Una espiritualidad peculiar
Rodolfo Rensoli tuvo varias relaciones amorosas. Tengo la certeza de que todas lo quisieron no solo en los momentos en que sus relaciones existieron, sino también en las postrimerías. Ninguna terminó su relación con odio ni rencor. En la hora de su muerte, casi todas estuvieron presentes en el funeral, los homenajes organizados, o se han comunicado con la familia contrariadas por lo sucedido. Una de ellas lloró “a moco tendido”, como diría el criollo, en plenas actividades de recordación. Otras se han dado a la tarea de reconstruir anécdotas o recopilar su obra. “Es que Rodolfo tenía una espiritualidad peculiar, cuando hablabas con él, podías discutir y hasta estar en desacuerdo con algún criterio suyo, pero terminabas comprendiéndolo y hasta aceptándolo, tenía el don de convencer o convenir”, me dijo una de ellas.
“… cuando se trataba de hacer causa común en pos de un principio determinado (…) formábamos una alianza indestructible”.
Yo puedo tener otro punto de vista. Discutíamos mucho, nos contradecimos en ocasiones, en otras coincidíamos. Ambos somos ─hablo de él ahora en presente─ aferrados a nuestros criterios, ambos somos apasionados a nuestras ideas, defensores a ultranza de ellas y por tanto llegar al concilio nos resultaba difícil. Sin embargo, y en eso concuerdo con aquella opinión referenciada, siempre “fumábamos la pipa de la paz” más temprano o más tarde, “la sangre no llegaba al río”; eso siempre fortalecía nuestra relación de hermanos. Y cuando se trataba de hacer causa común en pos de un principio determinado bien sea en defensa de la familia, de la patria, del proceso revolucionario, de los mejores valores de la cultura y de la educación o de nuestras patrias chicas ─La Habana, Guanabacoa y La Habana del Este por los cuatro costados─ formábamos una alianza indestructible.
Religiosidad peculiar
Resultado de nuestra educación familiar, nunca se nos inculcó ninguna fe religiosa desde las cabezas del núcleo familiar. Ni Fofi ni yo fuimos bautizados de pequeños, sólo lo fueron nuestras hermanas mayores: Martica y Gudelia, nacidas en 1955 y 1962, respectivamente. Los varones fuimos de 1964 y 1966. Mis padres estaban de lleno en las tareas de la Revolución y pasaron ese “detalle”. No es que fuera un oportunismo de su parte, es que nunca fueron religiosos, ni fanáticos, ni practicantes consecuentes.
Mi mamá tenía en la habitación matrimonial un corazón de Jesús ─de metal dorado, grande─ en un inmenso cristal azul prusia; sin embargo, era entre atea o creyente a su manera. En ninguna ocasión declaró fe alguna ni nunca nos la inculcó.
Mi padre era un ferviente masón y tenía en la sala de nuestra casa un altar grande con San Lázaro, a quien le encendía velitas cada 17 de diciembre; pero el hecho de simpatizar con “el viejo Lázaro” no lo convirtió nunca en su fanático. No le prometía nada ni hacía ninguna liturgia, ni recuerdo que haya asistido al Santuario Nacional del Rincón en esas multitudinarias peregrinaciones.
Nosotros no conocimos de pequeños las prácticas de la Regla de Ocha, ni la Regla de Palo Monte ni el abakuaísmo. De eso no se hablaba en nuestra casa, a pesar de ser todas prácticas comunes en nuestra natal Guanabacoa; incluso en aquella época que no estaba ni tan bien vista por muchos a nivel del país ni estaban tan extendidas como en los tiempos actuales. Guanabacoa y Regla siempre fueron abanderadas de ellas. Mi familia materna era católica, la paterna sí era santera. Mi abuelo paterno y mis tíos abuelos eran abakuás, pero no mi padre, y en mi casa nunca llegamos a oír conversaciones de esas prácticas ni nos llevaron a presenciar ninguna de ellas, ni siquiera en la adolescencia.

Ya jóvenes adultos, sin residir entonces en Guanabacoa, comenzamos a conocer de esas experiencias y descubrimos que mi padre era una enciclopedia en los temas de las religiones cubanas de matriz africana, pero sólo como cultura y no como práctica. De esa misma forma comenzamos a conocer de los patakines, las vidas de los orishas y comenzamos a asistir poco a poco a “tambores y violines” invitados por compañeros nuestros. Fofi nunca fue santero, de hecho, ninguno de sus hermanos lo somos tampoco. Sin embargo, parece que por nuestro ADN guanabacoense, hemos sido defensores de esas culturas sin ser cultores de ellas.
Se desprende de lo anterior que fuimos hasta la adultez, ateos. Fofi, sin embargo, en su juventud abrazó sorpresivamente el protestantismo cristiano. Le llegó por varios caminos, uno por su admiración por Bob Marley y la cultura jamaicana y otro, por varios amigos y sobre todo una amiga de su edad del reparto Guiteras donde vivíamos. Fofi fue bautista y siendo practicante de esa religión se bautizó de adulto “como dios manda”, pero nunca entendió que debía tener relaciones amorosas exclusivamente con muchachas de su denominación y transitó al pentecostalismo, más alegres y abiertos, pero al final, tampoco se llegó a enamorar de por vida de esa práctica y determinó un buen día por dos filosofías religiosas aliadas de la naturaleza: el raftafarismo y el budismo, desde hace mucho y hasta el fin de sus días.
Su identidad juvenil y sus preferencias musicales
Desde la adolescencia temprana, estudiando secundaria básica, Fofi abrazó al unísono dos identidades juveniles: se hizo rockero y freekee. Consecuentemente rockero y freekee, pudiéramos llamarlo practicante, simpatizante y militante de las dos identidades.
