Esta semana se celebra en Cuba el 60 aniversario de la culminación exitosa de la Campaña de Alfabetización en 1961.

El farol chino de keroseno que llevábamos los brigadistas para impartir clases donde no había luz eléctrica, pronto se convirtió en la imagen simbólica de aquella batalla.

Los miles de jóvenes alfabetizadores que desfilamos felices en la Plaza el 22 de diciembre de 1961 coreábamos una consigna: “Fidel, dinos que otra cosa tenemos que hacer”. Entonces Fidel habló de la Educación.

Y empezaron las nuevas batallas: la escolarización total, la formación de decenas de miles de maestros, la educación obrera y campesina, la conquista del 6º grado, y luego del 9º, la Imprenta Nacional de Cuba, la integración del estudio con el trabajo, las escuelas en el campo, los planes de becas, los institutos preuniversitarios vocacionales, las universidades en todas las provincias, los centros universitarios municipales, el Polo Científico, y muchas otras.

Entre 1960 y 2012, la cantidad de maestros se multiplicó por diez, el número de estudiantes en todos los niveles pasó de 800 000 a más de 3 millones, la escolarización primaria superó el 98 % y la secundaria el 84 %, los centros universitarios aumentaron de 3 a 54 y el número de cubanos con título universitario sobrepasó el millón.

Veámoslo hoy, desde la perspectiva de 60 años, como una larga y coherente “continuidad”. Sin aquellos faroles de keroseno de 1961 no tendríamos hoy vacunas de COVID, ni biotecnología, ni informatización, ni estaríamos hablando de economía del conocimiento, ni proyectando industrialización avanzada. Tampoco tendríamos Casas de Cultura, ni Festival del Nuevo Cine, ni Bienal de artes visuales, ni escuelas de arte. No tendríamos la avanzada Constitución de la República del 2019, construida con la participación masiva e inteligente del pueblo. Y los ideólogos del capitalismo yanqui y sus mercenarios en las redes “anti-sociales” hubiesen quizás logrado su propósito de convertir a muchos cubanos en “estúpidos sociales”.

Celebramos hoy el hito de 1961, pero la historia viene de mucho más lejos, pues el desarrollo de la educación está vinculado a los orígenes mismos de la nacionalidad cubana hace más de 200 años.

En la primera mitad del siglo XIX, cuando Cuba aún no existía como Estado independiente, Félix Varela propuso comenzar por independizarnos del pensamiento escolástico y las supersticiones sembradas durante los tres siglos precedentes, y que la educación se basara en el método experimental y el pensamiento científico, en el que la experiencia y la razón son las fuentes del conocimiento. Varela introdujo por primera vez la enseñanza de la física y la química experimentales, y fue el precursor de nuestro desarrollo científico.

Luego, la monumental obra de pensamiento de José Martí sobre la Educación, la puso en el centro de su proyecto político de soberanía nacional y justicia social. Martí sentenció que: “En la escuela se ha de aprender el manejo de las fuerzas con las que en la vida se ha de luchar”, y aspiró a que “la enseñanza científica vaya, como la savia en los árboles, de la raíz al tope de la enseñanza pública”. Martí mismo fue maestro en varios países.

La intervención estadounidense en 1898 impuso una pseudorrepública de soberanía limitada, que bloqueó el camino hacia la república “con todos y para el bien de todos” que era el proyecto de Martí. La frustración de la república en la primera mitad del siglo XX es evidente en muchos datos. El censo de población de 1919 identificó que el 54 % de los cubanos no sabía leer ni escribir. En 1924 solo el 9 % de los cubanos estaba matriculado en las escuelas.

“Porque nos adentramos en una nueva (cuarta) Revolución Industrial que borra las fronteras entre las esferas física, digital y biológica de la producción material”.

