Alberto Alonso, lo particular en la coreografía cubana

Mercedes Borges Bartutis
23/6/2017

Debo confesar que hasta hace dos días me resistía a escribir estas notas, y entiéndase que digo notas porque no me considero una estudiosa de Alberto Alonso, simplemente soy una gran admiradora de un hombre que tiene una de las imágenes más singulares dentro de la danza cubana. Tampoco podía darle la espalda a esta decisión de recordarlo en su centenario, porque olvidado, apartado, Alberto Alonso corrió la suerte de otros nombres de espectaculares artistas cubanos que tomaron la decisión de radicarse en Estados Unidos, ese vecino que por años ha sido tan querido y odiado a la vez.

Siempre aclaro que aprendí la historia de la danza en Cuba a golpe de tropiezos, devorando libros y revistas, que le dieron un poco de calma a la sed que tenía de aprender más sobre ballet, cuando terminé la Escuela de Periodismo, en la Universidad de La Habana, en el ya lejano año 1990 del siglo pasado. Hasta ese momento era una balletómana, igual que aquellos que gritaban y aplaudían en la sala García Lorca.

Sin embargo, descubrir los libros de historia de la danza fue sumergirme en un mundo diferente. También conocer a Laura Alonso y trabajar con ella por algunos años en Pro Danza, entre 1992 y 1995, me acercó a un espacio lleno de anécdotas de primera mano, de la gran familia Alonso, fundadora de la escuela cubana de ballet. Aprendí tanto en ese tiempo, que las carencias de los años más duros del Período Especial apenas dejaron huellas en mi vida.

Tal vez muchos piensen que esto no viene al caso, pero fue justo en esa época que comencé a investigar y escribir sobre ballet y danza, de manera más consciente. Me había comprado una máquina Robotrón, un inmenso artefacto alemán que sacaba a mi familia de paso cada vez que comenzaba a teclear. Fue en aquella Robotrón donde escribí de manera sistemática mis comentarios para espacios fijos, recibiendo una retribución que, a duras penas, me ayudaba a sobrevivir en aquellos ásperos años 90. Metropolitana y Reloj fueron las dos emisoras que me permitieron moldear mi escritura y que, increíblemente, me conociera y me odiara, al mismo tiempo, mucha gente.

Justo en esa época conocí más de Alberto Alonso, acercándome a través de la historia, al trabajo de un creador que hizo su primera coreografía a los 25 años, sin muchas herramientas, solo con algo de vocación y la experiencia de haber trabajado en Europa, observando a coreógrafos que con los años se trasformaron en nombres fundamentales para la historia del ballet.


Para sus coreografías utilizó la experiencia de haber trabajado en Europa.
En la foto se muestra en el Bolshoi durante el montaje de Carmen.

Fue así que con Preludios, con música de Liszt, obra estrenada en el Teatro Auditórium en 1942, Alberto Alonso se convirtió en el primer cubano que compuso una coreografía original para la escena. Se abrió una ruta que trajo muchas obras para él y para los cientos de cubanos que luego se dedicaron al arte de la coreografía.

Cuando uno mira las pocas grabaciones que quedan de las obras de Alberto Alonso, lo primero que salta a la vista es el buen gusto que tenía para diseñar secuencias de movimientos, la originalidad en sus estructuras, el trabajo con los objetos, el diseño de los pasos, la disposición de cada elemento, y una cultura inmensa a prueba de fuego. Ahí está el hermoso dúo de El solar. En la película Eduardo Manet, Sonia Calero y Roberto Rodríguez, llegan a un nivel de élite, sin excesos, encontrando la medida para sus evoluciones, ajustando el dinamismo de cada momento, donde prácticamente se acaricia la música de Toni Taño.

Por supuesto, hay obras exitosas y otras que pasaron sin penas ni glorias, pero es la dinámica del arte. Lo importante fue su recorrido. Definitivamente, su travesía como bailarín en obras de Fokin y otros autores, en Europa, y luego su experiencia profesional en los Estados Unidos, lo condujo hacia un vocabulario del ballet con mayor libertad. Desde el principio entendió que en la cultura nacional de cada país hay un universo lleno de posibilidades. Es así como se propone coreografiar con lo que él nombró un “estilo cubano de ballet”.

