COVID-19, un enfoque pedagógico

Ailin Parra
3/3/2021

Hace poco un amigo me preguntó qué podríamos hacer para volver a abrazarnos y respirar sin nasobucos. No iba yo a responder con más de lo que ya todos sabemos. Vivimos en una circunstancia nueva que requiere nuevas respuestas. Así que me pregunté cómo debería ser una nueva educación que nos permita lograr las aspiraciones que mi amigo sueña.

Rudolf Steiner dijo: “Si quieres conocerte a ti mismo, mira hacia el mundo. Si quieres conocer el mundo, mira hacia tu interior”.

En ambos casos vemos que la premisa es el interés por conocerse o por conocer el mundo. Hoy en día tenemos una pedagogía que promueve el conocimiento pero no el interés. La pedagogía de hoy se basa en el maestro que pregunta y el alumno que responde, expone sus conocimientos ante el maestro que lo evalúa; cuando debería ser el alumno el que genere las preguntas y también el que las responda, ambos procesos con ayuda del maestro. La función del maestro debería ser cultivar el interés del alumno para que se haga preguntas, y luego incentivarlo y guiarlo en la búsqueda de las respuestas. Es por eso que Paulo Freire habló de una pedagogía de la pregunta. Y es por eso que una de las tareas primordiales en esta nueva circunstancia que estamos viviendo, es generar preguntas y buscar respuestas que miren fuera de nuestro paradigma educativo convencional y sean capaces de ampliarlo.

Por otro lado, podemos constatar, con mucha tristeza, que la educación actual está muy alejada del modo de conocimiento que propone Rudolf Steiner por cuanto no se estimula el interés en el conocimiento de sí mismo ni mucho menos se buscan en nuestro interior las respuestas a lo que deseamos conocer del mundo. La educación actual se parece al cuento de Jorge Luis Borges “Su final y su comienzo”, pues no ha tomado consciencia de su estado muerto. Hoy en día el conocimiento está en todas partes ―libros, cursos online, miles de sitios en Internet― y puede ser autogestionado. En realidad no necesitamos ir a la escuela para instruirnos; pero sí necesitamos la guía pedagógica que estimule la búsqueda, la comprensión, la creatividad, que nos enseñe a relacionarnos sanamente, a gestionar nuestros estados de ánimo, a tener seguridad, a ser bondadosos, a interesarnos por los otros, que despierte una auténtica curiosidad por el mundo.

El pensamiento materialista unilateral nos ha llevado a hablar de “el medioambiente” en vez de “nuestro medioambiente”, a relacionarnos con el reino animal y vegetal como si fueran máquinas a las que se debe sacar el mayor rendimiento y provecho, a olvidarnos de nuestro mundo de sentimientos y priorizar la productividad, a enfocar nuestro interés en la obtención desmedida y cada vez más creciente de cosas materiales en detrimento del cultivo de valores espirituales como la bondad y la compasión, a mirarnos y tratarnos a nosotros mismos también como máquinas.

En una de las puertas del templo al dios Apolo, en la ciudad de Delfos, estaba inscrito “Conócete a ti mismo”, pero la educación actual se ha olvidado de pasar por esta puerta. Quizás el alejamiento del sol que nos ha impuesto esta pandemia sea una buena oportunidad para hallar la luz y el calor de nuestro sol interior.

También Rudolf Steiner llamó a los seres humanos a sentirse corresponsables de todos los sucesos mundiales como miembros de la vida. Cada uno a su manera, aportando los dones que emanan de cada cual. Él ponía el ejemplo del maestro que no lograba tener la confianza del alumno ni su buen desenvolvimiento académico; entonces el maestro no debía dirigir su resentimiento contra el alumno, sino volverse hacia sí mismo con la siguiente pregunta: ¿La deficiencia del alumno no será acaso consecuencia de mi propia acción? De manera similar podríamos preguntarnos, cada uno de nosotros, cómo hemos contribuido al surgimiento de la COVID-19, y si no es una manifestación más de la crisis sistémica ―económica, política, social― que desde hace varias décadas está experimentando la humanidad.

