I

En el siglo XVIII cubano se crearon las condiciones para un crecimiento notable de la civilización occidental, en especial en La Habana, junto al arribo de la Primera Modernidad con la Ilustración. Apuntaban a ello la introducción de la imprenta, la fundación de la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana y la presencia ya histórica del Seminario San Carlos y San Ambrosio. También contribuyeron los aportes de los primeros historiadores y el surgimiento de personalidades que enriquecieron la prensa con discursos culturales integrales, el desarrollo tecnológico de la industria azucarera, la prosapia de la oratoria —académica, eclesiástica o fúnebre—, la puesta en escena de no pocas obras y sus correspondientes valoraciones críticas, el auge de la sociabilidad en ciudades donde resaltaba el esplendor de la mansión criolla, el surgimiento de paseos y avenidas y la proliferación de las costumbres españolas y su adaptación criolla, incluidos juegos de barajas, corridas de toros, peleas de gallos, tabernas, etc.

Quizás el primer gran acontecimiento haya sido la aparición de la imprenta hacia 1720, nada extraordinario si tenemos en cuenta que México la tuvo en 1539 y ya antes de la Isla la empleaban Perú, Guatemala, Paraguay y Brasil. Una de las primeras obras impresas conservadas es la Tarifa general de precios de medicinas, de 1723, publicada en el taller de Carlos Habré, un emigrante belga de origen flamenco llegado sin fortuna a La Habana. Parece que la imprenta de Habré era defectuosa y sus ediciones no tenían la mejor calidad, aunque exhibía ornamentos tipográficos y diversos tipos de acentos —no tenía la ñ, un grave problema para los españoles—. A fines del xviii la imprenta en Cuba era ya un negocio y, en la imprescindible fuente que es El libro en Cuba, de Ambrosio Fornet, puede leerse:

Ocho impresores se establecen a lo largo del siglo xviii. Los siete primeros en La Habana: Carlos Habré hacia 1720; Francisco José de Paula, en 1735; Blas de los Olivos en 1754 y, poco después, en el mismo taller, su yerno Francisco Seguí; Matías José de Mora en 1775; Esteban José Boloña en 1776 y Pedro Nolasco Palmer hacia 1791. Matías Alqueza se establece en Santiago de Cuba en 1792, aunque su primer impreso conocido es del año siguiente. De ellos, solo Habré y Paula pertenecen a ese oscuro período que hemos convenido en llamar la “prehistoria”; para ambos la imprenta, más que un oficio, fue una extraña aventura.[1]

Los textos que más se imprimían en aquellos inicios eran religiosos, como las novenas, ejercicios de devoción practicados durante nueve días seguidos para obtener alguna gracia; un ejemplo curioso es la Novena a la esclarecida Virgen y Mártir Sta. Apolonia, abogada de los males de muelas. Compuesta por un Sacerdote Devoto de la Santa. Reimpresa en la Havana en la Imprenta de Joseph de Mora. Año 1775. Otro de los servicios a la Iglesia eran las cartas pastorales, misivas abiertas firmadas por un obispo o conferencia episcopal —dirigidas al clero, a laicos o fieles de sus diócesis—, con consejos generales, instrucciones o consolaciones y orientaciones para comportarse en circunstancias particulares. De ahí que el principal usuario de las pocas imprentas del siglo fuera la Iglesia; pues las escuelas, con el encargo de algunos tipos de láminas, no superaban la demanda religiosa, que incluían estampillas, oraciones y misales.

Cubierta de El libro en Cuba Siglos XVIII y XIX de Ambrosio Fornet. Fotos: Internet

A los clientes más estables de los talleres tipográficos se fueron sumando los periódicos. La primera publicación cubana de este tipo de la que existe evidencia física es la Gazeta de la Havana, que data de 1782[2], salía los viernes, con noticias y anuncios como principal contenido y en ella fungía como director y redactor el periodista Diego de la Barrera. El ejemplar de la Gazeta con que cuenta la Biblioteca Nacional es del tercer número, del 22 de noviembre de 1782 —también existe un suplemento del día 15 de ese mes—.