La decadencia educacional fue descrita así por Fernando Ortiz: “Si continuáramos en ese estado de decadencia escolar y la próxima generación creciera tan impreparada como la que ahora llega, nuestras libertades carecerían en el futuro de su más firme sostén, el de la civilización, y Cuba vendría a ser como un gran batey en una empresa, que entonces no sería nuestra, y los cubanos no podríamos ser […] sino humildes oficinistas o simples cortadores de caña”.

Fidel Castro retomó el proyecto martiano y caracterizó la situación cubana en 1953, en su alegato de defensa La Historia me absolverá, en seis problemas: la tierra, la industrialización, la vivienda, el desempleo, la educación y la salud del pueblo.

La Revolución en el nuevo siglo tendría que conquistar la plena justicia social o no sería Revolución. Y una vez más la educación y la ciencia estaban en el centro de esa batalla. Fidel lo expresó así en 1990, precisamente en un congreso de Pedagogía: “La independencia no es una bandera, o un himno, o un escudo. La independencia no es cuestión de símbolos. La independencia depende del desarrollo, la independencia depende de la tecnología, depende de la ciencia en el mundo de hoy”.

Hoy las nuevas generaciones de cubanos (ya con universidades, computadoras y redes informáticas, y sin la necesidad del farol de keroseno) tienen que continuar la misma tarea, en un siglo XXI que es diferente:

Porque la economía mundial es cada vez más interconectada y global, y nuestra soberanía depende de nuestra capacidad de sembrar nuestros mensajes en el mundo.

Porque el conocimiento deviene componente principal del desarrollo económico.

Porque las tecnologías cambian a mucha mayor velocidad y la capacidad de asimilarlas no basta, si no se acompaña de la capacidad de crear tecnologías novedosas.

Porque nos adentramos en una nueva (cuarta) Revolución Industrial que borra las fronteras entre las esferas física, digital y biológica de la producción material.

Porque la circulación acelerada de información en las redes informáticas nos trae, junto con ideas muy valiosas, también un tsunami de información irrelevante, o sencillamente falsa, conocimiento fragmentado y superficialidades, cuyo efecto de corrosión intelectual solamente es posible enfrentarlo a partir de una cultura sólida y capacidades de razonamiento e intuición bien entrenadas.

“Hoy las nuevas generaciones de cubanos (…) tienen que continuar la misma tarea, en un siglo XXI que es diferente”. Foto: Tomada de Misiones Diplomáticas de Cuba

Ante los retos siempre nuevos de las presentes realidades, las universidades han ido ampliando sus espacios de actuación y transitando más allá de la función de formación de capital humano, hacia un protagonismo creciente en la investigación científica, hacia la influencia directa en el sector empresarial, aumentando su capacidad de absorber ciencia, hacia un impacto directo en la conducción del desarrollo local, y hacia el convertirse también en una gran incubadora de nuevas empresas de alta tecnología.

Esta conexión cada vez más directa entre productividad y educación, y entre educación y ciencia, es consecuencia de la velocidad con que se generan en el mundo de hoy nuevos conocimientos y nuevas tecnologías.

La política educacional y la política científica tienen que reaccionar rápida y eficazmente a los desafíos que plantean las tecnologías de la cuarta revolución industrial.

La ciencia y las nuevas tecnologías son la nueva alfabetización que necesitamos en el siglo XXI.

Como la de 1961, esta tendrá que ser una acción masiva y rápida, de toda la sociedad, que logre enraizar el método científico de pensamiento en la cultura general del cubano, de todos los cubanos.

Como la de 1961, esta tendrá que ser seguida de muchas acciones de continuidad, diseñadas e implementadas creativamente tanto en el sector presupuestado como en el sector empresarial.

Como la del 1961, esta será solamente posible sobre las sólidas bases de la soberanía nacional y del socialismo.

Es lo que vemos, con claridad y continuidad, cuando levantamos el farol de los alfabetizadores de hace 60 años.

Tomado del blog del autor: De pensamiento es la guerra

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