Antón Arrufat llegando a su mediodía

Norge Espinosa Mendoza
20/8/2018

En el mediodía más o menos insufrible de La Habana, toqué a su puerta. No a la de Trocadero, donde vivió por tantos veranos, tratando de robarle protagonismo al fantasma de Lezama, sino en la de Prado, donde vive hace ya un breve tiempo. “Qué casa tan larga”, me dice. Y yo le respondo: “Ideal para ti, que tienes aún toda una vida por delante”. Me fui a dejarle un libro que Pepe Triana me encomendó darle a Ana María Muñoz Bachs, hace ya mucho, y un folleto que Chantal, la viuda de Pepe, quiso también hacerle llegar ahora a la fiel amiga de los años terribles de aquel departamento del Instituto del Libro, y de las tertulias más o menos clandestinas donde vivieron sus días de silencio Piñera, Triana, Padilla y el propio Antón Arrufat. En París, junto a una Chantal que parece dispuesta a vivir otro siglo, hablamos de ellos, mencionamos esos nombres. La tarde fue perfecta, casi perfecta, lastimada apenas por la ausencia ya irremediable del autor de La noche de los asesinos.

Antón Arrufat
Antón Arrufat. Foto: Omar Sanz

 

Arrufat estaba en su mediodía. Hablamos, chismeamos, viboreamos. Nos quejamos de todo. Pensamos en el calor y nos alegramos por un reportaje que la televisión transmitió, oh sorpresa, para celebrar el nuevo cumpleaños, el 105 ya, de Virgilio Piñera, mostrando de paso el estado lamentable de su tumba en Cárdenas. Está a punto de cumplir él mismo 83. Le falta agilidad, pero no en la lengua. Y nos reímos de todo, ahora que ha vuelto a ser personaje literario en las páginas de un libro que no sabemos si lo celebra o lo pone entre los malditos más famosos de esta capital, firmado por un prestigioso profesor norteamericano que se destapa como un cronista deslenguado.

Va a llegar a los 500 años de La Habana, me digo de este santiaguero. Y aprovecho el diálogo para filtrar recuerdos, amigos, enemigos, enemigos que han sido amigos y viceversa, porque ya es muy poca la oportunidad que uno tiene de ejercitarse en el arte de la conversación aguda, inteligente y un tanto perversa. Que vienen tiempos difíciles. Duros, le digo, mientras le prometo escribir sobre los 50 años de Los siete contra Tebas y Dos viejos pánicos, no sea que según la muy cubana costumbre esas memorias pasen por debajo de la mesa. En el calor de La Habana quedaba esa palabra que decimos a manera de conjura: sobreviviremos. Trataré de recordar cada minuto y cada silencio de ese diálogo. Qué casa tan larga. Y qué corta, y qué selectiva, la memoria, a veces. Felicidades ya, otra vez, Antón Arrufat.