Una pintura para recordar de Armando García Menocal

Jorge R. Bermúdez
1/4/2016

Armando García Menocal (La Habana, 1863 – 1942) tiene méritos suficientes para ser considerado uno de los iniciadores de las artes plásticas en Cuba. Esta condición ya más que notoria, no sería del todo excepcional, si a sus valores artísticos no se sumaran aquellos patrióticos que lo convirtieron en cronista visual de nuestra última guerra de independencia. Junto al cúmulo de fotografías anónimas o realizadas por corresponsales de guerra cubanos y extranjeros, tienen un espacio muy particular sus dibujos y bocetos a plumillahechos in situ en la manigua, los cuales se vendían entre los cubanos exiliados para recaudar fondos para el Ejército Libertador. Esta línea de creación personal derivada de las emergencias propias de la guerra, tendría su correlato mayor en la República, cuando magnificó el asunto histórico en un número de obras pictóricas realmente emblemáticas de nuestra identidad visual, con las cuales el pintor vino a llenar el vacío dejado por la falta de testimonios fotográficos sobre tales hechos, bien por corresponder a períodos históricos anteriores a su invención o por las limitaciones técnicas que todavía presentaba este lenguaje para captar la dinámica de los combates.

El que Menocal llegara a alcanzar tal conciencia histórica a partir del arte al cual le dedicó su vida, no solo se explica por el arte mismo, sino también por los valores personales del pintor, los que, traducidos en presupuestos éticos, sociales y políticos, desde temprano gestaron en él una legítima aspiración de patria. De ahí que si tal condición lo llevó a abandonar las aulas de la Academia San Alejandro, donde fungía como profesor auxiliar de dibujo, para incorporarse al Ejército Libertador, en el que llegó a obtener el grado de Comandante y asistente del general Máximo Gómez, una vez alcanzada la paz, no dudó en pasar de la plumilla a una pintura de caballete, de gran formato, donde plasmó aquellos episodios más notorios de la recién concluida gesta independentista, que por las razones antes aducidas habrían quedado para la posteridad sin el correspondiente testimonio visual. Nacen así, entre otras pinturas de asunto histórico nacional, La invasión, La batalla de Coliseo y la muy notoria Muerte de Maceo (1906). Obras todas, a no dudar, resultado último de una madurez ideoestética, que tiene su momento de gestación en los asuntos históricos que eligiera durante su etapa de estudiante de arte en España, entre 1881 y 1890. En esta perspectiva existencial y formativa del joven Menocal, se erige con singularidad propia La jura de Santa Gadea, lienzo poco tratado por los estudios relacionados con su pintura en particular y la historia del arte cubano en general.

I
Concebido en 1887, dicho lienzo corresponde a su estancia en España, donde realizó estudios de arte en la Academia San Fernando de Madrid. En la capital española también asistió al taller del pintor alicantino Francisco Jover, donde se relacionó con otros artistas e intelectuales, entre los que destacan el escultor Mariano Benllurie, el pintor Joaquín Sorolla, el periodista Fray Candil y el polígrafo Marcelino Menéndez y Pelayo. Con solo 21 años, Menocal alcanzó el segundo premio en la Exposición Nacional de Madrid con el cuadro Generosidad castellana (1884). La corriente historicista tenía entonces una notable influencia en el ámbito plástico oficialista español. Esto explica que las marinas valencianas de un pintor como Sorolla, aun cuando todavía estaba en su etapa formativa, pasaran inadvertidas para el jurado de dicho evento expositivo, lo que ocurrió en la edición correspondiente a 1881. Solo la suerte le fue favorable tres años después —coincidiendo con el premio otorgado al joven Menocal— cuando envió un lienzo de tema histórico, con el que ganó una medalla de segunda clase, dando lugar al siguiente comentario en privado del pintor: “Aquí, para darse a conocer y ganar medallas, hay que hacer muertos”.

De la señalada correspondencia cronológica de ambos premios se infiere el primer contacto personal de Menocal con Sorolla o al menos, con su obra. Todavía el valenciano no es el paisajista influido por el impresionismo francés que tanto admiraría nuestro pintor, cuya impronta se pondría de manifiesto en algunos de los paisajes que realizó con posterioridad en Cuba, al sustituir al notable paisajista tinerfeño Valentín Sanz Carta en la cátedra de Paisaje de la Academia San Alejandro. La luz Mediterránea, en su comunión de mar y cielo, debió de sugerirle más de una asociación con la de la Isla. Pero, en tanto esta realidad no se concrete, es La Jura de Santa Gadeala obra de mayor significación del período formativo de Menocal, al verificarse como anticipadora no solo de los valores cromáticos y de composición que llegarían a caracterizar sus futuras pinturas de asunto históriconacional, sino también como un referente temprano de los valores éticos e históricos que alentarían en él la consecución de esta línea pictórica.