“‘¿Qué podemos hacer para volver a abrazarnos y respirar sin nasobucos?’ (…) lo que podemos cultivar en este sentido se encuentra en una pedagogía de la pregunta, en explorar nuestro interior y en sentirnos responsables de lo que sucede en el mundo.
Ilustración: Brady Izquierdo

 

Hoy en día la ciencia y la tecnología progresan como nunca antes, celebrando avances sin precedentes; pero cada día contaminamos más nuestro aire, infligimos más sufrimiento a los animales y mayores daños a la vida vegetal, casi dos millones de personas mueren cada mes por hambre y aumentan las enfermedades crónicas. Entonces, ¿en función de qué está todo el adelanto científico y tecnológico? Nuestros conocimientos y capacidades parecen ser tan altos como nunca, pero es evidente que necesitamos conocimientos y acciones diferentes de las que nos llevaron a la situación actual. Las graves crisis de nuestra cultura no son obra de Dios ni de la naturaleza, son el resultado de decisiones y acciones humanas, reflejan las consecuencias de un concepto de la ciencia que solo acepta lo contabilizable, medible y material, y excluye las complejas leyes de lo vivo, lo que actúa sin ser percibido por los sentidos.

Desde el año 1929 la doctora Ita Wegman alertó que la naturaleza se estaba convirtiendo en un espejo del comportamiento caótico humano y que se manifestaría en catástrofes y anomalías. Y a lo largo del siglo XX muchos autores previnieron sobre lo mismo desde los más diversos puntos de vista: ecológico, económico, médico, farmacéutico, pedagógico, etc. Es por ello que debemos comprender que la experiencia de la COVID-19 no es más que la expresión de la vida que estamos llevando, y debe desarrollarse la consciencia de que nuestra cultura debe cambiar. Rudolf Steiner dijo que el pensar se dejaba guiar por los hechos creados, cuando en realidad debería dominarlos; así que debemos convencernos de que es posible y necesario construir la realidad futura con nuestros propios ideales y visiones de paz, armonía y sana humanidad.

Pero si es cierto que, con el tiempo, el mundo se convertirá en lo que pensamos que será, ¿cómo debemos pensar para que nuestro mundo, tan fantástico y lleno de crisis, pueda comenzar un desarrollo más humano y próspero para la vida? ¿Qué tipo de ciencia y acción es propicio para el futuro desarrollo pleno del ser humano y para la tierra que nos sustenta? ¿Cómo es posible dar vida al lenguaje maltratado y al uso mecánico de la palabra que enferman el aire que respiramos? ¿Cómo puede el arte ayudarnos a animar nuestra percepción, pensamiento y actuación? ¿Podemos desarrollar una interacción no violenta entre nosotros y con la naturaleza?

Los educadores tienen una responsabilidad muy especial en este sentido. Un mundo mejor es posible y debemos atrevernos a pensar lo posible. Hay que repensar la manía de consumo y control, el querer tener todo al precio más bajo, en todo momento y de todos lados, sin tener en cuenta que los costos de esta manera de actuar se hacen notar tarde o temprano. La ideología del egoísmo debe dar paso a un nuevo sentido común, a la construcción de un bien común. Es una tarea de autoeducación y educativa. Precisamos entender y experimentar la naturaleza de lo vivo para poder apoyar la vida.

De modo que a la pregunta que me hizo mi amigo: “¿Qué podemos hacer para volver a abrazarnos y respirar sin nasobucos?”, yo podría responder proponiendo que algo de lo que podemos cultivar en este sentido se encuentra en una pedagogía de la pregunta, en explorar nuestro interior y en sentirnos responsables de lo que sucede en el mundo.

 

La autora es bioeticista, educadora, presidenta del Club Martiano Cultura y Libertad (SCJM)