Cuenta conmigo

Michel Encinosa Fú
15/1/2016

Me miro al espejo. Tras recibir el cotidiano round de insultos salgo a la calle. La abigarrada monotonía del infierno de asfalto y megaho los se me mete por los ojos y me acaricia las neuronas. Adoro esta ciudad de mierda, sobre todo por las noches. Especialmente por las noches. Sólo por las noches. Soy una rata nocturna y mi oficio es intrascender.

Ahora ando con el Bicéfalo. Su verdadero nombre es Johnny Kisser y su tatarabuelo fue una estrella de rock brasileña. Es de lo mejor que hay; un verdadero tipo duro. El número uno en las riñas y en las niñas.No es como esos imbéciles del barrio Esmeralda:Loco Azul, Oriflama, Disgustado Sumiso y compañía.Él es diferente. Es el rey. Somos diferentes. Somos los reyes del barrio Noviembre. Y somos amigos. Más que amigos, hermanos. Somos uña y carne.

Me escabullo por los rincones, hurtándole el cuerpo a los Gigantes de Humo: unos acorazados callejeros quimio adictos a quienes debo unos cientos decréditos, y alcanzo las puertas del Arcturus vs Vaselina.Me siento a la mesa de costumbre, junto a la ventana,bajo el sempiterno addsinestésico de la División Oz, y pido un Cero Absoluto con dos gotas de menta. Un par de veteranos en exoesqueletos se insultan en la barra;los policar bonos crujen. Un sórdido tipejo masculla algo en un vocoder de bolsillo. Media docena de cabletas transparentes bailan una jiga. En un rincón, tres exóticos se masturban, ponchados a una interfasesimestim. Algunos cadetes de la Genomática juegan al billar. Una pareja de Chicos 1000 millas vomitan ante la puerta del baño. Yo degusto el ácido paisaje de la calle a través del plexiglás. En la distancia se destaca, como un titánico y verde sol poniente, el domo de la arcología Mesozoica.Espero. Es temprano. La vida recién empieza.

El Bicéfalo se me acerca al fin, sorteando a los que bailan y a los que viajan. Me da un abrazo de hermano y me llena las manos con un racimo de dermos. Él es así: obsequioso, franco. Es mi amigo.

—Mira —me suelta, indicándome a dos chicas que cruzan la calle.

Me enamoro. Visten como estudiantes de Corporación Consumo, kimonos de sylon y seda monoclónicaorbital, colección Joya Astral IV. Rubias teñidas, las dos. En serio que me enamoro.

—La de la izquierda es mía, la otra es tuya —planifica Bicéfalo—. ¿Nos movemos con ellas?

—Cuenta conmigo —me cargo de anfetas y salimos del bar. Vamos de caza, y este barrio es nuestro coto privado.

—Hola, extrañas.

Ellas retroceden un par de pasos, sorprendidas.Hemos salido de la nada. Nos examinan; nuestras fachas de clásicos gladiadores urbanos, nuestros tatuajes tribales, nuestros ojos divertidos.

«Somos jóvenes sanos y alegres, inocentes damiselas, y sólo buscamos un rato de compañía»,aseveran nuestras poses. «¿Valdrá la pena?», inquieren sus muecas. «¡Pruében nos y verán!»

Y nos ponen a prueba. Torres, el portero del pubUtopía X, es amigo mío de la infancia y nos deja entrar sin reparos. Pedimos tragos. Vox-Box retro, a lo década del treinta, para viejitos demócratas. Bailamos.Somos los reyes de la noche, los dioses de Pueblo Bajo. El juego empieza.

Mi chica es estupenda. Lleva un tatuaje móvil que deriva de sien a sien por su frente y cambia de coloren los pómulos; un cruce alucinante de quimera y basilisco. Sabe moverse bien, y mover lo que tiene.Me regodeo en su vaivén de reptil, sus muslos se hacen escarcha en mis dedos, pruebo sus labios. Lenguas.Música. Baile. Dermos. Sudor. ¡Qué jugo,muchacho!

Salimos al aire fresco. El apartamento de Bicéfalo queda cerca. Es nuestro barrio, nuestro coto de caza imperial. Disfrutamos las envidiosas miradas de los chiquillos que llevan colgadas a sus escuálidas princesas de clase B. Nosotros tenemos a las reinas, y las reinas aceptan el juego.

A sólo dos puertas del apartamento emergen cinco acorazados; Gigantes de Humo. El líder se adelanta:

—Hey, Johnny Kisser, esa es mi chica.

La rubia mira a Bicéfalo con pestañas culpables y se aparta. Bicéfalo sonríe así, de medio lado:

—Vamos, hermano, no llevaba tu nombre en el traje.No hay daño, ¿cierto?