Con el inicio más estable y consciente del llamado Despotismo ilustrado en el gobierno de Luis de las Casas (1790-1796), surgió Papel Periódico de la Havana, que perduró desde ese año hasta 1805Considerado el primer periódico cubano con estabilidad en las tiradas y apoyo sostenido del gobierno y también punto de partida de la madurez de la prensa en Cuba; sus contenidos abarcaban temas económicos, comerciales, tecnológicos, sociales, educativos, culturales y científicos. Entre el 24 de octubre y el 31 de diciembre de 1790 circularon diez números dominicales; entre 1791 y 1805 tuvo dos frecuencias: jueves y domingos. A partir de 1805 cambió de nombre y ya fue otro periódico: El Aviso (1805-1808), Aviso de la Habana (1809-1810), Diario de la Habana (1810-1812), Diario del Gobierno de la Habana (1812-1820), Diario Constitucional de la Habana (1820), Diario del Gobierno Constitucional de la Habana (1820-1823), nuevamente Diario del Gobierno de la Habana (1823-1825), por segunda ocasión Diario de la Habana (1825-1848) y, por último, como volviendo a los inicios de todo, Gaceta de la Habana. De alguna manera esos cambios reflejan las convulsas relaciones de la metrópoli con la sociedad cubana y de esta con la Corona.

El Papel Periódico sirvió para expresar las aspiraciones de los criollos ricos en colaboración con los gobernantes de la Ilustración, en una época de reformismo; y salía de la Imprenta de Francisco Seguí, que pertenecía a la de la Capitanía General. Luis de las Casas y Diego de la Barrera fueron sus primeros redactores, en unión con Tomás Romay. Las Casas redactó, casi en su totalidad, el primer número y lo dirigió De la Barrera. Al constituirse la Sociedad Patriótica en 1793, Las Casas confió en la mencionada institución para que administrara y dirigiera el periódico y, para trazar las líneas fundamentales que este debía seguir, nombró una diputación integrada por Agustín de Ibarra, Joaquín de Santa Cruz, Antonio Robredo y Tomás Romay. Los redactores; además de Las Casas, Diego de la Barrera, Tomás Romay y José Agustín Caballero; fueron: Francisco de Arango y Parreño, José de Arango, Nicolás Calvo, J. B. Galainena, M. García, José Antonio González, Fray Juan González, Rafael González, Agustín Ibarra, José Anselmo de la Luz, Domingo Mendoza, Alonso Benigno Muñoz, Juan Manuel O’Farrill, José María Peñalver, Antonio Robredo, J. Santa María, Antonio del Valle Hernández, el presbítero Félix Veranes y Manuel de Zequeira.

El 6 diciembre de 1796 Luis de las Casas cesó sus funciones de gobernador en Cuba y fue reemplazado por el catalán Juan Procopio Bassecourt, conde de Santa Clara, quien permaneció en el cargo hasta 1799 —relevado por el tristemente célebre marqués de Someruelos—. Con la llegada del conde de Santa Clara en 1797 la redacción del Papel Periódico fue modificada y, a partir de entonces, estuvo a cargo de una comisión integrada por doce miembros y presidida por el presbítero José A. Caballero, con Antonio Robredo como administrador. Cada miembro tenía a su cargo la redacción en un mes determinado; de esta manera, en 1797 los redactores fueron: en enero, Alonso Benigno Muñoz; en febrero, Tomás Romay; en marzo, Juan González; en abril, Antonio Robredo; en mayo, José A. Caballero; en junio, Domingo Mendoza; en julio, José Antonio González; en agosto, Agustín de Ibarra; en septiembre, Nicolás Calvo; en octubre, Juan Manuel O’Farrill; en noviembre, Francisco de Arango y Parreño y, en diciembre, Juan de Arango. El periódico continuaba imprimiéndose en la tipografía de Francisco Seguí, en cuatro pliegos de 22 x 15,5 cm. En el primer número de esta nueva época, debajo del título apareció el epígrafe: “Prefiere el amor de nuestra Patria a nuestro reposo: Havana tú eres nuestro ático: esto te escribimos no por sobra de ocio, mas por exceso de patriotismo”. La última frase en latín rezaba: “Haec scripsi non otii abundantia, sed amoris erga te” que, según Jorge Mañach, se trata de una declaración de Tulio, traducida como: “Esto te escribimos, no por sobra de ocio, sino por amor a ti”. En el colofón se consignaba: “Con licencia del Superior Gobierno”.

“Enrique Gay Galbó afirmó que Tomás Romay fue `Nazario Mirto´, `Ramiro Nácito´, y hasta `Rosita Nomira´, con el propósito de escribir letrillas, sátiras, fábulas satíricas y composiciones poéticas de circunstancia”.

