La noticia del fallecimiento del profesor y promotor o dinamizador cultural Mario Piedra me golpeó con fuerza. Sabía que estaba enfermo, habíamos hablado pocos días antes del deceso por teléfono y algunos amigos comunes me mantuvieron al tanto de su estado de salud, pero la violenta realidad de su muerte fue un estremecimiento inesperado. Luego de varios días, escribo este texto, que me obligó a desempolvar recuerdos de nuestra amistad y experiencias conjuntas. Es esta mi evocación a un amigo que sobresalió en el ámbito cultural cubano y en el de la docencia universitaria, pero, más aún, de una persona valiosa y buena, lo que antes se decía una persona decente. Escribo para darle un espacio presente en su ya inevitable ausencia.

Reunión del Comité Gestor en el Centro de Información Cinematográfica Saul Yelín. Proceso de organización para crear la ACPC. Imagen: Cortesía del autor

Conocí a Mario cuando llegué al Instituto Cubano de Cine (Icaic en lo adelante) en el otoño de 1992, cuando comencé a dirigir el Centro de Información Cinematográfica Saúl Yelín, donde Mario laboraba desde hacía un buen tiempo. De inmediato congeniamos. De buen carácter, locuaz en extremo, simpático y siempre tratando de colar alguna de sus imaginaciones y ocurrencias en cualquier conversación, aproveché su experiencia en el Icaic, entidad y ambiente totalmente desconocidos por mí, salvo por el hecho de ser yo un cinéfilo admirador del buen cine cubano. Sin embargo, las entretelas de la institución necesitaba incorporarlas con rapidez, puesto que, casi justo con mi arribo al instituto, se iba a producir el 14vo. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en cuya organización el personal del Centro de Información jugaba roles importantes (comunicación, prensa, atención a algunas personalidades, elaboración del periódico del Festival y otras más). Fue mi primer evento y tuve que necesitar de todos mis colaboradores para salir airoso del trance. Mario me ayudó mucho y fue un colaborador sumamente eficaz.

Asamblea constitutiva de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica, 1993. De izquierda a derecha: Raúl Rodríguez, Mario Piedra, Rafael Acosta, Carlos Galiano y Julio García Luis. Imagen: Cortesía del autor

Debo decir con total justicia que allí encontré un colectivo de especialistas y trabajadores sumamente experimentado y ágiles en la solución de los problemas y tareas encomendadas por la dirección del Icaic. Enrique Colina, Carlos Galiano, Pablo Ramos, Raúl Rodríguez, Teurbe Tolón, Nelson Aedo, Michi, Maruja, Mario Piedra y otros trabajadores igualmente notables, encabezados por la súper eficiente secretaria y asistente (para cualquier gestión dentro y fuera del instituto), Olguita Outeriño, ayudaron a crear allí un ambiente de trabajo muy camaraderil y de mucha entrega. La presencia de Mario fue muy importante ya que él poseía alguna experiencia de cuando se creó la Federación Cubana de Cine Clubes, que nos sirvió para ganar tiempo en los debates con el Ministerio de Justicia, organismo del Estado que debía aprobar oficialmente la creación de la asociación de los críticos.

Mario Piedra y cinéfilos en un evento en Santa Clara (cerca de 1990). Imagen: Cortesía del autor

Recuerdo los debates acalorados, las discrepancias sobre la estructura de la asociación y sus Estatutos, momentos en los que Mario aportó muchísimo. Finalmente, se hizo la asamblea de constitución y aprobación de los Estatutos, así como de elección de la directiva, el 23 de junio de 1993, día feliz en que quedó culminado el proceso de organización y oficialización del capítulo cubano de la federación de los críticos y divulgadores del cine, con un acto sencillo en el vestíbulo del Icaic, con las palabras de Alfredo Guevara. Recuerdo como si fuera ahora mismo la alegría de Mario por la terminación satisfactoria de ese proceso agotador, después de seis meses de batallar por la asociación.

“Mario Piedra fue una suerte de hombre puente entre la cultura cubana y la de otros países o un embajador del cine nuestro con gremios similares de otras latitudes”.

