Camiones llenos de alegría cruzan las montañas

Arneldy Cejas
17/3/2017

Conocía, por referencias, la importancia que tiene para los pobladores del Oriente del país, la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa. Hacía varios años que sus organizadores estaban invitando a nuestro grupo pero siempre coincidía con otra programación. Por fin, este año Teatro La Proa pudo sumarse a los cruzados – es así como nombran los nativos de la zona a los brigadistas de la Cruzada – y allá nos fuimos con nuestra obra: Burrerías.

La incertidumbre hacia lo desconocido nos preocupaba un poco al principio, la vida en campaña que tendríamos durante esos días y las condiciones atmosféricas de esta época del año, también. Pero la curiosidad por descubrir lo que algunos colegas habían vivido y las ganas de llevar nuestros títeres a estos lugares hicieron parecer más extenso el viaje, que desde La Habana ya era largo y duró más de 20 horas.


Teatro La Proa. Foto: Abel Carmenate

El último tramo de la travesía, desde Baracoa hasta Yumurí, lo hicimos en el auto del vicepresidente del gobierno en esa ciudad. Música guantanamera durante todo el trayecto nos daba la bienvenida. Nos integramos a la Cruzada en el momento en el que los participantes se encontraban reunidos en un coloquio, sentados como en familia bajo una lona, justamente donde el Río Yumurí se une con el mar, un lugar escapado de un sueño. Esta reunión, que se realiza todos los años con el objetivo de mejorar el evento, terminó con sugerencias, nuevos planes y abrazos colectivos. Luego una función para los niños y otra para adultos ponía fin a las horas de nuestro primer día.

Ellos nunca olvidarán esa noche y nosotros tampoco olvidaremos sus caras al narrarnos lo que vivieron.

Teatro La Proa ha participado en numerosas brigadas artísticas dedicadas a llevar arte y un poquito de alegría a damnificados por varios ciclones en distintas provincias de nuestro país. En ninguna vimos tanta destrucción como en esta, aun cuando ya han pasado casi cinco meses desde que el ciclón Matthew azotara esta zona y, cuando la recuperación se va haciendo lenta pero evidente, todavía el daño está presente y en numerosos casos será irreversible. Algunas casas exhiben nuevos techos, pero muchos palmares y plantaciones de cacao y coco permanecen barridos completamente, trasformando para siempre el paisaje. Nos tocó trabajar para las poblaciones que más sufrieron a causa del ciclón, en algunas el viento les llevó las casas y las pertenencias de sus habitantes, a otras familias el río les ahogó sus animales de corral. Ellos nunca olvidarán esa noche y nosotros tampoco olvidaremos sus caras al narrarnos lo que vivieron.

Veintisiete años lleva la Cruzada subiendo las lomas orientales de Cuba, del 28 de enero al 3 de marzo, por lugares donde es esto lo único que llega. Poblados, comunidades y asentamientos intrincados en la sierra esperan durante todo un año por la llegada de los cruzados con su música, cuentos, bailes y títeres. En esta segunda etapa participamos: el Guiñol de Guantánamo (organizador principal), La Barca, El Teatro Dramático, Teatro Río y la Compañía de Circo de Guantánamo; el Guiñol de Holguín; Teatro de Los Elementos, de Cienfuegos; El Teatro Callejero Andante, de Bayamo; La Teatróloga Isabel Cristina López Hamze, Claudia Amanda Betancourt, especialista de promoción del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, periodistas y fotorreporteros de Casa de Las Américas y de la Dirección Provincial de Cultura en Guantánamo; el Proyecto Brasileño Etinerancias y nuestro Teatro La Proa.

Algunas noches dormimos en las casas de los vecinos de las comunidades por donde pasábamos, en ocasiones sus techos estaban afectados, aun así sus dueños nos cedían la mejor parte de la casa para que descansáramos, otras veces armamos el campamento en escuelas primarias, casas de cultura y centros escolares. Allí poníamos nuestros colchones y algunas casas de campaña. El canto de los grillos nos arrullaba y el de los gallos nos despertaba. El chocolate siempre caliente, alguna llovizna fina y la bruma en las mañanas nos acompañaron para iniciar el día.