El Papel Periódico logró sintetizar informaciones sobre la nueva época y expresar intereses de la corona española en una colonia cuya sociedad iniciaba convulsos cambios. Cuba se convirtió en la “azucarera del mundo” después de la Revolución de Haití y la sacarocracia insular pujaba por establecer su ideario burgués sustentado de manera contradictoria en intereses esclavistas y en la oleada de liberalismo resultante del racionalismo. Fue una etapa de auge del primer reformismo arrebatado a la metrópoli por los criollos ricos: reformismo con trata de esclavos junto a la formación de una conciencia nacional en que la humillante esclavitud contradecía las aspiraciones de libertad. Las revoluciones de Francia y Haití, la declaración de independencia de Estados Unidos y la revolución industrial inglesa completaban un complejo sistema de referencias políticas, ideológicas, sociales, económicas, tecnológicas y comerciales, en que se mezclaban tradiciones conservadoras y posiciones liberales, vinculadas a temas tratados en el periódico. Como se afirma en la Historia de la literatura cubana: “Aunque el Papel Periódico de la Havana no fue la primera publicación periódica en Cuba, sí constituyó la muestra inaugural de un periodismo socialmente significativo y, sobre todo, fue el primer periódico que reflejó el contradictorio pero dinámico proceso de la formación de una conciencia nacional”. [3]

II

Tanto en Cuba como en América Latina, el surgimiento de las publicaciones periódicas —diarios, semanarios y revistas, en un principio confundidos en su clasificación— y de los géneros relacionados —también mezclados— partió del coetáneo estilo neoclásico, propio de la Ilustración, al que sucedió el Romanticismo, asumido por los criollos, presente en las expresiones artísticas y literarias de las guerras de independencia hispanoamericanas contra la metrópoli. Por lo general, la obra de valiosas figuras latinoamericanas de los siglos XVIII y XIX incluida en periódicos, revistas y boletines ha tenido poca visibilidad, pues su búsqueda implica un fatigoso trabajo de revisión de publicaciones seriadas, que suelen ser las “parientes pobres” de las bibliotecas. Por fortuna, el Papel Periódico ha sido muy consultado por estudiosos cubanos de la literatura y del periodismo como Jorge Mañach, Emilio Roig de Leuchsenring, José María Chacón y Calvo, José Antonio Portuondo, Cintio Vitier, Fina García Marruz y Roberto Friol, por mencionar solo algunos, que han profundizado en críticas y polémicas, artículos, cartas, noticias, relatos, fábulas, leyendas, sueños, anécdotas, sonetos, décimas, églogas, octavas, letrillas…, obras de teatro, crítica teatral y otros discursos literarios y periodísticos de tema social, económico y comercial recogidos en la publicación. José Antonio Saco, Néstor Ponce de León, Antonio Bachiller y Morales, Enrique Gay Calbó, Roberto Agramonte, Carlos Trelles, José Juan Arrom, Joaquín Llaverías, Francisco Pérez de la Riva, Julio Le Riverend, entre otros estudiosos, dieron a conocer ensayos, artículos, notas, referencias o bibliografías sobre este periódico. Menos estudiado desde puntos de vista sociológicos, psicológicos, económicos, historiográficos, iconográficos, publicitarios, etc.

Una presentación que funciona como editorial en su primer número exalta el deseo de servir y ser útil bajo un interés patriótico, sin excluir las diversiones, y marca el deseo de polemizar a partir de las ideas que se movían en aquellos momentos, como ha correspondido a casi todas las publicaciones de su tipo. Los trabajos, por regla general, o no se firmaban o se hacía con seudónimos. Como ha afirmado Fina García Marruz: “el Papel Periódico nos enseña que las formidables aptitudes polémicas de un Saco, de un Varela, de un José de la Luz, corresponden a una propensión de carácter nacional, visible ya en muchos de estos artículos anónimos”.[4]

“El personaje que Zequeira creó como blanco de sus dardos contra el petimetre fue Siparizo. Aquí la sátira a los `aromatizados petimetres´ se presenta como censura a las maneras españolas de crianza tradicional, mucho más laxas que las criollas., etc.”.