Tiempo después, fui elegido en una asamblea de los cineclubistas realizada en Santa Clara como Secretario General de la Federación de Cine Clubes de Cuba, con Pastor Vega como Presidente y nuevamente la experiencia de mi ya fraterno Mario vino en mi ayuda, pues tuve que asistir a la Asamblea General de la Federación Mundial de estas asociaciones y con Mario recibí un buen y rápido cursillo de cómo conducirme en la reunión, celebrada en Thessaloniki, Grecia, en 1997. En tierra griega pude relacionarme con varios directivos de otros países, que hicieron más cómoda mi estancia, pues la capacidad de generar amistades de Mario era sencillamente universal. Aprovecho para decir que él fue una suerte de hombre puente entre la cultura cubana y la de otros países o un embajador del cine nuestro con gremios similares de otras latitudes. La cantidad de amistades gestadas por Mario Piedra en medio mundo es algo que pocos han conocido en su justa dimensión. Asistió a muchos eventos de cine clubes, de cine, académicos y culturales y en todos dejó una huella notable.

Mario Piedra con Raúl Pérez Ureta e Iván Nápoles. Imagen: Cortesía del autor

En él siempre tuve a un colaborador muy útil, pero sobre todo, a quien se fue convirtiendo en un verdadero amigo. Al terminar siete años más tarde mi labor en el Icaic, ya existía entre nosotros una franca relación de amistad. Recuerdo que cuando fui a trabajar al Consejo Nacional de Artes Plásticas, me dijo: “has perdido a tu advisor”, pero no fue así, pues seguimos alimentando nuestra fraternidad, ahora desde instituciones diferentes.

“Fue un buen profesor, querido por sus alumnos. Lo reconocían como un docente de clases amenas y provechosas, un profesor que nunca incurrió en el aburrimiento”.

Pasó el tiempo y cada uno siguió su curso, a ratos nos veíamos en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, en cuya carrera de Historia del Arte él era profesor en plantilla y yo adjunto en la maestría de la misma. Un momento inolvidable de esa etapa sucedió cuando Mario me pidió conocer a Monseñor Carlos Manuel de Céspedes y García-Menocal, tataranieto de El Padre de la Patria y directivo de la Iglesia Católica en el país, con el cual yo sostenía una antigua amistad surgida a partir de mis investigaciones sobre el prócer bayamés. Coordinada la visita, acudimos a la iglesia de San Agustín, en Playa, en septiembre de 2009, donde Monseñor oficiaba y tenía su despacho, y allí se desarrolló una velada muy amena y llena de una espesa corriente de simpatía, pues tanto Monseñor Céspedes como Mario hicieron química rápidamente. Ambos derrocharon sus respectivos conocimientos sobre diferentes temas de la historia y cultura cubanas. Las anécdotas iban y venían en cualquier dirección. Mario siempre me agradeció aquel contacto.

Mario Piedra y Monseñor Carlos Manuel de Céspedes. Imagen: Del autor/ Cortesía de Mary Pereira

Fue un buen profesor, querido por sus alumnos, lo que conocí de primera mano por haber tutoreado a varios de ellos en sus tesis de diploma. Lo reconocían como un docente de clases amenas y provechosas, un profesor que nunca incurrió en el aburrimiento. Genio y figura hasta el final. Apenas necesito decir que Mario fue un hombre de una cultura diversificada, en particular amante de la cultura japonesa (en varios eventos y seminarios, ahora recuerdo uno sobre erotismo, en el Cenesex, disertó sobre el tema), atento a cuanto significase novedad en la literatura y las artes, y siempre dispuesto a discutir amigablemente sobre tales tópicos.

Mary Pereira, Mario Piedra y el catedrático español Agustín Sánchez Vidal en un evento en la Universidad de Santiago de Compostela. Imagen: Cortesía del autor

Las visitas a la casa de Mario y Mary Pereira, su compañera en la vida, también entrañable amiga y colega en muchas acciones docentes y culturales, se hicieron frecuentes y el café, las tertulias y la docencia en la Facultad de Artes y Letras fraguaron el resto. Hablo de más de treinta años de amistad, de muchas conversaciones, abigarradas a veces, pero salpicadas siempre de buen humor y con sus ocurrencias e inteligentes participaciones, en cada ocasión, pues Mario Piedra fue un interlocutor muy especial. Con su partida física la cultura cubana perdió un valor auténtico.

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