Dos camiones llenos de artistas con títeres, canciones y ganas, se enrumbaban a diario subiendo y bajando lomas. Así llegamos hasta las escuelitas más lejanas, en todas, un cartel daba la bienvenida a la Cruzada. Es cierto que este año no estaban esperándonos las tradicionales mesas cubanas llenas de flores, frutas y jugos naturales, debido a las huellas de Matthew; en cambio hubo poemas y canciones interpretadas por los niños —muchas de ellas dedicadas a Fidel—, y para despedirnos nos regalaban dibujos hechos por ellos y el agua de los manantiales para refrescar.

En el viaje hacia los poblados donde había función nocturna, era impresionante ver a familias enteras bajando las lomas, caminando muchos kilómetros, alumbrados con mechones, linternas, lámparas recargables y celulares (como única señal de modernidad) para disfrutar de la función. Otras veces esperaban el camión por el camino y se nos unían para llegar juntos al lugar de la presentación. Todos conocen la programación de la Cruzada y la esperan siempre el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar, lo cual ha ido conformando la tradición.

Burrerías es un espectáculo sencillo, para espacios flexibles, que se ha presentado en numerosos sitios de Bolivia, México y de nuestra Isla, pero es la primera vez que viajaba a la Cruzada, ante un público diferente, que está adaptado a ver teatro todos los años y tiene otra forma de recibir y de reaccionar ante las obras. Nos fueron muy útiles las sugerencias de Isabel Cristina López, tras ver la primera función; su experiencia en la primera etapa y sus comentarios nos ayudaron a trasformar y ganar mayor interrelación y juego con los niños. De ahí la importancia de poder contar con especialistas en eventos como estos.

El agua de los ríos nos calmó la sed y bañó nuestros cuerpos, y los cuentos de los nativos del lugar hicieron más claras las oscuras noches.

Sería larga la lista de asentamientos visitados. En tres y cuatro funciones diarias, solo nosotros visitamos Yumurí, Jamal, Picoteo, Paso Cuba, Camarones, Tabajó, Maraví, Toa y Naranjal, entre muchos otros poblados. Dimos funciones para muchos niños, en aulas pequeñas, en salas de televisión, en patios a pleno sol y en terraplenes. La alegría de ver los rostros felices de los niños y los adultos nos hacían olvidar cualquier síntoma de cansancio. Nos conmovió ver que, dentro de tanta destrucción, todas las escuelas están reparadas y pintadas, en una de ellas, terminando nuestra función, recibían un televisor nuevo para cada aula. En muchas  se repitió esta acción y en todas los niños lucían sus uniformes y zapatos impecablemente limpios, a pesar del fango y las necesidades por las que sus familias están pasando.

El agua de los ríos nos calmó la sed y bañó nuestros cuerpos, y los cuentos de los nativos del lugar hicieron más claras las oscuras noches.

La despedida no nos entristece porque sabemos que el próximo año volveremos con más ganas. Volver para saludar a estos nuevos amigos, para traerles nuevas historias, para ver cómo han reverdecido estas montañas que ahora están despeinadas por Matthew. Sé que Baracoa y su gente se levantan, como lo hacen, con las primeras lluvias, las flores y los helechos entre los montes de troncos caídos.

Día a día la alegría cruza las montañas. La misma alegría con la que la vecina del último campamento preparó en su cocina de leña nuestra comida, y vuelve a sembrar su jardín y a repoblar sus crías de puercos y pollos. La misma alegría con la que reciben y despiden los pobladores a los camiones cargados de sueños. Camiones que por estos días llegan con techos nuevos, con colchones, a veces con alimentos y, como lo hicieron ahora, con la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa.