Delirio con muñecos gozadores y lunáticos

Ámbar Carralero Díaz
22/12/2016

La obra de Eugenio Hernández Espinosa es parte imprescindible del patrimonio de la cultura cubana. Como cronista incansable de nuestra sociedad, sus avatares, tradiciones, su jerga popular y sus costumbres; y defensor de lo caribeño, de la cultura afrocubana, de la Yorubá, ha pintado con los personajes de su teatro un paisaje identificable, cargado de simbolismo y de verdad. Lo marginal ha ocupado el centro de su dramaturgia. Su obra María Antonia, considerada entre las más importantes piezas teatrales cubanas de la segunda mitad del siglo XX, demuestra el alcance de su poética.

Durante la tercera edición de la Bacanal de Títeres para Adultos, el grupo Océano realizó un homenaje al dramaturgo en su 80 cumpleaños, llevando a escena uno de sus tres textos de teatro de títeres para adultos: Delirium Tremens.

Eugenio Hernández Espinosa
Foto: Cortesía Alina Morante

Como su nombre lo indica, delirium tremens o “delirio tembloroso” se le llama al síndrome de abstinencia del alcohol, refiriéndose a su fase más aguda. Este síndrome, caracterizado entre otros padecimientos por taquicardia, convulsiones, alucinaciones e hipertermia, puede causar la muerte, a diferencia del resto de los síndromes de abstinencia.

Es el pretexto para parodiar las represiones de toda índole. La obra en cuestión nos muestra un Manicomio de Atolondrados Peligrosos, donde los títeres enloquecidos están detrás de una red que separa el escenario de los espectadores, y van saliendo de cajas con números (como en las prisiones). Estos personajes han sido confinados ahí por distintos delirios, desórdenes mentales, desequilibrios nerviosos y comportamientos extraños que no se corresponden con el canon que la sociedad impone. Fueron aislados por una asociación anónima que vigila y controla los comportamientos. 

El conocido emblema que ostentaban (y ostentan aún) muchas casas cubanas en su entrada,  “una lengua con un alfiler y un ojo”, cuelga desde el centro del escenario, como si estos muñecos nos gritaran al unísono: “¡vive y deja vivir!”. 

Esta farsa del absurdo con títeres —decisión que le aporta desenfado y aún más absurdo— se convierte en un delicioso texto, que nos recuerda el absurdo de Virgilio Piñera y de toda una generación que encontró en este género la manera de expresar sus angustias, y de reflejar un espíritu que acompaña la idiosincrasia del cubano, a veces como alternativa escapista, otras como divertimento.

El uso del lenguaje y el juego con la retórica alcanzan cuotas filosóficas, que más allá del ambiente lúdico generan una profundidad en las reflexiones.

El uso del lenguaje y el juego con la retórica alcanzan cuotas filosóficas, que más allá del ambiente lúdico generan una profundidad en las reflexiones. En medio del juicio con el Psiquiatra, el resto de los “lunáticos” establecen determinadas categorías al preguntarse qué es lo normal: entre ellas se encuentran “los normales absolutos”, “los normales relativos” y “los normales dudosos”. Un personaje cierra la escena preguntando: “¿Qué es lo normal absoluto en medio de la relatividad de las cosas?”. Estos comentarios se alternan con la simpatía y astucia de los dicharachos populares que caracterizan nuestra jerga: “¡…es que en la tierra de la papaya, no se puede sembrar yuca!”, “¡…de aquí pa´lante no hay más pueblo!”. Mezclando así lo filosófico y lo folclórico, lo culto y lo popular, se teje con distintas madejas una sola pieza, de ahí que resulte una mixtura tan enriquecida.

La obra propone una revisión de los cuentos clásicos de la literatura universal, poniendo en evidencia el absurdo que puede alcanzar la censura y desacralizando paradigmas. Los lunáticos acusan a la Caperucita Roja de “estupidez cromática”, y acuerdan luchar “contra el crecimiento de la nariz de Pinocho”.

“¡Eugenio aún sueña con María Antonia!”.

A mi juicio, una de las escenas más hermosas es en la que aparece un títere similar al propio dramaturgo, y los actores dicen: “¡Eugenio aún sueña con María Antonia!”. Una atmósfera de ensueño muestra al títere en pijama, rodeado de libros y sobrevolando a los actores que lo sostienen.

El espectáculo nos invita mediante la risa, el desenfreno, los ritmos afrocubanos y caribeños de los músicos en escena, a una especie de exorcismo, a eso que en la Comedia Antigua se denomina “ambiente de parresía”. Nos incita a la libertad de expresión en todos los ámbitos: sexual, profesional y cultural; a la aceptación de la complejidad de la naturaleza humana más allá de apariencias y reglas: “¡El mal seguirá creciendo dentro de nosotros!”.

Los lunáticos están conscientes de que “…la locura se va intensificando y de qué callada manera”, por eso no paran de celebrar. Delirium Tremens no es un texto menor, es una excelente pieza que muestra la habilidad de Eugenio Hernández para manejar los códigos del teatro de títeres. El homenaje del grupo Océano tampoco es un tributo más. Ya sabemos que los textos teatrales solo muestran su verdadera magnitud cuando llegan a escena. Este espectáculo reunió a actores de varias generaciones, que lograron, junto a los músicos, divertir al público y traspasar las redes del escenario con su disfrute.

Hace tiempo, el autor expresó en una entrevista: “Solo la ingenuidad —como la poesía— nos permite redescubrir las verdades de la vida; nos hace observar perspicazmente la realidad” [1]. Tal vez sea la nobleza de su espíritu lo que trasmite ese aire de ingenuidad que emana de sus textos más inteligentes y agudos.

“El mar, el malecón, el cielo y yo…” es el leitmotiv de uno de los personajes. A esos motivos que nos recuerdan nuestro país y la huella que implica ser cubano, debemos sumar a Eugenio, su obra así lo merece. ¡Gracias por la frescura que trasmite tu teatro, “el mar, el malecón, el cielo y…” tú!

Nota:
1. Entrevista a Eugenio Hernández Espinosa con la que Alberto Curbelo cierra su libro testimonio La pupila negra: Teatro y terruño en Eugenio Hernández Espinosa, Mención del Premio UNEAC 2009 (inédito), publicada recientemente por la revista Esquife.