El autor al que más trabajos se le han atribuido en Papel… ha sido el presbítero José Agustín Caballero. Roberto Agramonte asegura que el padre Caballero escribió bajo seudónimos como “El Amigo de los Esclavos”, “El Amigo de los Encarcelados”, “El Amante del Periódico” y “El Enemigo de los Ociosos”; José María Chacón y Calvo cree que también fue “M. Laposomat”; otros han afirmado que fue además “E.D.J.A.C.R.”, “Un Amigo”, “D.V.J.P.D.”, “El Redactor Interino”, “Un Crítico”, “Fulano de Tal”, “El Filósofo”, “Un Habanero”, etc. Es probable que los seudónimos protegieran al sacerdote, dado el filo de sus críticas al sistema esclavista y a las costumbres sociales nocivas —o que suponía perjudiciales—, de las consecuencias de ciertas ideas audaces que dejaba caer en los artículos. Enrique Gay Galbó afirmó que Tomás Romay fue “Nazario Mirto”, “Ramiro Nácito”, y hasta “Rosita Nomira”, con el propósito de escribir letrillas, sátiras, fábulas satíricas y composiciones poéticas de circunstancia. Los seudónimos del poeta neoclásico Manuel de Zequeira y Arango, muy polémico y de moda, eran de relativamente fácil identificación por su irónico estilo: “Izmael Raquenue”, “Ezequiel Armuna”, “Anselmo Erquea Gravina”, “Raquel Yun Zenea”, “El Observador de La Habana”, “El Marqués Nueya”, “Z. M. Z.”, “El Bruxo de la Havana”, “El Licenciado Frisemosorum”, “La Horma de su Zapato”, “Armenan Quelzel”, etc. Buenaventura Pascual Ferrer usó seudónimos como “Ventura Pascual Ferrer”, “El Regañón”, “Bachiller Blicteri”, “Don Bernardo Philotetes” y “El Censor Mensual”. El poeta Miguel González era “Luengo Gimezlaz”; mientras algunos se valían de las iniciales de su nombre, como Juan Arango y Pacheco —“J.A.P.”— y Juan Anselmo de la Luz —“J.A.L”—.

En las páginas de la publicación aparecían artículos que lo mismo abogaban por aliviar el sufrimiento de los esclavos, que por su venta. Julio Le Riverend ha insistido en que se trata de un periódico esclavista en un momento en que la sociedad y la economía tenían como soporte esta mano de obra. Hay artículos en sus primeras entregas que criticaban el ergotismo —un abuso de argumentación basado en dos propuestas para que el lector dedujese la tercera con una facilidad inducida—; también abundaban trabajos sobre la educación de niños y jóvenes, así como la necesidad de usar métodos experimentales en la enseñanza de la Física y la Química y la urgencia de estudios sobre la agricultura. En general, el sentido crítico del Papel… se manifestó más en la sátira de las costumbres, lo que fue retomado y ampliado por otras publicaciones periódicas que potenciaron los artículos costumbristas, tan caros al período romántico cubano. La solicitud de una reforma en la educación resulta un tema recurrente, al igual que la preocupación por el mejor trato a los esclavos y a los presos. No son pocos los artículos que criticaron el lujo y el ocio, una manera de combatir los hábitos de “manos muertas” de la nobleza española.

Uno de los artículos más comentados entre los estudiosos del periódico es el dedicado “A los cosecheros de Azúcar, sobre los calabozos de sus Ingenios” —los “cosecheros” eran los hacendados y terratenientes, y los “calabozos” aluden a los horrendos castigos ejercidos contra los esclavos—, escrito por José Agustín Caballero bajo el seudónimo de “El Amigo de los Esclavos”. Con sumo cuidado para no ofender a ninguna autoridad, el padre Caballero llamaba la atención sobre las “infelices víctimas” y se atrevía a condenar la esclavitud: “la mayor maldad civil que han cometido los hombres quando la introduxeron”. Fina García Marruz se pregunta:

¿Cómo pudo publicarse, ni aún en forma anónima un ataque semejante a lo que constituía la base de toda la economía colonial? […] Pero la explicación real está acaso en que la audacia del Pbro. Caballero corría solo pareja con su astucia para decir lo contrario de lo que aparentaba afirmar. Los elogios, a los ‘nobilísimos cosecheros’ no pueden despistarnos acerca de sus verdaderos motivos ni acerca del significado de su declaración final de que aliviar la suerte de los desgraciados esclavos ‘es lo único que me mueve a escribir’. […] No se sabe qué admirar más, si la piedad por el crimen o la esencial delicadeza en los modos de corregirlo sin que ni siquiera sus principales culpables resulten por él ofendidos. Persuasivo sería también Martí, quien escribió: ‘¿Quién con injurias convence?’”.[5]

José Agustín Caballero “Conciliaba sus convicciones religiosas con la razón y la experiencia cuando situaba su punto de vista en lo ecléctico o “electivo”, una filosofía que está en la base de la cubanidad”.

