Danza Contemporánea de Cuba, de Suite yoruba a Equilux

Norge Espinosa Mendoza
22/11/2017

Falta poco para que Danza Contemporánea de Cuba llegue a sus 60 años. Fundada en 1959 por el coreógrafo, bailarín, maestro y crítico Ramiro Guerra, perdura como una de las grandes compañías creadas a partir del triunfo revolucionario. Todo empezó, sin embargo, un poco antes, con la imagen de aquel joven solitario que persistía en bailar ante públicos reducidos, burlones o indiferentes, a los cuales ese empeño y esa tenacidad les parecía extraña. Ese joven era el propio Ramiro, que a costa de mucho sacrificio, se fue a Estados Unidos, Europa, América Latina, en busca de los referentes que le permitirían crear un espacio mayor para la danza moderna en nuestro país.
 

Equilux
A punto de cumplir 60 años, Danza Contemporánea de Cuba estrena Equilux. Fotos: Abel Carmenate
 

Su tenacidad dilataba el gesto fundacional de los Alonso, quienes imaginaron algo así para el ballet en Cuba, demostrando que tal cosa no era una utopía. Ramiro Guerra, finalmente, conseguiría nombrar ese núcleo entre nosotros. Treinta bailarines, diez blancos, diez negros, diez mulatos, dijo Ramiro, y eligió entre los que llegaron al Teatro Nacional de Cuba respondiendo a la convocatoria que impulsó la directora del inacabado coliseo, Isabel Monal. Era un momento de efervescencia en el que la danza no faltó. Bajo la guía de Ramiro, se unieron la mexicana Elena Noriega y la norteamericana Lorna Burdsall, y se fue cifrando un lenguaje, una técnica, una reapropiación inteligente de la técnica foránea en diálogo con nuestra idiosincrasia y nuestra tradición, que sigue alimentando eso que hoy es, para suerte nuestra, Danza Contemporánea de Cuba.

El repertorio que Ramiro estableció daba una idea de su voluntad siempre teatral: Suite yoruba, nuestro primer clásico en este ámbito, La rebambaramba, Medea y los negreros, Chacona, Improntu galante, Orfeo antillano: páginas de un álbum que deslumbró a cubanos y extranjeros. En 1971, año cismático, tras el fracasado estreno de su explosivo Decálogo del Apocalipsis, Ramiro Guerra deja de ser el líder del Conjunto de Danza Moderna, como se le llamó a la compañía hasta que más tarde es rebautizada como Danza Nacional de Cuba, en 1974. La ausencia de Ramiro en el salón de ensayos marcó una crisis, que vino a ser resuelta de manera paulatina con la llegada de otros coreógrafos, discípulos suyos o egresados de la Escuela Nacional de Arte, en la cual sigue impartiéndose una sólida formación a bailarines, de la cual esta compañía es la mejor embajadora en cualquier escenario.

Eduardo Rivero, Santiago Alfonso, Ernestina Quintana, Luz María Collazo, Isidro Rolando, Víctor Cuéllar, Rosario Cárdenas, Marianela Boán, Rubén Rodríguez, Isabel Blanco, Narciso Medina, Lídice Núñez, George Céspedes… son nombres en una secuencia muchísimo más amplia y ambiciosa. Ese núcleo de tantas resonancias, bajo la conducción de Miguel Iglesias, ha servido de punto de partida a varios de esos nombres para imaginar sus propias agrupaciones, realimentando en un flujo constante el panorama danzario de la Isla.

Los años 90 fueron para Danza Contemporánea de Cuba tan duros como para todo el país. Silencios, éxodos, apagones. La compañía sobrevivió gracias a la solidez de sus intérpretes, y a la apertura progresiva hacia el diálogo con creadores extranjeros. En ese sentido, hoy DCC vive una fase de mucho diálogo internacional, con presencia abundante en plazas foráneas. Obras como Compás, Folía, Nayara, Mambo 3XXI, La ecuación, Carmina Burana; coreógrafos como Mats Ek, Rafael Bonachela, Pedro Ruiz, han respondido a la provocación de estos intérpretes capaces de asumir cualquier reto creando obras para ellos, o trayendo a Cuba sus piezas para que ellos las bailen, contaminándolas con el aire del país, y con nuestra energía y nuestro ritmo.
 

La luz guía las búsquedas en Equilux.
 

En esa órbita se incluye Equilux, el más reciente estreno de DCC, que con la firma de la escocesa Fleur Darkin llegó al Teatro Mella en programa compartido con la ya estrenada Coil, del cubano Julio César Iglesias. Ambas se interconectan en una serie de preguntas esenciales acerca del ser humano y su capacidad o incapacidad para relacionarse con su entorno y con sus iguales. En la pieza de Darkin, la luz es el elemento guía, a través de las cuales los intérpretes descomponen esta serie de encuentros y desencuentros donde la relación física es el síntoma de varias neurosis y búsquedas angustiantes.

La coreógrafa exigió a los bailarines no acudir al rejuego de otras piezas en las que ellos pueden sentirse cómodos. A partir del círculo-matriz de cuerpos que da inicio a la obra, del cual emergen los rostros y las individualidades, ellos estarán todo el tiempo en escena, funcionando como una célula única y diversa a la vez, que se rompe y se integra sucesivamente. Un fuerte trabajo a nivel de suelo va dando continuidad a los cuerpos que finalmente erguidos experimentan con rituales que nos identifican como especie, hasta un final que me hace recordar a las multitudes que buscan ese desenfreno original en una noche de discoteca bajo ritmos vibrantes y luces que parpadean, en una extraña nostalgia por los orígenes.

Con música de Torben Sylvest, luces de Emma Jones y vestuario de Vladimir Cuenca, a lo largo de unos 25 minutos Equilux es otro reto que Danza Contemporánea de Cuba ha asumido con dignidad. Lo baila, en su mayoría, una nueva generación de jóvenes que llegan a la historia de DCC, cercana ya a las seis décadas de vida. Conscientes o no, son los herederos del legado que activó Ramiro Guerra, aún vivo por suerte entre nosotros, y ese peso debería servirles de impulso y no de muro.

La compañía tiene un repertorio que, dentro de ese concepto, podría revisitarse con mayor frecuencia, incluyendo momentos de lujo como Súlkary o Michelangelo. La reposición de Acosta Danza de El cruce sobre el Niágara, coreografía que Marianela Boán creó para DCC a fines de los 80, ha demostrado la validez de obras de ese calibre. Equilux y Coil son imágenes de este momento en el que, a las puertas de sus 60 años, se impone un repaso progresivo, un ajuste de cuentas con el tiempo y no con la falsa nostalgia, así como nuevos desafíos. Danza Contemporánea de Cuba está lista para todo eso. No otra cosa esperamos quienes, ante cada temporada, nos disponemos a aplaudirla.