El reguetón, la sociedad y lo ideológico

Ernesto Estévez Rams
12/3/2019

El reguetón es el resultado de un largo proceso que, habiéndose hecho notoriamente explícito en ese género musical, despertó las alarmas sociales. La grosería no es monopolio de ese género. Por años hemos tenido la desafortunada práctica de hacernos de la vista gorda frente a la ofensiva misógina, consumista y discriminatoria, si esta viene envuelta en una adecuada factura musical, o en un ropaje que apele a la imagen de lo cubano. Hay textos desacertados, por degradatorios, en unos cuantos de los productos musicales, de unos cuantos músicos y agrupaciones musicales del país, que levantan loas en vez de críticas o, en otros casos, un silencio piadoso por ser obras de “maestros musicales” del patio. No ser consecuente tiene un precio intangible que siempre se cobra.

El reguetón tiene éxito porque descansa en un destilado de tradiciones y herencias
culturales de las que se extrae lo más simplón. Foto: Tomada de La Joven Cuba

Por otro lado, el éxito del reguetón y otras músicas de lo humillante también tiene que ver con el cambio de perspectiva de la sociedad. Es consecuencia de la pérdida de un referente colectivo de avance y su sustitución por el éxito individual como súmmum de la realización personal, que entonces ve en la imagen que esas obras proyectan, la expresión “artística” de ese anhelo egoísta.

Los reguetoneros y otros músicos con igual proyección de egoísmo encapsulado, se convierten en imagen de éxito para determinado sector social cuando las imágenes de éxito basadas en valores colectivos de redención ya no funcionan. Una sociedad donde el reconocimiento social de éxito era el médico, el ingeniero, el científico, incluso el soldado, el campesino o el obrero, o cualquier otra profesión con una proyección colectiva, ha ido dando paso, en un sector no despreciable, al reconocimiento individual sobre la base de cuánta capacidad de consumir ha logrado el sujeto. El éxito se mide en términos de autos, mujeres u hombres, cadenas y joyas, pero también, en términos de capacidad de viajar e insertarse en los circuitos internacionales de éxito.

Hay una imagen del éxito con perspectiva latina aparentemente autóctona, cultivado y cuidadosamente diseñado por una ingeniería social consciente, que se proyecta en los medios de consumo del hemisferio y que ha entrado sin mucha resistencia en el país. En esa visión colonial, el latino es ese ser inferior cuyos motores de acción se basan en los instintos más primitivos del género humano y responden a una fórmula simplista que combina música rítmica + consumo banal inmediato + machismo + religiosidad ramplona.

El reguetón y otras siembras de vulgaridad tienen éxito porque también descansan en un destilado de tradiciones y herencias culturales reales, de las que se extrae lo más simplón para volverlo fórmula de colonización cultural. Esa fórmula tiene asidero psicológico en ese propio origen y por tanto se presenta como algo propio a nuestra naturaleza. En ninguno de los elementos de esa fórmula se busca profundidad alguna, rescate crítico de determinada tradición, cuya esencia puede ser sujeto de evolución hacia horizontes más plenos en términos culturales.

Para esa idea colonizadora, el “latino” es incapaz de profundidades filosóficas, horizontes culturales amplios y anhelos mediatos más profundos. Su intención es la negación de la herencia cultural de un continente que muestra una de las diversidades culturales más amplias y profundas de la humanidad, a la vez que tal diversidad se logra insertando a un tronco común, una multitud de herencias. Esto es quizás único en el planeta, pero por ello mismo, es subversivo y ha de ser ahogado a toda costa. Luego, aprovechan el tronco común para lograr un banal producto pseudocultural único, aunque con matices, para todo un continente.

Estos productos pseudoculturales colonizadores, del que el reguetón es uno de ellos —así como lo es la explosión de la telenovela soporizante, la literatura de la banalidad, la vulgarización y banalización de lo televisivo—, son también la contraofensiva cultural del capitalismo consumista a los procesos culturales descolonizadores que se dieron en décadas pasadas. Procesos emancipadores que resultaron en el boom literario con autores como García Márquez, Cortázar, Sábato, Carpentier, entre muchos, y que también promovieron el rescate de la herencia autóctona en lo musical y popularizaron a Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanki, Fito Páez, León Gieco, Silvio, Pablo y un largo etcétera. En el plano de lo artístico, la contraofensiva neoliberal es resultado de las fiebres que produjeron la debacle del socialismo soviético.

Pero, volviendo a lo musical, esa ingeniería social colonizante no tiene que ser trasladada conscientemente a cada producto como si fuera resultado de un laboratorio. No es que a cada músico de lo degradatorio se le dé un curso sobre qué hacer en sus obras, no hace falta. Basta con sembrar la idea, darle impulso y dejar que el sustrato social objetivo le dé vida desde sus propias carencias culturales y visiones sociales. Por eso es que estos fenómenos son, en última instancia, consecuencia de determinada realidad económica, cultural, y por tanto social, fallida. Lo que pasa es que, siendo consecuencia, no lo exime de la culpa primaria de no buscar la superación colectiva de esa realidad de aborto, sino tan solo proyecta como aparente solución el escapismo individual.

De esta última idea, si se es consecuente, se desprende que el éxito del reguetón y otras músicas cercenadoras, es también consecuencia de nuestras propias carencias y realidades sociales y económicas. Es reflejo de nosotros mismos y por tanto, con independencia de su componente de invasión cultural, de nuestras cortedades y limitaciones.

