No creo decir nada nuevo si afirmo que la película cubana Inocencia, dirigida por el cineasta Alejandro Gil, tiene algunas culpas. Entre ellas, la de demostrar que al público cubano le siguen motivando los temas históricos, siempre que se traten con la inteligencia, la belleza y la originalidad que logren conmover, aun cuando aborden hechos que escuchamos relatar desde nuestra niñez. En este caso, el fusilamiento de ocho estudiantes de medicina cubanos por el colonialismo español en un juicio amañado a partir de motivaciones y presiones políticas.

Cuadro de Inocencia, película cubana dirigida por Alejandro Gil. Foto: Tomada de Juventud Rebelde

Pero también, a partir de ese suceso tan conocido en Cuba, la película aporta referencias poco difundidas y lo hace desde un enfoque muy enriquecedor. En particular, el paralelismo con que cuenta las actitudes de los representantes de dos instituciones religiosas ante el mismo hecho: un sacerdote de la Iglesia católica, que llama a aceptar sumisamente la muerte injusta y, de otro lado, los integrantes de la sociedad secreta Abakuá que se lanzan —semidesnudos y muy mal armados— al rescate de los jóvenes inmolados.

El papel en esos acontecimientos de los Abakuá —una sociedad fraternal surgida entre los negros traídos a Cuba como esclavos desde África que ha sufrido a lo largo de la historia discriminaciones y malinterpretaciones diversas— ha sido muchas veces soslayado, incluso, el escritor Heriberto Feraudy llamó la atención sobre cómo nuestra prensa no ha mencionado este pasaje entre los aportes de la película.

Como cita Feraudy, al final de su artículo, fue el Che el primer dirigente de la Revolución en referirse a este hecho, cuando en el discurso por el 90 aniversario del crimen contra los estudiantes afirmó:

Y no sólo se cobró en esos días la sangre de los estudiantes fusilados. Como noticia intrascendente, que aún durante nuestros días queda bastante relegada,  porque no tenía importancia para nadie, figura en las actas el hallazgo de cinco cadáveres de negros muertos a bayonetazos y tiros. Pero de que había suficiente fuerza en el pueblo, de que no se podía matar impunemente, dan testimonio el que también hubiera algunos heridos por parte de la canalla española de la época.

Frente a la injusticia siempre hay dos caminos, rebeldía o sumisión. El primero, aun cuando no siempre ha sido inmediatamente exitoso, es el que a la larga nos ha permitido sobrevivir como pueblo. El cine cubano lo ha reflejado en no pocas ocasiones y ahora que nuevamente lo hace y logra, con la emoción del arte verdadero, conmovernos, es bueno que se diga y se aplauda, junto a todos los méritos de un filme que ha logrado llevar a los cines a cubanos y cubanas para mirarse en su historia. Y que jamás vuelva a relegarse el papel de esos que escogieron la culpabilidad de enfrentarse  “a bayonetazos y tiros” para impedir la muerte de ocho inocentes.

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