Carmina cubana

Norge Espinosa Mendoza
26/12/2017

Al fin pudo verse en Cuba la Carmina Burana coreografiada por George Céspedes para Danza Contemporánea de Cuba en su formato integral, uniendo numerosos empeños para que tal cosa sucediera. A partir de la célebre partitura de Carl Orff, que reinterpreta una serie de poemas goliardos del medioevo, y concebida dentro de lo que el compositor alemán imaginaba como una integración total de música, movimiento escénico, canto y narración; se representa por lo general como una cantata. Su estreno ocurrió el 8 de octubre de 1937, en Frankfurt, y desde entonces no ha dejado de interpretarse con frecuencia. Su fragmento más famoso, el que da inicio a la obra (“O fortuna”), aparece en varias bandas sonoras cinematográficas, entre ellas la de ese filme tan celebrado que es Excalibur, dirigido por John Boorman en 1981. El poderoso acento de esos cantos ha seducido al público desde sus primeras presentaciones, superando incluso los recelos que su compositor debió enfrentar a la caída del nazismo, con el cual se le ha relacionado alguna vez, en una polémica que nunca llegó a solucionarse. Carmina Burana continúa entre las obras de su tipo más solicitadas, y en su formato de cantata vuelve a los conciertos una y otra vez. Hace varios años el maestro Leo Brouwer la dirigió en el escenario de ese teatro tan desafortunado que es el nuevo Amadeo Roldán. Ojalá vuelva la luz sobre esas tablas y cómo no, vuelva la Carmina a hacerse sentir allí con tanta fuerza como la disfrutamos en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.

En realidad esta es una coreografía que regresa a nosotros, pues ya tuvo su estreno en el 2008, y pudimos verla acá sin el acompañamiento orquestal y los coros. Llenó el Auditorio Nacional de México ya con tales complementos, ante diez mil espectadores, ganando el Premio Luna que se otorga en esa nación. La Carmina ha sido coreografiada antes (el propio compositor colaboró en un montaje danzario en 1978 para el Minnesotta Dance Theater), pero indudablemente siempre es un reto de alto calibre el darle a esa partitura una nueva vida que incluya al cuerpo humano en su más dinámico esplendor. Trabajando sobre una disposición escénica que hace visible al coro, con un pantalla al fondo en la cual se proyectan imágenes sin cesar, la Carmina Burana de George Céspedes es un ambicioso recorrido por la idea de la humanidad en sus más diversos avatares, que saca partido del eje musical mediante el que Orff daba vueltas a la rueda de la fortuna, como imagen perenne a lo largo de toda la composición.

Desde el momento del pecado original, cuando Adán y Eva arrancan la manzana prohibida, se desenvuelve en una espiral intensa el ir y venir de los danzantes, como grupos, duetos o solos que se alternan para subrayar el carácter lúdico de la música, hasta el instante final, cuando regresamos a los acordes de “O Fortuna” para que ese ciclo se repita a la inversa, dejando ver en el minuto casi final a los amantes del jardín, no ya en blanco y negro sino en color, anunciando tal vez el reinicio de todo ese proceso en el cual el ser humano ha puesto a prueba sus habilidades, talentos; y también ha debido asumir sus pérdidas y fracasos. El diálogo con la naturaleza, la idea del trabajo como progreso, el esfuerzo físico, la búsqueda de la belleza, la guerra, el amor en sus posibles lances… todo ello está en lo que plantea el coreógrafo, defendido ahora por una nueva generación de bailarines que aportan otra savia a lo que estrenó en el 2008 Danza Contemporánea de Cuba. Bajo la guía de su director, Miguel Iglesias, el espectáculo ha regresado ya varias veces a México (lo hizo muy poco antes de estas funciones habaneras) consiguiendo siempre el respaldo de la crítica y el público.
 

Una producción monumental de lujo para el público cubano. Foto. Internet
 

Ahora llega el proyecto íntegro a nuestros ojos y nuestros oídos. Enrique Pérez Mesa tuvo la tarea de convertir a la orquesta del GTH en un conjunto puntual de sonidos y resonancias. La maestra Digna Guerra asumió la nada simple labor de dirigir el Coro Nacional, y el Coro Infantil, integrado por infantes que mucho disfrutaron ser parte de tan arduo empeño. Las partes de solistas fueron asumidas por el barítono Ulises Aquino y la soprano Milagro de los Ángeles, quienes dieron prueba de su bien ganado prestigio. El joven tenor Harold López Roche debió enfrentar uno solo de los poemas: “Olim lacus colueram”, pero como ordena la partitura, desde el reto de hacerlo empleando su falseto, en pos del dramatismo requerido por Orff para ese instante. Su aparición junto a dos figuras ya consagradas demostró que está dispuesto a próximos desafíos no menos exigentes. Creo justo señalar que las luces de Fernando Alonso se unieron al notable concepto de diseño de Erick Grass para que todo el conjunto funcionara como una pieza sólida, un golpe visual y sonoro que reafirmaba el poderío de la obra en una dimensión que sin duda alguna impone respeto por su espectacularidad. Y agradezco a Miguel Iglesias su tenacidad, pues lograr que todas las partes de este proyecto se unieran para conseguir tal efecto, ha debido ser cosa nada fácil: él es un guerrero que a su modo sigue defendiendo la danza en nuestro país, y a él se debe el acercamiento de la compañía a coreógrafos de otras latitudes, en la etapa más reciente del conjunto, lo cual ha sido provechoso para todos.

Son más de 40 bailarines en escena, jóvenes todos, algunos recién llegados a DCC, y otros con varios años de experiencia en la compañía madre que fundara Ramiro Guerra en 1959. Pocas veces he sentido que un espectáculo se nos regala, en los últimos años, tal y como sucedió con esta Carmina cubana, poblada de rostros y cuerpos que comparten nuestros días, nuestras alegrías y contradicciones. Por encima de todo eso, pero también empleándolo de algún modo, ellas y ellos son quienes nos narran en escena. Lamenté que George Céspedes no estuviese en la capital para que saludara con todos los que hicieron posible este regalo extraordinario, que ha ganado el Premio Villanueva Especial, como reconocimiento que los críticos y especialistas le otorgaron a un espectáculo que esperó, para bien, a recibirlo en todo su esplendor. Como se trata siempre de pensar en retos, ya anda DCC enrolada en una coreografía a partir de La Consagración de la Primavera, esa pieza estremecedora y revolucionaria que cambió de modo radical el curso de la música en la historia. Creadores franceses han ensayado con los bailarines del Conjunto, y en mayo volveremos a estar ante un escenario, para ver cómo dialogan, se entregan y discuten con la inolvidable partitura que Stravinsky creara para Nijinski, allá en 1913. Ahora el triunfo se llama Carmina Burana. Carmina, cubana y entre nosotros. Y tras el último acorde de Carl Orff, lo inunda todo una lluvia de aplausos.