Su búsqueda llena de altibajos, lógicos en cualquier proceso de creación, fue moldeando un lenguaje fácil de identificar. Cuando miramos la larga lista de títulos en el repertorio creativo de Alberto Alonso, encontramos muchos con música de compositores sinfónicos: Preludios con Lizt; Concerto, Vivaldi y Bach; Forma, Ardévol; Sinfonía, Mozart; El mensaje, Harold Gramatges; Nocturnos, Debussy; El caballero de la rosa, Strauss; Nocturnal, Chopin; Sinfonía clásica, Prokofiev; Espacio y movimiento, Stravinski, hasta completar una larga lista de compositores referentes para la música universal.

A su lado, se erige un enorme inventario donde los títulos están marcados por lo cubano. La inicia Antes del alba, primera pieza con temática cubana, que tuvo diseños de Carlos Enrique y música de Hilario González. Antes del alba cumple en este 2017 su aniversario 70. Hecha por Alberto cuando tenía 30 años de edad, marcó un antes y un después, sobre todo por el contexto en que se desarrolló.

La década de los años 50 del pasado siglo está acentuada también por sus creaciones para cabarets y centros nocturnos de La Habana, principalmente Montmarte y Sans Souci. Y allí, toda una gama de títulos donde utilizó ritmos afrocubanos y bailes populares: Cha, cha cha, El solar, Nicolasa, Noche cubana, Sensemayá, entre otros. Entonces aparecieron los compositores cubanos en sus coreografías. Además de González y Gramatges, también trabajó con la obra de Roberto Varela, Carlos Fariñas, Ernesto Lecuona, Chucho Valdés, Calixto Álvarez, Juan Blanco, Leo Brouwer, Alejandro García Caturla, Félix Guerrero, Juan Almeida, Rember Egües y Gilberto Valdés.

No tuvo prejuicios con los espacios de representación, ni con los géneros. Creó sin miedo, desprovisto de obsesiones con el ballet clásico y disfrutando de las posibilidades que le brindaba la cultura popular cubana. Desde el principio, la prensa puso atención en su trabajo de cabaret, ese género que tiene tantas opiniones a favor como en contra, donde sus coreografías tenían éxito.

“Muchas veces nos hemos referido a la labor de Alberto Alonso en el arduo empeño de elevar a un plano danzario culto el baile afrocubano. No es, sin duda, el ‘show′ de cabaret el medio adecuado para el logro de ese objetivo en su expresión más rigurosa y elevada, en el renglón dramático o cómico, pero sí constituye una ocasión feliz para el ejercicio de las posibilidades formales. Y el actual ‘show′ de Sans Souci, especialmente en su última parte, es un ejemplo grandísimo de ello. Tanto la labor de conjunto, como la de las primeras figuras, poseen un dinamismo y plasticidad soberanos traducidos en un cuadro vibrante que levanta en peso a la concurrencia. Viendo el ritmo sostenido, la armonía, la plasticidad hecha de escorzos acusados, incisivos, y el dinamismo arrasador, consecuencia de una coreografía muy bien construida, elaborada con un rigor que recuerda la pauta clásica en lo que esta tiene de férula firme, pensamos que no está lejana la fecha en que Alberto Alonso nos dé un ballet moderno con algo del drama criollo, elevación a un plano temático digno de sus cuadros de la vida popular” [1].

foto del coreógrafo cubano Alberto Alonso
Junto a Alberto Alonso se erige un enorme inventario de títulos marcados por lo cubano. Foto: Internet

Su inserción en la Televisión Cubana le posibilitó explotar otras formas que fueran asimiladas por un público amplio, lleno de matices, con gente de procedencias diversas, que nunca habían pisado un teatro, ni soñaban hacerlo.

En varias ocasiones, el propio Alberto Alonso confesó que el momento de cristalización de su “estilo cubano de ballet” pasó con la coreografía El solar. En realidad fue una colaboración constante entre Alberto y Sonia Calero, quien tuvo una inmensa participación en todo el proceso. Al singular libreto de Lisandro Otero, se sumó la sensualidad en las ejecuciones femeninas, la delicadeza en el movimiento, tanto del femenino como del masculino, entre otras virtudes que hacen de esta pieza un clásico de la danza en Cuba.

