Una evocación desde el afecto y el respeto
“Por esta vocación que impulsó durante tantos años la vida interior y profesional
de Rodrigo Moya se comprende más a fondo la condición humana. También el universo mismo”
Carlos Montemayor
El panel “El ojo comprometido de Rodrigo Moya”, efectuado recientemente en la Biblioteca Nacional José Martí, fue un momento especial de recordación del amigo colombiano-mexicano fallecido a finales de julio, a punto de cumplir 91 años de edad, hombre que actuó como fotorreportero, escritor, editor, buzo, luchador social y que fue, siempre, un gran amigo de Cuba y los cubanos. Para traerlo al presente se reunió una mesa con los panelistas Miguel Díaz Reynoso, embajador de México en Cuba y los reconocidos intelectuales Margarita Ruiz Brandi, Omar González y Norberto Codina, quienes conocieron personalmente a Moya y disfrutaron de su amistad.
Mexicano nacido en Medellín, Colombia, en abril de 1934, pero con una larga estancia en México, hecho que lo hace mexicano-colombiano-latinoamericano, una definición que seguro celebraría gustoso, Moya, como lo nombró uno de los panelistas, fue un consecuente testigo del siglo XX latinoamericano, un hombre que quedará por siempre como un protagonista muy peculiar en la frondosa y estrecha relación entre los pueblos y culturas de México y Cuba.

Fue fotorreportero de distintas publicaciones, como Sucesos para todos, Impacto, Zócalo y Siempre, en las que fue tejiendo una obra de imágenes fotográficas que acumuló miles de negativos y fotogramas. Una obra de trasfondo academicista, pero con ese singular toque que hace de algunos fotorreporteros un artista. Esa obra es hoy su legado principal, una crónica deslumbrante de su tiempo americano. Esa obra se gestó desde un gran talento visual, unido a un compromiso personal con el lado oscuro de la vida social, los pobres y desclasados, amén de que su arrojo y decisión personal lo llevaron a meterse en los bosques y selvas de Guatemala, Venezuela y otros lugares a fotografiar la vida de las guerrillas sesentianas.
En su relación con Cuba vale destacar su visita de 1964, la primera de muchas, en la que estuvo conversando con Ernesto Che Guevara, junto con el famoso caricaturista Eduardo del Río (Rius) y el reportero Froylán Manjarrez, por espacio de dos horas y que Rodrigo Moya aprovechó para tomar unas cuantas fotos al ministro-guerrillero argentino, de las cuales han trascendido 19 y sobre todo una que ha sido llamada “Che melancólico”, aunque en las demás se aprecia a su modelo conversando, sonriendo, fumando tabaco y posando para su cámara.
También, entre otros episodios relacionados con Cuba, está el noble proyecto de Moya, titulado “Un libro para Cuba”, con el que quiso apoyar en los noventa a la deprimida industria editorial de la Isla, en pleno período especial. Omar González, centró sus palabras en ese proyecto y evocó los desvelos de Moya para ayudar a los escritores cubanos a publicar libros en medio de las extremas carencias que la crisis de los años noventa del pasado siglo impusieron en la sociedad y la cultura, cuando súbitamente las cifras de libros publicados en el país descendieron, de manera drástica, a cifras irrisorias comparadas con las de los años previos.
Rodrigo Moya fue un consecuente testigo del siglo XX latinoamericano, un hombre que quedará por siempre como un protagonista muy peculiar en la frondosa y estrecha relación entre los pueblos y culturas de México y Cuba.
Fueron muchos los recuerdos que los integrantes del panel extrajeron de sus memorias con relación al cuate Rodrigo Moya. El poeta y editor Norberto Codina, por ejemplo, uno de sus entrañables amigos cubanos, expresó:
En lo personal son muchos los recuerdos que me rebasaron con la noticia de su muerte, y me asaltaron como esos fantasmas de plata que Moya sabiamente evocara. Compartí con él en los noventa en mi apartamento de entonces en la calle Línea ―tengo en sitios de privilegio en mi casa actual las fotos que allí le tomara a una Jimena niña; o la imagen de un humor familiar del escultor y vecino Enrique Angulo, mientras me trasquila desdoblado en barbero―, y conservo las que nos hizo a varios de los que aquí le fuimos cercanos.
Igualmente, Margarita Ruiz evocó los momentos de colaboración de Moya durante su estancia como diplomática en México y durante la organización de la muestra Cuba mía, de 2009, en el Museo Nacional de Bellas Artes. Ella expresó que dicha exposición en la institución insignia del arte cubano fue un momento muy especial para Moya. La muestra fotográfica ―de la que en este julio se cumplieron dieciséis años de su representación habanera―, fue en ocasión de su último viaje a la Isla y su título, escogido por él, define de manera inmejorable su vínculo amoroso con nuestro país. Sobre la muestra expresó Moya en el catálogo:
[…] hallazgo o descubrimiento inmerso en un puro trabajo documental, pero también en una acción ideológica y sentimental, admitiendo que el sentimentalismo y la ideología, negados por los fotógrafos más avezados como factores selectivos de la imagen, en mi caso son los componentes que eligen los sujetos y las circunstancias que la cámara busca retener.
Toda una declaración de fe en un hombre que adoptó la filosofía del “instante perfecto” de Cartier Bresson para su eficaz y artístico trabajo con el lente.