Caballero parecía elogiar lo que de manera enmascarada atacaba, pues de lo contrario seguramente habría tenido problemas. A veces era más notable su condena a la corrupción que la crítica al escolasticismo, de la cual era un abanderado, y combatía más al espíritu dogmático que a la falta de ciencia en los análisis, a pesar de haber sido esta última carencia uno de sus caballos de batalla. Conciliaba sus convicciones religiosas con la razón y la experiencia cuando situaba su punto de vista en lo ecléctico o “electivo”, una filosofía que está en la base de la cubanidad. De Caballero son también artículos contra el vicio del juego, lo imperioso de ocuparse de la educación de los hijos y de inspirar amor a la sabiduría. De igual forma se refirió a la necesidad de un hospicio para La Habana, al maltrato a los presos, a las costumbres habaneras, a las tareas literarias… No pocas noticias sin firmar dan cuenta de las inscripciones imperfectas de las calles de la ciudad y su falta de alumbrado, de los métodos violentos aplicados en las escuelas para “educar” a los niños, de algunas conductas relacionadas con las mujeres —todos los directivos, redactores, colaboradores y empleados del periódico eran hombres—, de los pésames y los duelos, etc.

Una curiosidad son las cartas de Caballero al periódico, en que comenta la incoherencia de los trajes, muestra de nobleza mal entendida y falta de educación. Asimismo, sale a relucir la moral de la época en su “Carta crítica a la vieja niña”, que fustiga a quienes acuden a pomadas y ungüentos, “agua para las arrugas”, “agua para teñir las canas”, “peluquillas”, “moñas”, dientes postizos…; y en “Carta crítica del hombre mujer”, contra petimetres y afeminados; ambas misivas fueron firmadas por “El Amante del Periódico”. Huelga recordar que se trata de un sacerdote del siglo xviii; la burla al petimetre abunda en el periódico y no es solo de Caballero, ni tampoco se debe confundir al petimetre con un homosexual porque se le diga afeminado; se trata del típico señorito que se preocupa de manera obsesiva por seguir las modas europeas, a veces con un refinamiento poco entendido en la Isla. Pero la voz principal en la sátira a la sociedad criolla la llevó el poeta Manuel de Zequeira.

El personaje que Zequeira creó como blanco de sus dardos contra el petimetre fue Siparizo. Aquí la sátira a los “aromatizados petimetres” se presenta como censura a las maneras españolas de crianza tradicional, mucho más laxas que las criollas. Zequeira no solo hizo fuertes críticas a los mencionados, sino que los ridiculizó en poemas. En las quintillas del “Retrato de Siparizo” se presenta su genio zumbón; y en el soneto quevediano “Descripción del petimetre” sintetizó esta burla en que aludió al poeta Miguel González:

Un sombrero con visos de nublado,
Ungirse con aroma el cutis bello,
Recortarse á la Titus el cabello
Y el cogote á manera de Donado;

Un monte por patilla bien poblado
Donde puede ocultarse un gran camello,
En mil varas de olán envuelto el cuello,
Y en la oreja un pendiente atumbagado;

Un coturno por bota, inmenso sable,
Amarrarse el calzón desde el sobaco,
Costumbres Sibaritas, rostro afable

Con Venus, tedio á Marte y gloria a Baco:
Todo esto y mucho más no es comparable
Con la imagen novel de un currutaco. [6]

Posiblemente al exmilitar poeta lo que más le molestara de los petimetres se resumía en el verso “Con Venus, tedio á Marte y gloria a Baco”. Églogas y elogios, críticas al avaro y a la guerra, sátiras diversas caracterizaron su participación como poeta en Papel Periódico y, también, algún comentario crítico como el dedicado a los funerales, para apoyar la prohibición de enterramientos en las iglesias. La más mencionada de estas críticas de Zequeira ha sido “El Relox de la Havana”, un testimonio que describe hora por hora, con gran poder de observación, el ambiente social de La Habana y que merecería un análisis sociológico para explicarse algunos hábitos actuales o compararlos con los de otras ciudades de América Latina.

Cubierta de La literatura en el Papel Periódico de la Havana, 1790-1805.