Del rock le llegó primero el rock and roll, descubriendo que era un género originariamente negro y afroamericano con su ídolo Shurt Berry y “blanqueado” después por la industria y el mercado del disco con la figura de Elvis Presley. Pero después se hizo un fanático ─ahora sí digo fanático─ de The Beatles. El cuarteto de Liverpool lo conmovió de una manera tal que no consumió por mucho tiempo otra música que no fuera la de ellos.
Más tarde se extendió a toda la cultura rock y asistía sistemáticamente a las actividades de los rockeros de Alamar y alguna que otra vez, al icónico “Patio de María” en Pan con Timba o como ahora le llaman, La Timba. Fue transitando al rock duro, al Have Metal y finalmente al rock sinfónico y de pronto fue el grupo Queens quien le ocupó el espacio que antes había sido de The Beatles. Fue fan de Queens y de Freddy Mercury en particular.
“… asistía sistemáticamente a las actividades de los rockeros de Alamar y alguna que otra vez, al icónico Patio de María en (…) La Timba”.
El freekismo desapareció de su vida cuando se decidió a integrar el protestantismo cristiano. Eran contraproducentes en la estética, el vestir y la forma de conducirse. Antes, había sido un freekee, como ya dijimos, consecuente. Incluso hasta durante su vida militar. Llegaba de la unidad, dejaba al vistoso uniforme de marinero y se lanzaba a su actividad freekee.
En ese entorno de los 80 y los 90 comenzó a admirar a Bob Marley y al reeguee, a ser un observador de la cultura hip hop que llegó a Cuba en los 80 del pasado siglo con el break dance y al arte pictórico del grafiti. Ya en los 90 descubrió el hervidero del rap y pronto comprendió que no eran formatos originales como los de las calles de Nueva York o Chicago sino que era una cultura hip hop y un rap cubanos, “acriollados y aplatanados” y si bien en las latitudes norteñas eran prácticas casi exclusivas en aquella época de los afroamericanos ─hoy no es exactamente así─, en Cuba no era una práctica exclusiva de negros, sino del cubano mestizo de cualquier color; pero sí advirtió una mayoría negra entre sus practicantes y una denuncia social y una inconformidad e inquietud por determinadas cuestiones sociales.
De todas formas, en nuestra familia siempre se consumió mucha música y mucho arte de todo tipo, género y manifestación y eso influyó en la formación de todos. En la música, nuestros padres y nosotros con ellos, veíamos en la televisión Álbum de Cuba, Saludos amigos, Juntos a las 9 y Palmas y Cañas con toda su diversidad posible, y ya mayores De la gran escena y cualquier otro. En Radio Progreso no nos perdíamos de pequeños Nocturno, Ritmos ─que apareció en nuestra adolescencia─, Tríos en la noche, Alegrías de sobremesa, Los Aragones el domingo y La discoteca popular, después se le sumó Un domingo con Rosillo. En Radio Cadena Habana, Habana 19, en Radio Rebelde Now, en Radio Liberación Fiesta en el aire y cuando se produjo la fusión de Rebelde con Radio Liberación, Así y Felicidades. En la COCO los programas de Tejedor y Luis y desde que apareció Radio Taíno El exitazo, de 5 a 7.
“Ya en los 90 descubrió el hervidero del rap y pronto comprendió que no eran formatos originales como los de las calles de Nueva York o Chicago sino era una cultura hip hop y un rap cubanos, ‘acriollados y aplatanados‛”.
Consumíamos en discos de vinilo toda la música cubana y extranjera posible. Nos fueron atrayentes las orquestas y agrupaciones cubanas de moda y las tradicionales y Fofi consumía como nadie el rock soviético, checo, húngaro, y de todo el campo socialista. Gustaba mucho del grupo Locomotiv.
Y de igual forma, asistíamos a exposiciones de artes plásticas, de humor gráfico, a puestas de teatro, a toda el arte posible y una biblioteca inmensa y variada en nuestra casa madre… así se formó estéticamente Fofi.
La llamada cuestión racial
Mis padres y mis familias paterna (Rensoli) y materna (Medina-Verde) no hablaban de ese tema, ni nunca fue Guanabacoa una ciudad racista. Crecimos admirando y respetando la igualdad. Jamás mis padres nos dijeron, como yo he escuchado de adulto a muchas personas negras, que “los negros nos tenemos que esforzar el doble para conseguir los mismos objetivos que los blancos”. Esa filosofía de la extrema victimización y el fatalismo por el color de la piel jamás fue el oxígeno que respiramos. Sencillamente mis padres y mis familias se esforzaron siempre, antes y después del triunfo revolucionario, y nos exigieron a nosotros mucho esfuerzo, dedicación, sacrificio, y el ejemplo lo teníamos en casa.
No fue el rap quien llevó a Fofi a inmiscuirse en los debates acerca de la mal llamada racialidad o cuestión racial. Sobre esos temas tenía inquietud desde antes, desde sus filas rockeras y freekees donde observaba que eran mayoritariamente muchachos y muchachas de piel blanca sus practicantes y veía polarización de colores de piel entre los dos más grandes agrupamientos identitarios juveniles: pepillos ─mayoritariamente blancos─ y cheos o verdes ─negros y mulatos.
Se vinculó a las actividades de la Comisión José Antonio Aponte de la Uneac, a la que no perteneció, pero en la que sí participó activamente y al aprobarse el Programa Nacional Color Cubano, se identificó totalmente con su diagnóstico y sus enfoques.
Mucho Fofi
Con esa espiritualidad infinita y atrayente, solo cabe en mi opinión una conclusión: Rodolfo era y seguirá siendo, eternamente, mucho Fofi.