Miguel Díaz Reynoso, quien conoció de siempre a Moya, ambos fueron fans juveniles de John Lennon y compartieron muchas vivencias de esas edades que son crisoles de amistad, habló extensamente de diferentes momentos de su relación con él y caracterizó a Rodrigo Moya como un hombre de recio carácter, firme en sus determinaciones y con una clara conciencia política de izquierda, deslumbrado por la Revolución cubana.
Fue recordada también por algunos de los panelistas su esposa, la diseñadora Susan Flaherty, su compañera de vida durante más de cuatro décadas y curadora de sus archivos, quien hizo una ejemplar pareja en todos los sentidos con Rodrigo Moya y quien hoy organiza sus archivos y sustancial legado.

Se recordó igualmente en la mesa que dos días antes del fallecimiento de Moya, en La Jornada, publicación con la que Moya colaboró asiduamente, el reconocido periodista Luis Hernández Navarro, en lo que resultó una fatal premonición, le hizo justicia con un artículo en el que expresó:
Si la batalla por las ideas es, también, un combate por las imágenes, hay que reivindicar y difundir la extraordinaria producción fotográfica de Rodrigo Moya que explican y dignifican la Revolución cubana, guerrillas latinoamericanas y luchas populares. En una época en la que la realidad se vive como si fuera sólo lo que sucede en Internet, es más que importante divulgar las poderosas imágenes salidas de su cámara, que simbolizan todo aquello por los que siempre luchó, y reconocer la trascendencia de su obra.
En el libro Foto insurrecta, Ediciones El Milagro, México, de 2004, las excelentes instantáneas de Rodrigo Moya son acompañadas de textos de los relevantes intelectuales mexicanos Carlos Montemayor (prologuista), Alfonso Morales Carrillo y Juan Manuel Aurrecoechea, quienes disertan de diferentes aspectos de la obra fotográfica del relevante compatriota. Es un libro fundamental para conocer al hombre de la visualidad que fue Rodrigo Moya.
“… su arrojo y decisión personal lo llevaron a meterse en los bosques y selvas de Guatemala, Venezuela y otros lugares a fotografiar la vida de las guerrillas sesentianas”.
Resumiendo el transcurso del panel, allí se produjeron momentos de sentida evocación del amigo recién desaparecido, en los que se puso de relieve su humanismo, su carácter, su condición de buen y leal amigo, así como su talento de fotógrafo, su espíritu de infatigable viajero, amante de Cuba y de las causas populares en el continente. En la mesa afloraron numerosas anécdotas vitales de quienes lo conocieron íntimamente.
Como broche de la actividad, Margarita Ruiz le entregó a Omar Valiño, director de la Biblioteca Nacional José Martí, la copia de una imagen tomada por Moya (y que este le regalara) durante una manifestación popular en La Habana de 1964. La copia fue realizada por el artista del lente Alberto Arcos, allí presente.

Deseo finalizar como mismo terminó sus emotivas palabras Norberto Codina:
Rodrigo Moya, desde su formación primera, observó con vocación de explorador, tanto a la naturaleza y al ser humano, como al tejido urbano y a sí mismo. Desde su ética profesional y de sempiterno ciudadano del mundo asumió las causas justas, como en la máxima latina favorita de Carlos Marx, Nada humano me es ajeno.