El Papel Periódico recopila breves cuentos o relatos, epístolas fisgonas, noticias “científicas” y “sueltas”; curiosísimas historias como las relacionadas con el origen del café, anécdotas, fábulas con moraleja que recuerdan a Iriarte y a Esopo, tradiciones alegóricas, sueños de estirpe quevediana, leyendas y fantasías oníricas vinculadas a la melancolía romántica; raras historias de sonámbulos, de mujeres que envejecen de pronto y de buenas a primeras rejuvenecen, de hombres convertidos en enanos, de charlatanes ingeniosos, de extrañas enfermedades, etc. En este compendio desigual de narraciones, algunas olvidables y otras muy bien logradas, podría destacarse “El Diluvio Universal”, que dio origen a un proceso eclesiástico-legal en que se cuestionaba el derecho del escritor a transformar un capítulo de las Sagradas Escrituras en tema de ficción literaria. En las páginas de este periódico podemos encontrar el origen de la narrativa cubana.

También la publicación incluyó —se admitían “contestaciones” o respuestas— versos que denotan un sentido satírico y costumbrista o un propósito moralizante o didáctico; temas horacianos del beatus ille o un utilitarismo prosaico. Anacreónticas galantes, versos amorosos, finos heptasílabos, composiciones humorísticas, sonetos recordables, décimas contra el lujo, odas a la soledad o a Safo, fábulas sobre animales cubanos, églogas soporíferas, retratos o reflexiones filosóficas rimadas. Lo anterior reflejó una “manía de versar” sobre todo, criticada desde las propias páginas de la publicación, que se prolongó en el Romanticismo. Además, recogió comedias de amor y celos, sainetes costumbristas, obras históricas y crítica teatral. La que más ha trascendido es la dirigida a El príncipe jardinero y fingido Cloridano, de Santiago Pita, éxito habanero que El Viajero criticó por la excesiva liberalidad del lenguaje y la conducta de la protagonista, así como por la cantidad de personajes, precisamente dos, de las características preferidas por el público. El Papel… recogió una serie de obras presentadas en La Habana, la mayoría perdidas, que demuestran el movimiento teatral de la capital cubana, proceso que según los estudiosos fue decreciendo en el último lustro del siglo xviii para recuperarse en el primer cuarto de la siguiente centuria.

Eliseo Diego le rindió homenaje al nacimiento de la imprenta con Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña, de 1968, en que texto e imagen se entrelazan con versos de época y figuras y viñetas usadas por la célebre imprenta. Nicolás Guillén llamó la atención sobre la presencia en la cultura cubana de las publicaciones periódicas con El diario que a diario, de 1972, una obra imaginativa y original que presenta la Historia de de Cuba vista mediante elementos discursivos propios de la prensa y la publicidad: anuncios, sueltos, informaciones, notas, “noticias”, supuestas presentaciones de libros, artículos periodísticos ficcionados, con gran ingenio y sátira. Otros textos han abordado el nacimiento y desarrollo de la prensa desde diferentes ángulos y disciplinas. Quizás nos esté haciendo falta una revisión más a fondo de la historia de la prensa cubana y lo que ha representado para la cultura nacional. En 1965 la Comisión Nacional Cubana de la Unesco, en coordinación con la Editorial Nacional de Cuba y la Editora del Consejo Nacional de Cultura, publicó El Regañón y el Nuevo Regañón, una generosa selección de lo aparecido en esos diarios, que le da continuidad a los estudios realizados por Cintio Vitier, Fina García Marruz y Roberto Friol en torno al Papel Periódico de La Habana —El Regañón… se publicó con un proteico prólogo de José Lezama Lima sobre Buenaventura Pascual Ferrer y su periódico, luego incluido en el fabuloso libro de ensayos La cantidad hechizada (1970)—. Tal vez el estudio de estos y otros medios de la rica prensa cubana contribuya a mejorar la actual y una, a su perfeccionada calidad de impresión, el acercamiento de su agenda editorial a las preocupaciones e intereses de sus potenciales lectores.


Notas:
[1] Fornet, Ambrosio: El libro en Cuba. Siglos xviii y xix, p. 13, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994.
[2] Hay referencias de la circulación en 1764 de un periódico de igual nombre.
[3]Historia de la literatura cubana, t. I, p. 61, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2002.
[4] Vitier, C., Fina García Marruz y Roberto Friol: La literatura en el Papel Periódico de la Havana, 1790-1805, p. 32, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1990.
[5] La literatura en el Papel Periódico de la Havana, 1790-1805, pp. 21 y 22, op. cit.
[6] Ibídem p. 257.
4