Voces de 1912: “El remedio del hombre está en él mismo”
Contundente y certero es el mensaje que el actor Jorge Enrique Caballero hace trascender en su unipersonal Voces de 1912, estrenado el pasado 4 de agosto y solo con dos funciones más para el público en la capitalina Sala de Teatro El Sótano: “El remedio del hombre está en él mismo… No hay HOY que no amenace en convertirse en AYER”.
Esas sentencias en boca de Francisco, personaje creado a partir de la exhaustiva investigación que realizó Caballero sobre los sucesos que nuestra historia registra, en torno a la Masacre de los Independientes de Color o la Guerra de 1912, no pueden quedarse, ingenuamente, sobre el escenario, cuando la obra termine.
Francisco se atormenta al escuchar voces de quienes, personajes reales o no, representan un segmento de la población cubana que no siempre fue (y no siempre es) respetada y aceptada, tan solo por ser de piel negra. Quiere entonces, cerrar el hueco para callar esas voces, y cuando el público aplaude, la obra llega a su fin y no ha podido cumplir el objetivo. ¿Acaso el de nuestra sociedad se ha cumplido en su totalidad?
Caballero le da continuidad, con su proyecto Ritual Cubano Teatro, a una idea que llegó a las tablas por primera vez en 2012. “Desde el primer espectáculo, Kid Chocolate, y aunque con el tiempo transcurrido nuestra sociedad ha cambiado en muchos aspectos, considero que se ha reafirmado el punto de partida y el camino por el que queremos llevar Ritual Cubano Teatro. Temas como la religiosidad, la identidad cubana, la cultura, rituales de todo tipo… Hemos cavado más hondo. Un espectáculo como este en 2012 nos hubiera dicho mucho pero ahora, en 2023, dice mucho más, porque es una obra que dialoga, perfectamente, con la contemporaneidad desde lo social, lo político, lo racial”.
Sucede que Francisco no solo habla en nombre de aquellos que murieron defendiendo su ideología, tras sufrir contradicciones con otros iguales. Francisco habla por la Cuba actual, “porque más allá de las diferentes posturas existentes, la vigencia de la obra radica en el mensaje que queremos expresar de que todos debemos remar juntos en la misma dirección. No solo en lo concerniente al tema de la racialidad, sino en todos los aspectos. Tomamos como pretexto los hechos de nuestra historia porque si conocemos la obra, lo mejor es no repetirla”.
Hay mucho amor a Cuba, asevera, “pero por encima de ese amor que se proclama a esta tierra, a esta nación, hay mucho amor propio. Creo que debemos detenernos en las coincidencias, en los puntos comunes que tenemos, para evitar que el barco se hunda, porque este barco es de todos. En definitiva, esta obra no es la historia de un personaje, sino de un suceso histórico al que no podía acercarme con postura definida o prejuicios para hallar el equilibrio perfecto y discursar con todos los espectadores, sean cuales sean sus posturas. Generar un espacio de tolerancia es necesario, y es a lo que aspiramos”.
¿Cuál fue la mayor motivación para escribir, actuar y dirigir esta obra, sin que fuera a partir de la biografía de un personaje, a diferencia de las anteriores, Kid Chocolate y Le Chevalier Brindis de Salas?
Existe poca bibliografía al respecto, considero, y en sentido general poco conocimiento del suceso, aun cuando en nuestro país existe un Programa Nacional contra la Discriminación Racial, la Comisión Aponte, y una Política Cultural coherente con ello.
“Un suceso como este fue silenciado en su momento, y es comprensible que haya sido así, pero en nuestros tiempos, debe conocerse más. Me sedujo percibir eso, y aunque muchos me dijeron que era imposible hacer lo que quería, esa desconfianza me dio más fuerzas para investigar, para encontrar más historias, más personajes… El resultado es esta obra que está conformada por episodios inconexos que subrayan momentos importantes en nuestro pasado, esenciales para entender las raíces de nuestra nación.
“Las contradicciones existen cuando se habla de nación o de sentimientos patrios. Pero lo más importante es que no se debe llegar a los extremos donde corra la sangre”.
Agradeció Caballero, en frente de todos, a las maestras Flora Lauten y Raquel Carrió, ambas de Teatro Buendía y presentes en la función del domingo, por todo lo aprendido en su formación actoral. “Ellas han influido mucho en lo que soy, en lo que aspiro a ser y en lo que quiero lograr con el proyecto que dirijo”.
Manteniendo el concepto fundacional de Ritual Cubano Teatro, a partir del cual, son los resortes del actor, tales como la expresión corporal, el trabajo vocal y las máscaras faciales, entre otros, los que conducen la obra, Voces de 1912 se nos presenta como una puesta escénica muy bien estructurada, con un ritmo acertado en tanto el espectador no nota, siquiera, el paso del tiempo mientras aparecen Juan Gualberto Gómez, Quintín Banderas y más personajes, más movimientos, más música, más cantos..
Llilena Díaz, Gigi Garciarena, Jesús Angá y José del Pilar Suárez acompañan todo el tiempo a Francisco. Guitarra, violín, tambores, pasos firmes en el piso, cantos… y el aplauso merecido es también para ellos, que unen sus brazos alrededor del hueco, al final, luego de encender las velas que tantos anhelos reúnen.
“Todos los elementos colocados en la escena se subordinan al trabajo del actor porque es una vara que trato de ponerme a mí mismo para no acomodarme, para no descansar, para no perder la calidad. Trabajar incómodo, pudiéramos decir, beneficia el trabajo creativo”.
¿Qué le falta a la obra?
A esta puesta en escena le faltan más funciones, mayor interacción con el público. Tenemos un año para preparar otra temporada e incluso hemos recibido varias propuestas que tomaremos en cuenta, porque nos interesa conectar con las vivencias, sensaciones y puntos de vista de diversos públicos.
“Si todos comprenden y se comprometen, desde sus posturas diferentes, hemos ganado.
“No le tengo miedo a que nos tilden de “tibios” porque algunos aspectos históricos no han sido abordados en la obra. Y es que cada cual hace su propia obra, y esta es la que concebimos nosotros. La hemos construido bebiendo de muchas fuentes, y con ella hemos aprendido que es mejor cambiar la autocompasión por el autorrespeto. Asumir la dignidad a partir de la autoaceptación, tolerar las diferencias y entender que quien tiene el problema es el que discrimina, no el discriminado”.
Voces de 1912 habla del amor, de la unidad, del deseo de empujar un país “con todos y para el bien de todos”, sin distinción de credos religiosos, color de la piel, sexo, clase social, formación profesional. “Son muchos los difuntos que nos dieron lo que hoy tenemos, son muchas las almas que padecieron. Nos corresponde ser consecuentes, por ellos y por nosotros mismos. Como dicen todos en la obra: Cuba, por Dios”.