Así llegó a Carmen. La historia es de sobra conocida. Durante la extensa gira por Europa en 1965, viendo El solar en Moscú, Maya Plisetskaya descubre a la persona ideal para su proyecto de hacer un ballet con la música de Bizet. Alberto asumió el reto de crear una adaptación de Carmen, cuando ya la gran obra había sido versionada y utilizada por otros con sedimento en el ballet internacional. Ahí estaba la Carmen de Roland Petit, con una extraordinaria estela de éxitos.

No había sido su idea montar Carmen, pero el solo hecho de que se lo pidiera Maya Plisetskaya, era la mayor provocación para un hombre que se encontraba en pleno auge de su carrera como coreógrafo. La Carmen de Alberto Alonso es tal vez el título más completo de su extenso repertorio, que sobrepasa con creces las 100 obras. Carmen marca la diferencia no solo por la forma, con todos sus movimientos osados y novedosos, también porque trae un espíritu de libertad personal, que en la Unión Soviética de 1967, durante su estreno, no fue bien recibido por las autoridades políticas de la cultura.

De Alberto el crítico inglés, Arnold Haskell, dijo: “Las coreografías de Alberto Alonso son siempre originales y en todos los casos someten a prueba al espectador”.

Espacio y movimiento, con música de Stravinski, fue otro de esos retos para el espectador y uno de sus títulos más exitosos. Se dice que era una “combinación inteligente de neoclasicismo y danza popular”. En otro ángulo estaba Un retablo para Romeo y Julieta, creada originalmente en 1969 para el Ballet Nacional de Cuba, y luego filmada por el ICAIC, en el propio escenario de la sala García Lorca, con Alicia Alonso como Julieta y Azari Plisetski como Romeo.

Sobre su montaje, Alberto Alonso expresó: “Romeo y Julieta se debaten en un mundo adverso y contradictorio que se confunde con el mundo que representa el Retablo. Las fuerzas ocultas que se mueven en torno a ellos, se desenmascaran en el Retablo, hasta hacernos perder la noción de cuál es la realidad y cuál la irrealidad”.

Un retablo para Romeo y Julieta tuvo un equipo de primera. Bajo la dirección de Antonio Fernández Reboiro, la fotografía la hizo Jorge Haydú, los operadores de cámara fueron José Tabío y Livio Delgado, la edición fue de Nelson Rodríguez y el sonido de Gerónimo Labrada.

En esa experiencia de Alberto para el cine, aparecen otros títulos como Rumba, dirigido también por Fernández Reboiro, e interpretado por Sonia Calero y Raúl Barroso, sobre banda sonora de Dámaso Pérez Prado; y Un día en el solar, llevada a la pantalla grande por Eduardo Manet.

Su trabajo en general siempre tuvo críticas a favor o en contra, sus obras no pasaban de largo hacia el silencio. Algunos críticos lo compararon con los grandes nombres en la creación coreográfica internacional.

“Es sorprendente constatar que en el punto de la búsqueda estética de Alberto Alonso, exista un paralelismo con Maurice Béjart. De igual modo parten de una base académica, de igual modo desarrollan los gestos y posibilidades plásticas del cuerpo humano, pero con un resultado que revela totalmente otro temperamento y excluye el plagio” [2].

La mezcla de géneros de danza, el collage musical donde lo sinfónico convive con lo popular, las estructuras coreográficas audaces, son algunas de las marcas visibles en el trabajo de creación de Alberto Alonso.

El coreógrafo Santiago Alfonso ha dicho en varias ocasiones que la danza cubana es una especie de mesa, que se equilibró con cuatro patas: Alberto Alonso, Luis Trápaga, Ramiro Guerra y Fernando Alonso. Los cuatro hicieron grandes aportes al desarrollo de la danza cubana. La mesa es más grande y tiene muchos nombres pero, indiscutiblemente, estos cuatro son de los jinetes más potentes.

A diez años de la muerte de Alberto Alonso, el 31 de diciembre de 2007, un silencio inmenso continúa cubriendo la imagen de este hombre, que tantas obras importantes aportó a la cultura cubana, con su trabajo constante durante décadas. Traerlo a la superficie en su centenario es solo una piedra diminuta en la base del gran monumento que le debemos en Cuba a la figura de Alberto Alonso Reyneri.

 

Notas:
 
1. El Mundo, La Habana, 1957.
2. Le Soir, Bruselas, 1969.