II
El tema de la Jura ─como llamaremos a esta pintura de Menocal a partir de ahora favorecido por anticipado con el premio obtenido en la exposición madrileña con Generosidad castellana, pone a la vista las razones de su elección, al devenir un hecho histórico-literario notable de la España medieval, que puso de relieve la hidalguía y el honor de la mejor nobleza castellana en la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid Campeador. Según el relato oral que dio origen al hecho, cuenta que Alfonso VI, el Bravo, rey de Castilla y León, hubo de prestar juramento en público, conminado por el Cid Campeador, de no haber tomado parte en el asesinato de su hermano, el rey Sancho II, el Fuerte. Este había sido asesinado durante el sitio de Zamora, plaza fuerte en manos de su hermana, la infanta Urraca, protectora de los intereses de Alfonso VI, por entonces, refugiado en la Taifa de Toledo. El juramento que hubo de prestar Alfonso VI, tuvo lugar en la la iglesia de Santa Gadea de la ciudad de Burgos, en 1072 (siglo XI). La ejemplaridad de este hecho, sin embargo, no ha tenido el mayor interés para la historiografía y los estudios literarios españoles, que apuntan a negar su veracidad histórica, al dar por cierta la estrecha amistad que existió entre Alfonso VI y el Cid, puesta de manifiesto en los favores que este obtuvo del rey, quien lo nombró su delegado en varios juicios y le dio en matrimonio la mano de su sobrina doña Jimena. Sin embargo, el tema de la Jura, aun en su carácter de invención popular, fue tan ejemplar a los efectos de la conducta caballaresca medieval, que convirtió al Cid en la conciencia social de su época, verdadero garante del bien común. Ello hizo el mito tan notorio como real en el imaginario popular castellano, como bien lo corrobora la tradición oral de la época y su inserción plena como asunto de las crónicas y la poesía del Romancero viejo hacia el siglo XII. Período este último, que coincide con la unión definitiva de los reinos de Castilla y León en la persona de Fernando III, el Santo, hijo de Alfonso IX.

La Jura de Santa Gadea continuó su ascenso a la par de la consolidación del castellano como futura lengua oficial de España, al llegar en plenitud de forma y contenido al teatrodel Siglo de Oro, con su inclusión en la Leyenda de Cerdeña, inserta en la Estoria de España alfonsí, hacia 1270. También el teatro del romanticismo español se hizo eco del mito, al ser asunto del drama homónimo en tres actos y en verso de Juan Eugenio de Hartzenbusch, escrito en 1845. Tan notable carrera de la Jura, por así llamarla, culminaría en el siguiente siglo, cuando Hollywood la llevó al cine bajo el título de El Cid, en 1961, teniendo como protagonistas principales a Charlton Heston, en el papel del Cid Campeador, y a Sophia Loren en el de doña Jimena.

No es de extrañar, pues, que tal "hecho histórico", aun cuando desmentido por los historiadores —no así por la literatura y el cine— deviniera tema ineludible para el arte de esta nación. En lo que respecta a su representación pictórica, la Jura fue asunto de otros pintores antes y después de Menocal. Sin embargo, es de destacar que la interpretación que hace el cubano puede considerarse entre las mejores de su tiempo, si tenemos presente la del español Marcos Giráldez de Acosta, su referente más inmediato y, probablemente, el más reconocido por el ámbito plástico oficial hasta el presente, quienla llevó al lienzo en 1864, encontrándose en la actualidad en el Palacio del Senado de España. En tanto, la Jura de Menocal, se encuentra en el Ayuntamiento de la localidad valenciana de Alfafar, resultado de la donación que le hiciera a este municipio los herederos del Conde de Romrée [1] .La entrega al Ayuntamiento se formalizó el 2 de julio de 1965. En el verano de 2007 la obra fue restaurada en el Instituto de Restauración de Patrimonio de la Universidad Politécnica de Valencia.

III
En conocimiento de la perspectiva histórico-cultural de la Jura de Santa Gadea, se comprende mejor el sentir que llevó al entonces joven pintor Armando García Menocal a elegir este tema. La elección, a no dudar, fue la mejor. Entre otras razones, porque el tema exalta el ideal caballeresco sobre el que se erigió una conciencia nacional aún en ciernes, así como personaliza los valores de este ideal en uno de sus líderes más reconocidos, el Cid Campeador. Desde un primer momento el muy notorio acto tuvo todos los visos de ser real, al menos, para el pueblo, que se dedicó a divulgarlo oralmente, en tanto forma de comunicación preferente del modelo comunicativo de la época. El espacio social así entendido, tuvo un nuevo sentido e hizo propicio el terreno para que el mitose generalizara y, sobre todo, permaneciera más allá del tiempo histórico que lo creó. En la persona del Cid está presente el héroe y guía que demandaba el pueblo. Pasarlo por alto, habría sido la inmovilidad, negar la posibilidad de cambio en el contexto político monárquico entonces dominante. Es sintomático que la elección y ejecución pictórica del tema por Menocal, se diera, justamente, en un período histórico de franca decadencia de la España imperial, así como coincidiera con el que José Martí dio en llamar la "tregua fecunda", gestor de una nueva guerra de independencia nacional. También puede constatarse cierto paralelismo —con las salvedades pertinentes relativas a ambos tiempos históricos— entre el período que dio lugar a la consolidación del mito, lo que ocurre hacia finales del siglo XIII, y el de la Reconquista, entendiéndose el primero de los momentos apuntados como un preámbulo del liderazgo de Castilla en la gesta que protagonizó el pueblo español contra el invasor extranjero. Es obvio el poder de asociación que debió de tener el tema para nuestro pintor, así como el mensaje que llevaba implícito, tan válido para la metrópoli colonial como para la situación social y económica imperante en sus colonias hacia fines del siglo XIX.

