El tiempo de Abelardo Castillo

Marlon Duménigo
9/5/2017

El primer cuento que leí de Abelardo Castillo fue El hacha pequeña de los indios. Lo releí varias veces, cuatro o cinco. Asistía entonces al Curso de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y encontrarle las costuras a los cuentos era un pasatiempo habitual. Pero este era un cuento distinto, de un autor distinto. Un cuento que deja esa sensación simple y perfecta de las obras maestras.  Una sensación recurrente en los textos de Abelardo.

En medio de esa avalancha de conocimientos que es el Curso del Onelio, descubrir este autor significó, primero, el orgullo de compartir época con un referente vivo del cuento fantástico latinoamericano; segundo, el poder reconocerme en otra escritura, el nominar por fin la influencia literaria. Entonces, ya en las conversaciones, además de Cortázar, Borges y Bioy Casares, compartía mi experiencia en la lectura de los textos de Abelardo, a quien tal vez, por el hecho de estar vivo, considerábamos más cercano, menos sacralizado.


Escritor argentino Abelardo Castillo. Foto: Intenet

Desde entonces he leído todos los cuentos suyos que he encontrado. Digitales, en antologías. Siempre la misma perfección, la cadencia en las oraciones, el adjetivo exacto. Obras de alguien que nació destinado a parir libros. Hace unos meses un amigo me regaló un ejemplar de El Espejo que Tiembla, libro que mereciera el Premio de Narrativa José María Arguedas  en el año 2007. Es el único volumen físico que poseo de Abelardo Castillo. En la forma en que se narran las historias se aprecia un autor que mira las cosas desde arriba, con la solvencia del viejo sabio que domina cada truco para convertir en arte las palabras. Que aconseja desde lo vivido, que nos lega su tiempo.

Un tiempo que llegó a su fin el pasado 2 de mayo, desbordado de personajes y de historias y de talento, mucho, muchísimo talento. Un talento que ahora será convertido en clásico y las generaciones futuras verán de lejos, con respeto, pero que todos los que aprendimos a hilvanar frases mientras lo leíamos seguiremos teniendo cerca.

¿Cómo decirle adiós a un grande, cómo despedir a Abelardo Castillo? Supongo que la respuesta está en sus libros. En ese nivel de realidad donde todo es posible. En esos personajes de El Espejo que Tiembla para los que el tiempo parece no pasar. En ese lector que quizás mire hacia los espejos, y los vea temblar.