre todo cuando en el escenario cubano estos temas comienzan a ser abordados mediáticamente desde posturas afines con una agenda para la reinstauración capitalista.

 

Políticas de atención a la pobreza y las desigualdades hay muchas en el mundo, algunos de los modelos que mayor influencia ejercen a nivel gubernamental en la “lucha contra la pobreza” en nuestra región están inspirados en los enfoques sobre pobreza del Banco Mundial, responsable, al mismo tiempo, del despliegue de las políticas neoliberales que han agravado las condiciones de desigualdad y pobreza en todo el orbe. El capitalismo, a la par que produce pobreza y desigualdades, produce los dispositivos del saber que permiten administrarla a su conveniencia, financia el salario de investigadores, invierte en proyectos y programas de abordajes liberales, fabrica líderes de opinión sobre estos temas, con el objetivo de que prevalezcan enfoques que no resolverán el problema en la medida en que evaden la crítica al capitalismo, individualizan las causas y las soluciones, y así, son funcionales a la reproducción del capital. Entonces, la cuestión no se resuelve hablando de pobreza y desigualdades, sino atinando bien en la dirección política e ideológica con que abordaremos estos problemas.

Por último, es necesario socavar los soportes simbólicos de las desigualdades sociales, esto es, radicalizar la revolución cultural. Necesitamos combatir el machismo, la misoginia y el racismo e, incluso, actitudes de sesgo clasista. La Revolución ha modificado los imaginarios colectivos institucionalizando nuevos valores en torno a nuestras formas de ser, estar, hacer y convivir, pero es necesario ampliar el horizonte de esfuerzos en torno a esta problemática. Instituciones educativas, medios de comunicación, organizaciones políticas y de masas en Cuba están llamadas con más fuerza que nunca a actualizar sus formas de trabajo y perfeccionar los mecanismos para el debate y la participación popular en las bases en torno a todos estos temas medulares, actuando como instrumentos del pueblo cubano para la comprensión de las realidades que vivimos y para velar por el sentido colectivo de los cambios, de lo contrario, las inquietudes e insatisfacciones que emergen en el entramado de la vida cotidiana serán capitalizadas por quienes no tienen interés alguno en resolver los problemas, sino en usarlos como propaganda política contra el Estado cubano y sus instituciones.

Tomado de La pupila insomne