Durante años hemos tenido la desafortunada práctica de hacernos de la vista gorda frente a la ofensiva misógina, consumista y discriminatoria. Foto: Internet

Con la debacle del socialismo soviético, hubo también una debacle en términos ideológicos. Si bien antes se había logrado que el anhelo colectivo se proyectara hacia una utopía que se veía como destino obligado del desarrollo social, la derrota del socialismo soviético destrozó ese determinismo y puso en crisis a nivel social el anhelo colectivo. Derrumbó la certeza en el futuro de victoria colectiva como un camino positivista que, aun con retrocesos, era ineludible. Preguntas existenciales que se creían contestadas, fueron traídas de vuelta sin certeza alguna. Frente a la incertidumbre, los instintos primarios de la gens vuelven a florecer. La batalla de la vida se vuelve a plantear para muchos en términos exclusivos de “yo y mi familia”, y para que esa reconstrucción tenga éxito, necesita apolitizarse y negar cualquier construcción colectiva más abarcadora. Necesita cerrar el espectro de lo posible solo a esos marcos estrechos. La música, en el florecimiento de productos banales, cuyos extremos son lo degradante como el reguetón, constituye reflejo de esa nueva realidad.

La deblace soviética trajo un shock psicológico también a las fuerzas ideológicas de la Revolución. La reacción de supervivencia fue sin discusión exitosa, pero se construyó en lo inmediato, sobre la base de apelar a la mochila cultural e histórica creada por la Revolución y las tradiciones patrióticas que con esmero el país había cultivado. No nos engañemos, ha sido una epopeya extraordinaria. Frente a la realidad objetiva de que no era en el plano de la economía donde demostraríamos en lo inmediato la superioridad de la sociedad cubana sobre sus contrapartes, ese discurso de la superioridad se construyó sobre la prevalencia de la Revolución en el plano superestructural.

Pero la resistencia construida solo sobre la base de la herencia tiene una capacidad temporalmente limitada: necesariamente se va desgastando. Las revoluciones necesitan construir utopías sobre las cuales proyectar los anhelos colectivos, si no se vuelven numantinas. Más aún, si en la práctica económica no logran todavía levantar vuelo.

Se subestimó inicialmente el poder cultural de la contraofensiva capitalista, a lo que se suman los errores propios de la práctica real y cotidiana del poder en una situación extrema de asedio, y de ausencias teóricas frente a una realidad nacional e internacional inédita. Frente al shock inicial, el refugio no solo ha sido lo histórico, sino, de manera menos justificada, localismos y construcciones ideológicas donde se mezclan con confusión ideas del marxismo clásico con escuelas de lo posmoderno, la nueva antropología cultural con sus desconstrucciones poscoloniales, rescate de cosmovisiones religiosas y toda una pléyade de ideas variopintas.

Este escenario fue y es probablemente ineludible, no es culpa de nadie, habida cuenta de la necesidad de construir un nuevo marco ideológico, con sustento filosófico transformador, que reivindique la idea de la necesidad de superar el orden capitalista de las cosas. Con independencia de cuál sea ese marco ideológico, lo que sí está claro es que no se construye alternativa alguna al capitalismo si primero no logramos proyectarlo al plano cultural, incluido lo artístico.

Lo que vemos en los últimos tiempos en la sociedad cubana es que, luego de ese período de shock y poco a poco, en medio de un traumático parto, se va recuperando la capacidad de respuesta en planos ideológicos y culturales. Se va estructurando una contraofensiva ideológica desde lo revolucionario que es nueva por su diversidad de actores e ideas. Esa contraofensiva ya no se parecerá a dinámicas anteriores y a la vez será heredera de todas ellas. No hay una homogeneidad que la historia demostró castrante, pero todas las batallas desde lo revolucionario deben mantener como fiel, la unidad de propósitos en torno a la defensa de la Revolución. Y ese proceso se da también como batalla aun entre las fuerzas de la Revolución; hay que lograr que esas batallas construyan y no sean fraticidas, sumen y no resten, fortalezcan y no enajenen. Esa contraofensiva solo es posible porque, a pesar de todo, la Revolución ha mantenido una reserva de ideas y de personas portadoras de esas ideas que ha disminuido pero no perdido la capacidad de su reproducción orgánica. La Revolución sigue siendo un crisol impresionante de revolucionarios.

A diferencia de la visión positivista de la historia que los manuales soviéticos introdujeron como certeza inapelable, ahora sabemos que la victoria no está cantada de antemano: hay que ganársela. Y hay que ganársela en todos los planos, incluyendo el cultural, y dentro de él, lo artístico. En la medida que seamos exitosos en esa contraofensiva de lo revolucionario transformador, lograremos recuperar posiciones en todos los planos de la realidad nacional. Se irá construyendo un nuevo imaginario colectivo utópico que destierre también la banalidad y lo degradatorio en el arte. Volverá a emerger como fuerza preponderante de nuestra construcción superestructural, la idea de que para lograr una sociedad más justa se debe construir un actor social que sea cultural e ideológicamente más pleno, lo que el Che llamó el hombre nuevo. Entonces, y solo entonces, tendrá el reguetón y otras formas humilladoras en el arte sus pocos días contados.

Tomado de La Joven Cuba