Extrapoladas estas correspondencias al hecho estético-pictórico que es la obra en cuestión, se comprende que Menocal asumiera la misma a partir de una composición centrada en dos planos bien definidos: en el primer plano representa a los caballeros y miembros de la nobleza que presencian la Jura y, en un segundo plano, el hecho asunto de la obra y el altar principal de la iglesia de Santa Gadea de Burgos. La jerarquía icónica así establecida, se ve reforzada por un manejo del color de evidente carácter simbólico, con preferencia del blanco y el azul en los mantos de los representantes de la nobleza, y del rojo en el del Cid. Tal distribución cromática no solo refuerza el recorrido de la lectura de izquierda a derecha, sino también las diferentes jerarquías de la muy estratificada sociedad medieval; pero, sobre todo, la de sus dos protagonistas centrales, al oponer el rojo del manto del Cid al azul del rey Alfonso VI. Esta evidente oposición cromática tiene un doble propósito: reforzar visualmente la ya comentada diferencia socialde ambos personalesy, a su vez, las cualidades morales que los hace asumir posiciones igualmente opuestas en el hecho histórico-literario plasmado. Aspecto este último de la mayor importancia para nuestro pintor, quien representa de pie al Cid, y al rey de rodillas, con la mano derecha extendida sobre la Biblia. El mensaje es inequívoco; Menocal pone de manifiesto su toma de partido por el Cid Campeador, dando por hecho la superioridad moral del súbdito frente a la del monarca de dudosa conducta. Posición, por demás, que contrasta con la de otros pintores españoles que abordaron el tema, incluido el más reconocido de todos, el ya citado Giráldez de Acosta, quien pone a ambos de pie frente al altar, con lo que obvia cualquier tipo de consideración jerárquica contraria a la que ya ostentaba, por derecho divino, el rey Alfonso VI.

IV
La Jura de Santa Gadeaes, por su consecuente planteamiento formal y conceptual, una obra premonitoria del acento cívico que nuestro pintor le imprimiría a sus futuras pinturas de asunto histórico nacional. Conocidos los antecedentes de la misma, se comprende mejor la evolución ideoestético que seguiría el obrar del joven Menocal a su llegada a la Isla en 1890, y su decisión de marchar a la guerra en 1895. En este tránsito vital y definitorio de su trayectoria futura como pintor, reverdece con nuevos frutos la siembra primera de la Jura, al llevar al lienzo el Reembarque de Colón por Bobadilla (1893); hecho iniciático de nuestra historia colonial hasta entonces sin referente visual alguno o al menos, sin el tratamiento heroico que le diera el realismo académico de Menocal, al poner de manifiesto el carácter fratricida de la Conquista, en uno de los momentos más álgidos de la lucha ideológica que libraban los independentistas cubanos dentro y fuera de la Isla. No es casual que dicha obra, realizada expresamente para la Exposición de Chicago, fuera cuestionada por el comisionado colonial español, quien pretendió que el pintor borraralas cadenas que llevaba puestas el otrora Almirante de la Mar Oceana, a lo que Menocal se negó. Meses después, el Reembarque de Colón… encadenado, fue expuesto en el vestíbulo del Teatro Tacón. Sobre este lienzo de gran formato, escribió Manuel Sanguily: "La luz de este cuadro era tan intensa, que había que llevarse las manos a los ojos para evitar su resplandor". Lo que tal vez desconoció el gran tribuno, es quela luz le venía al pintor de su creciente admiración por Sorolla, por entonces, en el cenit de su carrera como paisajista de las playas valencianas; mientras que el tema, más que molesto para el gobierno de la Colonia, no así para Sanguily, era portador del aliento justiciero y libertario que seis años atrás le inspirara el gesto ya mítico del Cid Campeador, al concebir su primer lienzo de verdadero aliento épico, La Jura de Santa Gadea. Dos años después, la naciente rebeldía presente en ambos cuadros, lo llevaría a radicalizar tales principios en un ideal de pueblo, al tomar el camino de la manigua redentora y, más tarde, en la República, legarnos el testimonio impar de una pintura heroica nacional, tal y como la había vivido en las filas del Ejercito Libertador.

Notas: 
 
1. Carlos Felipe José, Conde de Romrée, destacado militar nacido en Namur, Flandes, en 1760, y muerto en Valencia, España, en 1820. En esta ciudad se asentó en 1803, donde fue agregado al Estado Mayor  y contrajo matrimonio con María Antonia Cebrián y Enríquez. La Junta de Valencia lo nombró coronel de infantería de Voluntarios de Borbón y, con posterioridad, brigadier. Combatió en el segundo sitio de Zaragoza, resultando herido. No es hasta 1866 que se autorizó el uso del título de Conde de Romrée (de origen austriaco).