—Pero lo va a haber.

Somos rápidos. Antes de que el líder desenfun de su artillería, Bicéfalo cae sobre él y le mete un vibro puñal en la garganta, por un resquicio de la armadura.Yo ruedo por el piso, esquivando dos sablazos,y hago retumbar mi revólver. Uno cae, con la rodilla destrozada. «¡Retirada, hermano!» grita Bicéfalo. Despegamos sin un rasguño, dejando a tres sangrando y uno en proceso de agonía. Recuperamos el aliento a diez bloques. Nos morimos de risa.

—¡Somos lo mejor que hay, hermano!

—Tu madriguera está quemada —le digo a Johnny.

—Pero la tuya no —sonríe, exhibiendo la cartera de su rubia—. Veamos qué hay aquí.

La abrimos y reímos de nuevo. Dos docenas de neurotrans. Pequeño Dragón; muy solicitado en el mercado. Cinco mil créditos sencillos, sin regateo.

—Saldremos de ellos en un par de noches —asevera Bicéfalo—. Voy a consultar a mis contactos.

Se larga. Llevo el botín a mi casa, ocho niveles bajo el asfalto. Oculto la cartera en un hueco tras el clóset. Abro una cerveza barata, la dejo mediada sobre un montón de ropa sucia, y me acuesto a dormir. Bicéfalo llegará por la mañana y entonces haremos planes.

Despierto al alba, con un golpe en el estómago.Me sostienen tres de ellos, mientras los otros seis ponen mi apartamento patas arriba.

—¿Dónde está, maldición?

Yo balbuceo:

—Los neuro…

—¡Eso es mierda! —uno de ellos se me encima—.Escucha bien, mocoso. Los neurotrans nos dan una escupida de rata. Queremos la cartera.

Unas manos se meten en el clóset.

—¡La tiene Bicéfalo! —vomito.

—¿Y dónde está él?

Las manos se alejan del clóset. Rebusco en mi memoria. Bicéfalo; sus contactos, códigos de videófono,direcciones. Escupo lo que sé.

—Bien, eso basta. Da gracias a Dios que tu padre y el mío fueron como hermanos. Piérdete del barrio.Esto es por tu silencio —el tipo me mete doscientos créditos en el chip ID—. Vamos. Y se van.

Me lavo la cara; tengo una cortada en el labio. Registro la cartera. Corto el forro. Un pico circuito: muy hi-tec, peligrosamente hi-tec. Lo tiro al inodoro y descargo. Me encojo de hombros con alivio. Oculto de nuevo los neurotrans y salgo a la calle.

Logré reconocer una de las voces tras los yelmos de los acorazados. Busco a un golpeador barato que conozco.

—¿Quién? —me pregunta, luego de recibir su anticipo de cien créditos.

—Torres, el portero del…

—Lo conozco. Es amigo mío.

—Cien más cuando termines.

A las dos horas regresa:

—Ya está. Veinte gramos de plomo tóxico en el encéfalo.

Me muestra una 2D, como prueba; Torres, el asfalto,un poco de sangre. Rompo la imagen, le pago el resto y veo dudar sus ojos de mártir.

—¿Qué pasa? —le pregunto.

—Han enfriado a tu querido, el Bicéfalo. Los Gigantes de Humo. No se sabe por qué, se rumora que buscaban algo. Lo dejaron hecho un…

—Ahórrate detalles —lo corto.

Vuelvo a casa. Lástima de Torres, mi amigo de la infancia. Pero odio a los Judas. La amistad es lo único que importa en este mundo. Me miro al espejo.El muy canalla copia mis facciones y me insulta. Lo rompo de un puñetazo. Mierda. Me he cortado una mano. Estoy de prisas. Tengo varios Pequeño Dragón que vender y unos horas para mudarme de barrio. La vida es dura.

Ahora ando con el Oriflama. Es un tipo duro de verdad;no como esos inútiles del Barrio Noviembre:Espada Roja, Vándalo Ronco, el difunto y olvidado Bicéfalo y compañía. Él es diferente. Estamos sentados sobre un contenedor abandonado, fumamos Iconoclastas con filtro, nos damos unos sorbos de jugo de manzana y disfrutamos de la noche. Por la calle pasa un tipo.

—Ese me debe una. ¿Vienes? —me anima Oriflama.

—Cuenta conmigo —le respondo.

Me cargo de anfetas y lo sigo. Somos uña y carne. Y somos los reyes del barrio Esmeralda; él y yo. La amistad verdadera es la cosa más grande de este mundo.

Tomado de Niños de Neón. Editorial Letras Cubanas, 2001. La Habana, Cuba.